jueves, 4 de octubre de 2012

Juntos (XX)


Aquella noche Claudia entró en la habitación de Natanael, como hacía desde hacía ya cuarenta años, sin que nadie la percibiese, se sentó a los pies de la cama y se quedó mirándolo fijamente, cómo si no lo hubiera visto jamás, su rostro se veía iluminado por una tenue claridad, sus ojos brillaban con el candor del sol de la tarde, y en sus labios la misma sonrisa calmada de siempre. Vestía un vestido blanco liso, largo, sencillo, y tenía el pelo suelto, liso… no parecía que el tiempo hubiera pasado por ella, entonces él volvió a sentirla cómo en la noche del lago, abrió los ojos, y allí estaba, pero esta vez era ella de verdad. En sus miradas se podía leer la alegría, la emoción, la ternura… Natanael una vez más trató de articular palabras, pero de su boca no salió sonido alguno, Claudia tomó sus manos entre las suyas y mirándolo le dio a comprender que no pasaba nada, que ya había pasado todo, y que era el momento de volver a estar juntos, y esta vez, para siempre. Claudia se puso en pie y tomó a Natanael de la mano, entonces una extraña sensación de calor recorrió el cuerpo de Natanael quien se estremeció en el lecho, la alarma del monitor de su corazón empezó a sonar, el equipo de enfermería acudió corriendo ante la llamada, Natanael observaba junto a Claudia desde un lado de la cama, mientras el equipo trataba una reanimación imposible “nada, ya está, ya no hay nada que hacer, se ha ido…¡joder!” dijo Adrián, el enfermero, “dejadlo ya, preparadlo para que lo trasladen a la morgue, al menos se ha quedado dormido, y pese a todo, tiene cara de estar en paz” continuó diciendo al equipo que aun trataba de encajar lo sucedido “vamos Natanael, aquí ya no hacemos nada” dijo Claudia con suavidad mientras se dirigía a la puerta de la ya vacía habitación donde sólo quedaba el cuerpo sin vida de quien hubo sido su amado, entonces Natanael se paró en seco, dio media vuelta y sin decir nada se acercó a la mesilla de noche, abrió el cajón y sacó una cajita, volvió donde Claudia y le dijo “he guardado esto todo este tiempo, lo olvidaste al irte” y abriendo la caja sacó la alianza de oro que le hubo regalado hacía ya tantos años y que su tía Esther le había devuelto cuarenta años atrás, el día de su entierro. Claudia lo miró con amor y tomando la alianza dijo “gracias, sabía que la guardarías, por eso la dejé, porque en ella me quedé de algún modo contigo mientras llegabas… pero ahora ya estamos juntos”

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