Aquella noche
Claudia entró en la habitación de Natanael, como hacía desde hacía ya cuarenta
años, sin que nadie la percibiese, se sentó a los pies de la cama y se quedó
mirándolo fijamente, cómo si no lo hubiera visto jamás, su rostro se veía
iluminado por una tenue claridad, sus ojos brillaban con el candor del sol de
la tarde, y en sus labios la misma sonrisa calmada de siempre. Vestía un
vestido blanco liso, largo, sencillo, y tenía el pelo suelto, liso… no parecía
que el tiempo hubiera pasado por ella, entonces él volvió a sentirla cómo en la
noche del lago, abrió los ojos, y allí estaba, pero esta vez era ella de
verdad. En sus miradas se podía leer la alegría, la emoción, la ternura… Natanael
una vez más trató de articular palabras, pero de su boca no salió sonido
alguno, Claudia tomó sus manos entre las suyas y mirándolo le dio a comprender
que no pasaba nada, que ya había pasado todo, y que era el momento de volver a
estar juntos, y esta vez, para siempre. Claudia se puso en pie y tomó a
Natanael de la mano, entonces una extraña sensación de calor recorrió el cuerpo
de Natanael quien se estremeció en el lecho, la alarma del monitor de su
corazón empezó a sonar, el equipo de enfermería acudió corriendo ante la
llamada, Natanael observaba junto a Claudia desde un lado de la cama, mientras
el equipo trataba una reanimación imposible “nada, ya está, ya no hay nada que
hacer, se ha ido…¡joder!” dijo Adrián, el enfermero, “dejadlo ya, preparadlo
para que lo trasladen a la morgue, al menos se ha quedado dormido, y pese a
todo, tiene cara de estar en paz” continuó diciendo al equipo que aun trataba
de encajar lo sucedido “vamos Natanael, aquí ya no hacemos nada” dijo Claudia
con suavidad mientras se dirigía a la puerta de la ya vacía habitación donde
sólo quedaba el cuerpo sin vida de quien hubo sido su amado, entonces Natanael
se paró en seco, dio media vuelta y sin decir nada se acercó a la mesilla de
noche, abrió el cajón y sacó una cajita, volvió donde Claudia y le dijo “he
guardado esto todo este tiempo, lo olvidaste al irte” y abriendo la caja sacó
la alianza de oro que le hubo regalado hacía ya tantos años y que su tía Esther
le había devuelto cuarenta años atrás, el día de su entierro. Claudia lo miró
con amor y tomando la alianza dijo “gracias, sabía que la guardarías, por eso
la dejé, porque en ella me quedé de algún modo contigo mientras llegabas… pero
ahora ya estamos juntos”
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