jueves, 4 de octubre de 2012

Una Noche de Julio (I)


   Una vez más la calurosa noche de finales del mes de julio se cernía sobre mí. La soledad silenciosa de la noche y el olor del césped, humedecido por los aspersores, reinaban en el ambiente, rotos por las melancólicas letras que en mi cabeza fluían al ritmo de la música que de mi radiocasete salía y por el humo de los cigarrillos que, uno tras otro, se iban consumiendo entre mis labios y el aire del ventilador. Una vez más el sueño me había abandonado, huyendo, otra vez, en busca del recuerdo olvidado y lleno de polvo que vive sumido en los más lúgubres rincones de mi mente, a pesar de tenerlo siempre presente… dulce pesadilla es el recuerdo de tan ensoñadora presencia. Recuerdo fugaz de su hermoso pelo, el vivo recuerdo de sus ojos color del mar, reflejo del cielo, la extraña sensación de sentir el calor de su mirada de colores fríos aún ahora que hace tanto que se fue… la suavidad de su piel, el latir de su corazón, al unísono con el mío, la inexplicable certeza de poder oírlo latir a pesar de la distancia que nos separa, el dulce sueño de un amor… tornado en un triste y vago recuerdo, lejano, a la vez que actual, mortecino, a la vez que vital. Un sueño tornado en tortuosa pesadilla de la que no sé salir, el recuerdo de un fantasma del pasado, de un olvido del presente, la pesadilla de su recuerdo...

La Paz Después de la Tormenta (II)


Hará unos años que sentí su presencia por primera vez. Estaba esperando el autobús, como de costumbre. A mi alrededor el ensordecedor ruido del intenso tráfico de Madrid, el ir y venir de sus apresurados habitantes, quienes parecían vivir en un eterno desenfreno de prisas y preocupación, agobiados por todos sus quehaceres que, a fin de cuentas, les impedían disfrutar, muchas veces, de la belleza de sus calles, y de la majestuosidad de sus fachadas. Parecía que, tanta prisa, les impidiera ver que, a pesar de todo, no vivían solos en esa ciudad. Nunca me había parado a pensar en la cantidad de gente que veo a diario y con la cual vivo... No sé cómo ni por qué, pero en medio de ese caos sentí su presencia. Fue  algo vago, una leve intuición de que allí había algo o alguien extraño al bullicio y la general prisa. Sucedió todo en un fragmento del tiempo. En un instante todo se paró, sólo el aire continuó su camino, trayendo consigo extrañas fragancias de paz. Sentí entonces cómo de mí algo se desgarraba, se llenó mi ser de vacío. Pude entonces intuir su presencia y cómo lo más profundo de mí mismo se escapaba en su busca. Otro instante, ya todo había sucedido, mi corazón latía taquicárdico, como nervioso, dispuesto para salir  corriendo, pero seguí quieto, muy quieto. La gente pasaba frente a mi ajena a lo sucedido ¿acaso era yo el único que lo había sentido? Pero… ¿qué había sentido? No podría explicarlo con palabras humanas. La paz y la preocupación se unían en busca de un mismo fin. La sensación de vacío, tras el robo de mi propio ser, se mezclaba bruscamente con la extraña sensación de haber quedado invadido de nada. La tristeza de haber perdido ese “algo” se juntaba con la extraña seguridad de que volvería nuevamente, y esta vez, para quedarse por mucho tiempo. Pude ver entonces que alguien me miraba, en sus ojos pude intuir la sorpresa, la duda… y un segundo después, la indiferencia.
    Los días pasaban normales, todo continuaba en su curso natural y nada hacía pensar que los hechos de los días anteriores volvieran a suceder. Todo seguía normal, todo seguía como siempre. Yo seguía siendo el mismo, sólo que, ahora, era la extraña tristeza y vaciedad quienes me indicaban cómo y qué sentía, y aun siendo así, me sentía sutilmente lleno y alegre, con paz, la extraña paz que viene después de una tormenta, una paz no destinada a durar mucho.


Dulce Pesadilla (III)


Aquella noche decidí marcharme a dar un paseo por las afueras del pueblo. Hacía una temperatura agradable y una brisa suave invitaba a pasear a la luz de la luna. Tomé el camino que lleva hacia el lago. Tras andar unos diez minutos salí por fin del pueblo, que quedó a mis espaldas, de fondo aún me acompañaba el lejano sonido de las campanas de la torre de la iglesia, rodeada de casitas bajas de piedra y calles, en su mayoría estrechas y sinuosas. Las campanas marcaban las once de la noche. Encendí un cigarro mientras me iba adentrando más y más en la oscuridad, apenas iluminada por la tenue luz de una luna en cuarto creciente. Acompañado por los sonidos de la noche llegué a las orillas del lago, que vestía aquella noche un manto de estrellas que el viento mecía sutilmente a mis pies. Ya no recordaba lo maravilloso que era el cielo reflejado en las calmadas aguas del lago, ya no recordaba el color del cielo nocturno, azul y negro, cuajado de estrellas… las luces de Madrid me habían hecho olvidar lo maravillosas que son las noches, lo bello que es el cielo, lo puro que es el aire… Sumido en estos pensamientos me abordaron miles de recuerdos de mi infancia en aquellas orillas, recordaba los primeros días del mes de mayo, corriendo entre los verdes campos regados por las lluvias de abril y que en aquel mes se llenaban de colores y aromas a causa de la primaveral flora, recordaba las flores silvestres que cortábamos para nuestras madres, quienes adornaban con ellas la entrada de la casa. Recordaba las interminables carreras y juegos que allí librábamos, recordaba como, cuando el calor apretaba, todos íbamos al lago a darnos un baño y seguíamos con los juegos y las carreras…   Me tumbé en la hierba bajo un chopo, dejé mis ojos perdidos en el infinito, divisando, entre las hojas del árbol que me acogía, la grandeza del estrellado cielo y la belleza de la luna, blanca y brillante, con la grandeza de la luz que del sol reflejaba. Mi respiración se fue haciendo pausada, profunda. La brisa me susurraba al oído canciones de tiempos antiguos, el sonido del agua, levemente agitada, me mecía…
    No sé cuanto tiempo estuve dormido, pero debió ser bastante, la luna ya estaba muy alta, por lo que  debía ser de madrugada. Me incorporé despacio, algo entumecido por haber estado dormido en el suelo, mi vida en la ciudad me había hecho perder esta habilidad. Entonces la divisé, una espectral figura, parecía no haberse percatado de mi presencia, embelesado por tal mágica visión me acerqué poco a poco. La luz lunar la envolvía, el aire movía sus ropas y su pelo. A medida que me iba acercando nacía nuevamente en mí aquella extraña presencia que sentí esperando el autobús, sólo que, esta vez, la podía ver. Sentí como mi ser, que hacía meses había huido de mí en busca de tan esperada visión, volvía conmigo, me tomaba de la mano y me devolvía, por fin, la tan ansiada sensación de ser y estar en mí. Una vez más se paró el tiempo a mis sentidos, mi corazón pareció pararse, la sangre pareció helárseme en las venas, a mis oídos llegaba una música que nunca antes había escuchado y que jamás creo que vuelva a sentir. Las aguas del lago parecieron unirse a tan majestuosa música y desde su cuenca la siguieron con una danza que recordaba a las llamas de una hoguera. Las ramas de los árboles hacían los coros a tan celeste opera, y ella se giró. Su pelo brillaba como el oro a la luz de la luna, sus ojos, del color de las aguas del más cristalino mar, de más azul océano, con el brillo del más estrellado cielo, me miraban y penetraban, a la vez que los sentía, clavados en mí, como el más ardiente fuego. Mi corazón, helado por el pavor y paralizado, se vio liberado, tomó de sus ojos todo su fuego, y empezó a latir nuevamente, primero despacio, después, poco a poco, fue tomando velocidad a la vez que sus manos tomaban las mías y las entrelazaba con las suyas. La volví a mirar, era joven, de tez morena a pesar de su pelo claro y sus ojos turquesa. Su gesto era sereno, seguro y en sus labios podía descubrir el color del amor y la pasión. Quise preguntarle quién era, pero no conseguía articular palabra alguna, sólo lograba mirarla a los ojos y desear, desde lo más profundo de mi corazón, que este momento fuese eterno. Que todo el cosmos siguiese así, parado, mientras nos mirábamos…

Y Después... ¿Nada? (IV)


    
La vaciedad y la tristeza seguían mandando en mi vida. Sabía que algo había pasado aquella noche en el lago, pero no lograba recordar el qué. Trataba de hacer memoria, desde la cama del hospital, de qué hice aquella noche, pero no lograba reacordar más que… que me quedé dormido a las orillas del lago. “No pudo ser un sueño, no, de serlo lo recordaría siempre fui bueno para eso”. Me esforzaba por recordar, pero nada volvía a mi mente, sólo el confuso recuerdo de una celestial música y la presencia que me había robado el alma. Pero esa noche volvió mi alma a mí, recuerdo sentirla de nuevo tan dentro y no obstante, hoy, ya no estaba.
     “Ha sufrido una conmoción, no se si saldrá del coma, ahora  debe descansar. Para cualquier cosa avise usted al control de enfermería con este botón, si despierta avísenos de inmediato”. Oí que decía el que debía ser el medico a alguien que se hallaba conmigo y que, fuera quien fuese, nunca respondió hablando, puesto que no lo escuche, y cuando por fin desperté, no había nadie. Un mes en coma, un mes acompañado por alguien de quien no se nada. Durante ese tiempo recuerdo capítulos vagos, a veces oía al equipo medico hablar y divagar sobre mi futuro y las secuelas que esto pudiera dejarme, otras veces sólo oía el pitido de las muchas maquinas a las que me tenían conectado, y la mayor parte del tiempo… el silencio más absoluto y la oscuridad más negra. La nada que llenaba mi ser era lo único que intuí verdaderamente a lo largo de aquel mes en coma, del cual salí, de la misma forma que entré, sin saber como.
   “Le repito doctor que no sé de quién me habla. No conozco a nadie que responda a esa descripción, y no, no sé por qué me acompañó hasta los días previos a mi despertar”… “ya se lo he dicho, no recuerdo haberme golpeado, además usted mismo ha dicho que no hay marcas externas de golpe alguno. Sólo recuerdo haberme quedado dormido a orillas del lago y despertar finalmente aquí, no se qué pudo ocasionar el coma, pero desde luego no me caí de ninguna parte” Los interrogatorios de los médicos se hacían cada día mas pesados. Constantemente  me preguntaban lo mismo, tuve que enfrentarme a numerosos reconocimientos y otros tantos escáneres encefálicos que, finalmente, determinaron aquello que yo ya sabía: no sufría de amnesia u otra perdida de memoria o secuela mayor que no fuera la debilidad muscular causada por un mes de inactividad y postramiento en la cama de aquella fría habitación de la unidad de cuidados intensivos.
    Según me contó mi hermano, una vez hube salido de la unidad de cuidados intensivos y fui llevado a la habitación de la planta del hospital, la noche que salí a dar un paseo por el pueblo no volví a casa, por lo que, preocupados, fueron a buscarme. Conociéndome como lo hace mi hermano pronto supo dónde encontrarme, y así fue. Dice que me encontró dormido a orillas del lago, bajo un chopo, y que tras muchos intentos por despertarme con inútil resultado, decidió llamar a una ambulancia, temiendo que me pasara algo. Le pregunté por la joven que el doctor me había descrito, y la cual desapareció tres días antes de mi despertar. Mi hermano me miró con cara de asombro, nadie había logrado acercarse a mí más allá del cristal que así lo dispone, ¿como pues  pondría alguien, y más aun, una extraña, acercarse tanto a mí? Y lo más intrigante ¿por qué se fue tres días antes de mi despertar y después… nada?


Recuerdos (V)


      El correo se amontonaba en el buzón de la casa de Natanael. Desde  que se fue a pasar unos días al pueblo nadie sabía nada de él, algunos decían que se había ido al pueblo para siempre, pues muchas veces había dicho que lo echaba de menos, pero… irse así, sin avisar… no creo, además ¿cómo iba a irse? Y el trabajo qué, ¿qué pasaba con su trabajo? Aunque una cosa era cierta, no lo veía ni siquiera para ir a trabajar, y eso es raro porque siempre cogíamos el metro juntos ya que trabajábamos en el mismo edificio, pero desde hacía tres meses, nada, ni a la hora de ir ni a la hora de volver. Como tampoco respondía al móvil, que ya ni siquiera estaba en funcionamiento, fui a pensarme lo peor, pero no, gracias a Dios no había muerto, aunque, según me dijo él mismo tiempo después, poco pareció haberle faltado.
      Natanael no era el mismo desde lo del “accidente” del lago, se pasaba la mayor parte del tiempo pensativo, con expresión de cansado, confuso,  a veces me atrevería a decir que nervioso. Pasaba todo el día tratando de recordar aquella noche. En el trabajo, cuando por fin pudo reincorporarse, rendía mucho menos que antes, y con los compañeros de trabajo ya no tenía la misma actitud. Yo, por mi parte, supe desde el primer momento en que hablé con él que algo no iba bien, sin duda, algo había sucedido. Su alegría de antes había desaparecido, la armonía que antaño sus ojos, de color castaño, emanaban en forma de sutil brillo en sus pupilas, se había desvanecido y en su lugar brillos como de tristeza y llanto se erigían en medio de sus preciosos y expresivos ojos. En su voz se podía intuir la perplejidad de que era portador, se podía entrever, en su forma de hablar, el entramado de pensamientos y recuerdos en que se hallaba sumido, en su busca de la respuesta a la pregunta que, una y otra vez, se formulaba a sí mismo.
 Al principio pensé que todo cuanto le sucedía era cosa normal después de un periodo de coma como el suyo, tras el que la mente trata de recuperar el tiempo que, en cierto modo, ha perdido, pero no parecía ser esta la situación de Natanael.
    “No Claudia, en serio, me encuentro bien, no tengo la sensación de tener que recuperar el tiempo perdido, ya ves tú lo que han cambiado las cosas en un mes…no necesito que me ayudes a hacer las cosas de la casa mujer que no he perdido las manos ni nada por el estilo… anda venga no te enfades, no he querido ser borde, discúlpame… ¿lo arreglamos con una cena?... venga Claudia no te hagas de rogar que nos conocemos, esta noche a las diez en mi casa, tú traes el champán”. Éstas fueron las palabras que me dijo Natanael el día que decidí preguntarle qué le ocurría, he de reconocer que a pesar de sus insistencias en su buen estado de ánimos y salud, y su jovialidad al hablar, no le hice caso, y seguí con mis dudas sobre ello. Jamás imaginé que esa misma noche, en la cena que Natanael preparó para los dos, fuera a poder comprobarlo.
      Llegué a la casa de Natanael a las diez menos cuarto, a pesar de mi pronta llegada no lo pillé por sorpresa, cuando llegué él ya estaba preparado y tenía todo dispuesto para la cena, nada de tipo romántico, lo nuestro no funcionó en su día, y lo de hoy no era un intento de reconstruirlo, no obstante, he de reconocer que aquella noche estaba todo especialmente bien hecho. Natanael vestía un pantalón blanco con rayas color ocre, una camisa a juego con rayas rojas, la cual llevaba desabrochada, y una camiseta gris azulada, zapatos marrón claro y el pelo, de color negro como las plumas de un cuervo, peinado de punta y tan corto como siempre. Yo, por mi parte, para la cena me puse una camisa de tirantes de color azul pastel, pendientes y bolso a juego, un collar blanco y unos pantalones vaqueros de color azul claro desgastado. La cena fue sencilla pero muy a mi gusto. Desde luego no podría negar lo bien que me conocía. De primero ensalada de lechuga con tomate, atún, espárragos, queso fresco y con el aliño justo. De segundo me deleitó con un delicioso plato, filetes de pollo a la nata en hojaldre, en su punto de horneado. Todo ello acompañado de un buen vino lambrusco. De postre sirvió tarta de manzana, la cual me reconoció que no había hecho él, pues era un gran cocinero y en especial para los dulces, pero que de igual modo estaba riquísima. Después de la cena nos sentamos en el sofá a charlar un poco, fue entonces cuando yo quise saber… y cual fue mi sorpresa al enterarme de lo sucedido.
“¿Quieres decirme que anoche te volvió a suceder?” dije yo con tono de incredulidad y asombro -“Sí Claudia, anoche por fin logré recordar lo que sucedió en el lago aquella noche, bueno, más que recordarlo yo, ella vino de nuevo a decírmelo” no sabía si creer lo que decía o pensar que lo hacia para tomarme el pelo, pero la tranquilidad en sus ojos, la seriedad en su rostro y la firmeza de sus voz lograron convencerme y despertar mi curiosidad-“¿y que pasó?”- dije tratando de ocultar la ansiedad de mi tono de voz -“Primero soñé, a modo de recordatorio, con nuestro encuentro en el lago, después creo que desperté y allí estaba ella, sentada en el baúl que tengo a los pies de la cama. Una vez más me miraba con sus ojos color de agua, un calor como de otro mundo me llenó de pronto. Al contrario que la primera vez que la vi esta vez estaba más calmado y ella también parecía estarlo. Me miraba y en sus ojos, encendidos con la fuerza del fuego a pesar de su color azul intenso, pude intuir el brillo de la confianza, de lo familiar. Pronuncié la pregunta que tanto ansiaba hacerle, pero no obtuve resultado, de mis labios no salió palabra alguna, mis cuerdas vocales no produjeron sonido reconocible. Por un momento temí haberme quedado mudo, pero ella, quien pareció leer mis pensamientos, me hizo entender que no pasaba nada. No sé cómo lo hizo, no oí su voz, pero en mi interior nació la certeza de que no debía preocuparme, que todo, a su debido tiempo. Después se fue apagando como la luz de una lámpara que se queda sin aceite, hasta que desapareció en la nada de la nocturna oscuridad…”- Natanael me miraba como esperando un gesto de aprobación por mi parte, pero yo me hallaba boquiabierta y en estado de shock, me costó un poco articular las palabras, pero finalmente pude preguntarle lo que mi curiosidad tanto quería saber - “¿Quién crees que puede ser?”-“No logro imaginar quién pueda ser, pero sea quien sea, estuvo conmigo en el hospital hasta tres días antes de despertar, después se fue sin decir dónde iba, pero avisó de que despertaría, y cuando el medico vino a mi habitación, pasados tres días, me encontró despierto” en sus ojos había un atisbo de curiosidad y de melancolía, yo, que seguía estupefacta con lo que me contaba, seguí preguntando como ajena a todo lo demás -“¿Crees que pueda ser un fantasma?” ya no me preocupaba por disimular mi curiosidad, sencillamente preguntaba -“No lo sé, pero lo dudo, desde luego no es una fuerza del mal, proviene de un bien supremo, pues su sola presencia, llena… y su ausencia hace que el alma huya en su busca” su respuesta me puso los pelos de punta, su voz pareció cambiar por un instante. Un escalofrío me recorrió el cuerpo a la vez que su voz me tranquilizaba y reconfortaba -“Es por eso por lo que te pasas las horas como triste y preocupado” dije a modo de resolución a mis preocupaciones -“La verdad es que ahora estoy más calmado, ya sé qué ocurrió en el lago aquella noche, y aunque no se por qué acabé en coma, sí se que ocurrió. El no recordarlo me tenía intrigado, ya que no lograba recordar el hecho en si del encuentro, pero si sentía su indeleble huella en mi ser. No obstante ahora mi ser más íntimo sigue fugado en busca de tan maravillosa criatura, y creo que no descansará hasta encontrarla” cada vez su voz se volvía más profunda, sin duda hablaba desde lo más hondo de su ser. En sus ojos podía leerse cada sentimiento que sus palabras expresaban y en mí la curiosidad y la inquietud crecían por momentos -“¿Y si no la encuentras?”-“Entonces iré yo mismo en busca de mi alma, pues aún siendo sólo un reflejo de luz, una ilusión en el tiempo, aún siendo sólo un imposible en este mundo… me ha robado el corazón”… Con estas palabras finalizó su relato. Cuando nos quisimos dar cuenta el reloj de su salón daba las dos de la madrugada, apuré el último trago de champán, me fumé lo que quedaba de cigarro y me fui a mi casa, no sin antes despedirme de Natanael, quien, como de costumbre, me había sorprendido una vez más.

Soledad (VI)


Cuando Claudia se fue, después de haberle descubierto el secreto de “la bella luz”- desde entonces fue así como decidí llamarla- me vi solo; nunca me había dado cuenta de mi soledad, nunca me había percatado de que, en todo momento, a lo largo de mi vida, me había dedicado a llenarme de acontecimientos que me impedían estar a solas conmigo mismo. Así pues me dispuse a estar así, a solas conmigo, sin saber qué decirme. Me di cuenta entonces de que no me conocía en absoluto. Turbado por la sensación de estar en mi salón con un extraño hice lo que mejor sabía hacer, huí de mí, puse música y me fui a la cama. La noche iba pasando. Una tras otra iban llegando a mis oídos las mejores piezas musicales creadas por maravillosas mentes y tocadas con gran maestría, y una tras otra iban pasando hasta terminar el CD por completo. Y allí seguía yo, despierto, sin poder dormir, con la cabeza llena de mil preguntas y mil teorías, y a fin de cuentas, ninguna útil y ninguna acertada. “¿Cuándo volveré a verla? ¿Y si no vuelve? ¿Dónde podré encontrarla?”, y así sucesivamente iban y venían preguntas a mi cabeza, las cuales divagaban entre mis pensamientos, manteniendo mi cabeza ocupada. Casi sin darme cuenta salió el sol. Tan ensimismado estaba que no intuí la claridad del alba hasta que ésta no se convirtió en los primeros rallos solares. Toda la noche sin dormir, toda la noche luchando con mis pensamientos y mis dudas, con mis miedos y angustias, todo… para nada.
    Agotado llegué al trabajo. Al  cansancio de una noche sin dormir, había que sumarle ahora el agotador trayecto en metro. Como de costumbre la gente ojeaba las paginas de alguno de los muchos periódicos gratuitos con los que a uno lo bombardean a la entrada, leían un libro, luchaban por no dormirse o como los más atrevidos, se ponían con los sudokus a darle al coco desde por la mañana. Yo, como siempre, iba pensando en mis cosas, esta vez pensaba en la mala noche que había pasado y trataba de olvidar los pensamientos que, durante la noche, me habían atormentado. No  quería llegar al trabajo y seguir hurgando en ellos. No, mejor que me olvidase.
   
    El teléfono no paró de sonar en toda la mañana, por todos lados me salían cosas que hacer, faxes que mandar, peticiones que cursar… y mi dolor de cabeza iba en aumento.“¿Qué cómo estoy? ¡No sé qué pasa hoy pero no doy abasto! ¡ya ves que si tengo mala cara!, no sabes que mala noche he pasado, no he dormido nada de nada… ¿qué si me sentó mal la cena? No Claudia por qué ¿a ti sí?... A menos mal ¡qué susto!, bueno, luego a la salida te veo, espérame y nos vamos juntos que esta mañana no me has esperado” le dije a Claudia durante el rato del café, pues coincidimos en la cafetería de al lado del edificio en que ambos trabajábamos. Cuando salimos del trabajo ya estaba anocheciendo y empezaba a refrescar, pero a pesar de eso la tarde estaba muy bonita. Aún no hacía un frío excesivo, pero la llegada del otoño ya se hacía sentir. Los árboles empezaban ya a cambiar el color de sus hojas y los más tempranos ya empezaban a mudarlas. La vuelta a casa, aunque más gratificante que la ida hacia el trabajo, era igualmente una odisea, pero, de cualquier modo, era siempre mucho más llevadera de vuelta  a casa que de camino al trabajo, y como no, era más interesante si se hacía en compañía de alguien.

Todavía Un Poco Más (VII)


Aquella tarde volvió más temprano que de costumbre, llegaba con las manos frías y el paraguas chorreando, en su cara se podía leer el cansancio de un día de trabajo, y en sus ojos la duda y la angustia de seguir esperando algo que no alcanzaba a comprender y que temía y anhelaba al mismo tiempo. Tomó su paraguas y lo dejó en la terracita de la pequeña cocina, abierto para que escurriera, y se fue hacía su habitación, al fondo del pasillo, a cambiarse de ropa. Cuando salió hizo algo de lo que hasta ahora no me había dado cuenta: miró dos veces tras de sí, al baúl donde me vio por última vez, antes de salir y apagó la luz. Se sentó en el sillón y puso música para descansar. Allí, sentado en su sillón, con la luz  baja, se quedaba transpuesto unos momentos, algunos días daba alguna cabezada antes de ponerse a preparar la cena, y otras veces, sencillamente, descargaba su mente de asuntos laborales y viajaba a lugares donde los teléfonos no sonasen, los coches no pitaran… era en esos momentos cuando yo, vestida de invisibilidad, sin darme a sentir en modo alguno, me acercaba a él y lo conocía. Exploraba su mente, viajaba a través de su subconsciente... En alguna ocasión sí pudo intuirme, pero nunca llegó a estar seguro de si estaba o no en su salón, observándole… De su mente salían miles de ideas y pensamientos. En sus recuerdos podía ver caras, oír voces y conversaciones de hacía tiempo, las cuales aún seguían ahí. Podía intuir sus deseos y, de su subconsciente, de la parte más honda y oculta del hombre, podía descubrir su deseo de volver a verme, de poder conocerme y estrecharme entre sus brazos… En esos momentos era capaz de navegar por sus sueños más ocultos y ver allí sus miedos y temores… “qué débil es el ser humano, qué vulnerable es ante quien no tiene secretos, qué maleable es ante quien lo conoce… y qué miserable tantas veces ante quien no quiere que se vaya… vendidos a quien, de él lo más mínimo conoce, cuando ni ellos mismos saben quienes son… atados a otros por lazos de afecto que no siempre son lo que parecen y que, en tantas ocasiones, son de frágil condición que se rompen rápido y todo por no sufrir… y no ven que el sufrimiento es algo que va ligado a su propio ser, que al final, todas las ataduras que emprenden por vivir, son las que se le vuelven en su contra y lo obligan a aprender a sobrevivir…”estas cosas  pensaba mientras, poco a poco, iba indagando más y más en su pobre humanidad. Sabía lo mucho que ansiaba volver a verme, sabía que necesitaba de mi, sabía que vagaba sin rumbo en mi busca, pero aún no me iba a presentar, aún era pronto, iba a seguir tejiendo en rededor de él una fina pero firme red, como la araña teje su tela y espera paciente que su presa caiga… todavía un poco más…


Extraña Sensación (VIII)


Las carreteras estaban casi intransitables, la nieve había cubierto todo y era necesario el uso de cadenas para poder llegar al pueblo. Un año mas la lotería de navidad no había dejado gran cosa en mis manos y, como era costumbre, volvía al pueblo para pasar con mis padres, hermanos y sobrinos la Noche Buena y la Navidad. El viaje fue tranquilo a pesar de la lentitud que debía llevar para circular, los atascos eran monumentales, hasta que salí de la carretera general y me incorporé a la pequeña carretera que conducía al pueblo. No podía evitar pensar en aquella noche del verano cuando, en el pueblo, a las orillas de mi querido lago, la vi por primera vez, pero también pensaba en mi familia, en lo grandísimos que estarían ya mis sobrinos, y en las ganas que tenía de ver de nuevo a mis padres, a quienes no veía desde finales de octubre. Ellos, al jubilarse, dejaron Madrid para volverse al pueblo. Yo, por mi trabajo, no podía escaparme muy a menudo para verlos. Cuando por fin llegué a la casa de mis padres me sorprendió ver que no era yo el último en llegar, normalmente solía serlo, pero este año llegaba el primero. Dejé el coche frente a la puerta de la casa y, antes de que pudiese descargar mi maleta, ya estaba mi madre a la puerta dándome la bienvenida a gritos, animándome a darme prisa en entrar en casa ya que el frió exterior era excesivo. Dentro tenían la chimenea puesta. Entré y dejé en la entrada el abrigo y la maleta, abracé a mi madre, que estaba tan guapa como siempre, con su pelo encanecido, su sonrisa de abuela bonachona y sus ojos negros y calidos, encendidos por la alegría de verme de nuevo. Después me dirigí hacia el salón donde estaba mi padre atareado con la leña y el fuego de la chimenea, lo vi tan bien como siempre, casi totalmente calvo, con los ojos cansados, algo más delgado quizá, pero bien no obstante, su cara estaba serena, como acostumbraba él, y aunque bien sé lo mucho que se alegraba de verme, no mostró mayor signo de ello que una disimulada sonrisa. “¿Este año llego el primero?” dije a mi madre que iba de un lado para otro haciendo mil cosas a la vez -“pues eso parece, tu hermano acaba de llamar que están en un atasco y que llegarían después de comer, y tus hermanas llegan mañana, se vienen juntas en el autobús”. Subí mi equipaje a la planta superior, donde este año habían colocado las camas para mi y mis sobrinos en la habitación grande, a mis hermanas esta vez les tocaba dormir en la pequeña, que tiene dos camas, y para mi hermano y mi cuñada la habitación de matrimonio de la planta superior. Mis padres dormirían en la pequeña habitación de matrimonio que había junto a la entrada, en la planta baja, y que normalmente está reservada para las visitas. “Vamos, acompáñame hacer la compra, este año con tanta nieve no me ha dado tiempo a ir, llevamos dos días limpiando de nieve la entrada, no sabes cómo se ha puesto todo de nieve, ¡hasta arriba! No dábamos a basto entre tu padre y yo” dijo mi madre nada mas volver de dejar mis cosas, con  énfasis y una mezcla de cansancio, al mencionar lo de la nieve -“puedo hacerme una idea madre, no te imaginas como está la carretera para venir aquí, los campos están cubiertos de nieve por completo” le contesté, mientras me embuchaba en mi abrigo y me calaba guantes y bufanda. “ahora venimos Pedro, vamos a comprar Natanael y yo” gritó mi madre desde la entrada casi a la vez que cerraba la puerta -“Mamá, creo que papá no te ha oído”-“Sí, sí que me ha oído, y si no, cuando no nos vea por la casa se lo imaginará, ¡vamos¡” y sin mayor disputa salimos por la puerta del jardín de la entrada. En el pueblo las cosas no habían cambiado mucho desde mi niñez, las tiendas seguían estando en los bajos de las casas en que siempre estuvieron y las regentaban las mismas personas de entonces. Como es normal, al verme, todos los vecinos del pueblo se paraban a saludar y a preguntar qué tal andaba después de que me hubieran tenido que ingresar, no sé si lo hacían por preocupación, curiosidad, o simplemente para tener algo de que hablar entre sí, pero la verdad es que me importaba poco. En aquellas fechas era muy común que unas y otras presumieran de nietos. Mi  madre por su parte no se quedaba atrás y a todas les respondía con un solemne “los míos también muy grandes sí, vienen luego, después de comer” y se marchaba a seguir con sus compras. Los chiquillos jugaban con la nieve mientras abuelos y padres ultimaban detalles para la cena de Noche Buena y la comida de Navidad.
  Cuando volvimos de hacer las compras ya estaba mi hermano Lucas en casa, “finalmente han podido llegar antes de comer… bueno, ¡donde caben cuatro caben cinco!” dijo mi madre con tono de sentencia al ver la furgoneta de mi hermano aparcada junto a mi coche, y se apresuró a entrar en casa para ver a sus nietos.
  Mi hermano Lucas se parecía bastante a mi, un poco mas alto quizás, y mas mayor, pero muy parecido, el pelo negro, los ojos marrones, la nariz pequeña, los pómulos medianamente marcados, estatura media alta, y delgado. Su mujer, María, era una mujer algo más bajita que él y gordita, con el pelo castaño oscuro y los ojos marrón verdoso, su cara era redonda y de facciones suaves, siempre con una sonrisa afable que inspiraba confianza y tras su apariencia inocente, se ocultaba todo un genio. Finalmente  estaban mis tres sobrinos, los tres niños, dos de ellos gemelos, y a cual mas inquieto, no es por amor de tío, pero habían salido a la familia del padre, Ezequiel era el mas parecido a mi hermano, y por lo tanto a mi, y los otros dos, los gemelos, eran mas como su madre, con el pelo mas claro y con los ojos de color verdoso. Nada más entrar en la casa de mis padres lo primero que oí fue a mis sobrinos bajar a toda velocidad por la escalera para abrazarnos a mi madre y a mí, en cuestión de un segundo convirtieron todo en un revuelo de gritos y risas, Ezequiel venía muy contento enseñando su sonrisilla de pillo, por la cual pudimos comprobar que había perdido ya un diente, y en la mano portaba el regalo que el Ratoncito Pérez le había dejado bajo su almohada, y que con mucho orgullo me enseñaba una y otra vez, era una pequeña brújula con lupa, que, a pesar de no llevar mucho en sus manos, una semana según me dijo mi cuñada, ya era incapaz de marcar el norte con exactitud. Los otros dos pilluelos, por su parte, miraban la mejor ocasión para quitársela y jugar con ella, pero, al igual que yo cuando era pequeño, Ezequiel era mas rápido que ellos dos juntos, por lo que Mario y Daniel se veían en la obligación de buscar nuevas artimañas con las cuales hacerse con la brújula. En medio de todo aquel monumental jaleo apareció mi padre con una caja enorme en sus manos, todos pudimos reconocer la caja rápidamente, pero antes de poder decir nada, mi padre, como si de un niño más se tratase, dijo a voz en grito “¿quién me ayuda a montar el Belén?” y como era de esperar los tres enanos empezaron a gritar al unísono y acompañándose con saltos de entusiasmo “yo abuelo yo, yo…” y así, como antaño hubo hecho con nosotros, mi padre se fue al salón a poner el nacimiento en compañía de sus nietos. Mi madre, mi hermano, mi cuñada y yo nos fuimos a la cocina y empezamos a preparar las cosas para comer, mientras manteníamos dos o tres conversaciones simultáneas. “Oye Lucas que grandes están los niños, ¿qué les das para comer?”-“Parece mentira que digas tu eso Natanael, ¡eso va en los genes!”-“Sí, pues buenos genes tenemos en esta familia” dijo mi madre a modo de explicación defensiva “No desde luego Conchi, eso ya lo tenía yo claro el día que me casé con tu hijo” apuntó mi cuñada en tono burlón. “Bueno y tú ¿qué tal estas de lo tuyo?” preguntó mi hermano, algo serio, refiriéndose a lo del coma “¡Bah! eso ya es agua pasada, yo creo que fue exceso de trabajo, llega un momento en que uno esta tan cansado que necesita dormir mucho” expliqué yo cómicamente para quitarle hierro al asunto y dio resultado pues la risotada fue general “Bueno tú es que siempre has sido de dormir mucho ¡eh! Natanael, que me acuerdo yo que a veces para que fueras al colegio tenía que sacarte de la cama con la espátula” riñó mi madre “Bueno ya se a quien se parecen entonces mi hijos” dijo mi cuñada con un tono de alivio sarcástico. “¿Dónde tienes el aceite mamá?”-“Lucas, hijo, ni que fueras nuevo, ahí, en el armario de al lado del frigorífico” y así unas y otras conversaciones se iban abriendo y cerrando hasta que, finalmente la comida quedó acabada y la mesa puesta.
     Al la mañana siguiente, la mañana del día de Noche Buena, llegaron mis dos hermanas, Lucia y Sofía, que habían venido juntas en el autobús, cosa que era muy común en ellas, hacer las cosas juntas, siempre lo habían hecho, y es que se llevaban muy poco tiempo la una con la otra y eran inseparables. Desde hacía unos años habían alquilado un piso donde vivían las dos juntas, y ciertamente no las iba nada mal. La mayor de ellas dos, que eran las pequeñas de la familia, era Lucia, trabajaba de profesora en una escuela de idiomas, había hecho la carrera de filología clásica, y se había especializado en la lengua italiana, que era de lo que ella daba clase, además del latín y el griego. Sofía, la más pequeña de todos, era licenciada en historia del arte, y trabaja en un museo de Madrid como guía para estudiantes y grupos de turistas, ya que también era buena para los idiomas, hablaba a la perfección español, ingles, francés y alemán.  Las dos se parecían bastante, aunque cada cual fuese diferente. Lucia era alta y de complexión normal, con el pelo negro y liso, los ojos marrones claros, color miel, siempre bien maquillada y con sencillez, usaba gafas sin montura, de esas de cristales al aire, y tenía mucho estilo para vestir. Sofía por su parte era mas rebelde en sus formas, el pelo rizado color castaño claro, ojos grises azulados. Tenía un estilo propio a la hora de vestir, amante del arte impresionista como era, usaba ropa de estilos y colores variados y siempre de lo más variopintos, lo que le daba un aire singular, propio, que la hacía única e irrepetible, había que sumar a todo esto su gusto por la música rock, celta y clásica, lo que le hacía aún mas genuina en todo cuanto hacía, en su forma de expresarse y de darse a entender, la verdad es que mi hermana Sofía era toda una joya forjada a sí misma.
     La mañana pasó sin grandes acontecimientos, cada uno enfrascado en la tarea que le correspondía hacer para el buen funcionamiento de la casa, mis sobrinos, quienes, el día anterior, habían montado el Belén, hoy se dedicaban a montar el árbol de navidad, a adornarlo y decorar la casa bajo la mirada atenta de mi padre, que disfrutaba más que ellos con todos aquellos preparativos. Mi hermano Lucas, que era electricista, había traído para este año un enorme juego de luces para ponerlas en el exterior y en ello se mantuvo ocupado todo el día, mi cuñada María, mi hermana Lucía y mi madre pasaron la mañana ultimando compras. Mi hermana Sofía y yo pasamos la mañana limpiando la vajilla de porcelana blanca con motivos azules para la noche, era la que estaba reservada para los días especiales y  el resto del tiempo se hallaba guardada en el desván de la casa, donde abundaba el polvo y la humedad. Sumido en tantos preparativos y con la alegría de estar todos juntos, no había vuelto a pensar en la presencia de aquella “bella luz”. Esto me sorprendió, no había sentido vacío ni soledad, ni tristeza, ni nada que se le pareciera, no obstante, una vez hubimos acabado con todo, me asomé a la terraza superior de la casa de mis padres, desde la que se podía ver el lago, quieto y sereno en la distancia, fue entonces cuando me invadió una extraña sensación de melancolía, mezclada con miedo y curiosidad “¡Qué! fumando aquí en la terraza para que mamá no te diga nada ¡eh!” me dijo mi hermano Lucas, quien subía en ese momento cargado de luces para colocarlas en la terraza, sacándome de mi ensimismamiento a la vez que buscaba dónde enchufar las muchas luces que traía consigo “¿No crees que son muchas luces? Vamos a parecer un puesto de feria mas que una casa” dije entre risas, alejando, ya de paso, al fantasma de la soledad y la duda “Bueno, muchas no sé, pero ya verás que bonito queda cuando anochezca, ayúdame a poner éstas anda, ¡y no fumes tanto, que ya sabes lo poco que me gusta que fumes!” dijo a modo de reprensión y colocamos las luces.
    El olor de la cena invadía toda la casa, mi madre daba los últimos retoques a todo antes de ir a cambiarse para la cena, mi hermano Lucas y mi cuñada se repartían a los niños y mientras una los bañaba el otro los iba vistiendo y advirtiendo de que tuviesen cuidado no se mancharan, mi padre, que como de costumbre ya estaba arreglado para la cena, iba preparando su guitarra para los villancicos, y dejaba en cada una de las sillas de los niños algún instrumento musical para hacer de acompañamiento.    Mis hermanas iban de un lado para otro con la ropa y de más complementos, comentando entre sí lo bonitos que eran sus vestidos y donde los habían comprado. Mientras  tanto yo esperaba mi turno para poder entrar en la ducha. A pesar de todo el trajín que había montado en casa antes de que nos diésemos cuenta ya estábamos todos sentados a la mesa y la comida estaba puesta. La cena fue de lo mas graciosa, mis sobrinos continuamente hacían algo que nos hacía reír y las conversaciones se iban mezclando y entrelazando yendo de unas a otras, del mismo modo que íbamos de un plato a otro. A mitad de cena mi hermano y mi cuñada tomaron la palabra para informar de que esperaban un nuevo hijo, y que esperaban que fuese una niña, mi madre, emocionada, se levantó de su sitio y los llenó de besos, mi padre entonces empezó a preguntar a los demás que para cuándo pensábamos casarnos, fue entonces cuando Ezequiel dijo  “abuelo yo no me voy a casar nunca” lo que arrancó una carcajada de todos. Mi hermana Lucía contó que había conocido a un chico en el trabajo, un compañero, y que bueno, que ahí iban las cosas, que si todo iba bien pronto lo conoceríamos. Sofía también dejó caer que tenía a alguien esperándola en alguna parte. “¿Y tú Natanael no tienes a nadie?” dijo mi madre “No, la verdad es que con el ritmo de vida que llevo no me da tiempo a conocer a mucha gente” contesté sin darle mayor importancia. “Eso viene cuando menos te lo esperas, ya verás como el día que menos lo esperes conoces a la mujer de tu vida” me alentó mi cuñada en tono conciliador “Pues a ver si es verdad porque vamos, yo ya no se que hacer” comenté de forma cómica tratando de desviar el tema, pues era algo que no hablaba desde que lo dejé con Claudia… gracias a Dios el tema se vio desviado cuando mi hermano Lucas recordó que había olvidado encender las luces de la calle, y se levantó para ir a enchufarlas  animándonos a todos a que saliésemos un instante a verlas encendidas para que viésemos lo bonitas que quedaban. “¡Ala!, que bonito mamá” dijo uno de los gemelos a su madre. Ciertamente  era digno de ver, este año la decoración navideña había tocado a su máxima expresión en casa de mis padres “Vamos a ser la envidia del pueblo” dijo Lucas algo emocionado “Vamos a ser el faro del pueblo ¡que no es lo mismo!” dijo mi madre desdeñosamente, y volvimos al calor de la casa a terminar los postres, los brindis, turrones y villancicos.


Sumido En Pensamietos (IX)


      La nieve caía lentamente sobre el alféizar de la ventana de la habitación grande del segundo piso. Mis sobrinos dormían placidos tras la larga noche y  todo el día anterior, el viaje… yo sin embargo seguía despierto, me costó mucho dormir aquella noche, luego tuve un sueño poco profundo e intranquilo, y después, sobre las seis de la mañana nuevamente, me desperté y ya no conseguí dormir mas, pero esto era un hecho al cual me estaba acostumbrando últimamente. Sí, no podía parar de pensar, de recordar, de imaginar como serían hoy las cosas si Claudia y yo aun fuésemos novios. Aun recuerdo como la conocí, la verdad es que fue de una manera un tanto absurda, pero al final fue a resultar la mejor amiga que uno pueda tener. Durante muchos años trabajamos en el mismo edificio de oficinas sin saberlo, pero lo más curioso aun es que durante muchos años vivimos en el mismo edificio de viviendas sin tampoco saberlo, eso es algo muy común en Madrid, al cabo del día ves tanta gente que no siempre sabes a quien tienes a tu lado. Durante cinco años viví en un pisito alquilado, el cual no estaba nada mal, dos habitaciones, un cuarto de baño, salón independiente, cocina… toda ella a estrenar y con posibilidad de compra. Durante cinco años viví allí, en mi pequeña casa de las afueras de Madrid, de alquiler. Pasados los cinco años decidí comprar la casa y hacer un poco de reforma, pinté el salón de color ocre y lo adorné con las más inusuales cosas que me había traído de mis viajes por el mundo, en la entrada al salón quité la puerta y puse una cortina hecha a mano de lana de llama, la cual resultaba muy áspera al tacto pero allí quedaba perfecta,  puse unos silloncitos como de mimbre con almohadones y dos mecedoras de parecido material muy cómodas y que rodeaban una pequeña mesa de bambú decorada con una hermosa marquetería cuyo motivo era un hermoso atardecer en un bello paraje montañoso muy elaborado. Bajo la mesa de bambú puse unos cojincitos que compré en Granada de tipo árabes, y encima de la mesa, a un lado para que se viera el dibujo, una cachimba de tabaco de palma que me trajo mi amiga Ana de su viaje a Túnez. Las paredes de la habitación las pinté de color azul agua marina y el techo lo pinté de azul oscuro con motivos estelares, constelaciones y de mas, una cama de madera de estilo arcaico que me traje del pueblo ocupaba en centro y el fondo de la habitación, y a sus pies puse un baulcito también antiguo y que yo mismo restauré, pues estaba mugriento en el desván de la iglesia del pueblo y el cura lo iba a tirar. La puerta de la cocina la cambié por una que ocupase menos espacio, y planté en su lugar una al estilo del viejo oeste, mas fácil de abrir y cerrar, que ocupaba la mitad de espacio. Por ultimo el cuarto de baño lo hice con azulejos de barro cocido, en color blanco para las paredes y marrón para el suelo, plato de ducha de obra… y en el suelo del baño con fragmentos de azulejos rotos, un pequeño mosaico que yo mismo hice y que representa las fuerzas de los mares. Fue emprendiendo todas estas obras para acomodar mi casa a mi más puro estilo cuando conocí a Claudia, es cierto que ya habíamos coincidido en el ascensor y creo que en la cafetería de la oficina alguna vez, pero ese día me fijé especialmente en ella. Estaba haciendo la puertita para la cocina cuando alguien llamó al timbre de la casa, cuando abrí, esperando encontrarme al albañil, cual fue mi sorpresa al encontrarme a una hermosa mujer frente a mi, estatura media alta, casi tan alta como yo, delgada, pelo castaño rubio, ojos marrones claro, piernas largas y firmes… pude intuir que era buena bailarina, y no me equivoqué en eso… “¿es que no piensas parar de hacer ruido tronco?, son las diez de la mañana y no me dejas dormir” dijo Claudia con voz algo ronca y con cara de cansancio, yo la verdad es que no sabía como reaccionar, primero por el hecho de que yo no me esperaba verla a ella, y menos por que no me esperaba semejante reacción ni a tan hermosa mujer, lo mas significativo fue que no me dejó ni contestarla, se dio la vuelta se montó en el ascensor y se subió al piso de arriba, entró en su casa y cerró la puerta. Esa mañana procuré no hacer mucho ruido con la obra, que para cuando esto pasó ya estaba casi acabada, y así la dejaría dormir. Esa misma noche a las once mas o menos, llamaron de nuevo a la puerta, una vez mas era Claudia, esta vez con cara algo mas despejada, los ojos mas abiertos y mejor tono de voz “solo quería pedirte disculpas… esto… yo… lo siento…esta mañana fui un poco borde contigo, pero es que, llevas un par de semanas que no paras, y bueno, que solo eso, que lo siento” he de reconocer que si me sorprendió su aparición de por la mañana, esta lo hacía aún mas, pero con ello me demostró que, a pesar de todo, hay gente que merece la pena, así que, tragándome un poco la vergüenza  le dije “bueno no te preocupes no pasa nada, tal vez es cierto que me he pasado un poco, pero ya sabes lo que tienen las obras, hacen ruido… esto... ¿sabes?, no conozco a nadie del bloque, y bueno ya llevo aquí cinco años, mi nombre es Natanael ¿tú como te llamas?” fue entonces cuando me dijo su nombre, Claudia, “pues si quieres Claudia cuando acabe la obra y amueble de nuevo la casa pásate un día y tomamos café, así ves el resultado que tantos dolores de cabeza te causa” y así fue, una vez acabada la obra vino un día por casa  a tomar café, la casa le encantó, y según parece el café también, pues desde entonces solíamos quedar a menudo para tomarlo, poco a poco nos fuimos conociendo, descubrimos que trabajábamos en el mismo edificio, que nos gustaban las mismas cosas… cosas así, que hacen que dos se dejen llevar. Estuvimos saliendo dos años, y antes de hacer los tres decidimos dejarlo de mutuo acuerdo, la verdad es que… ahora ya no recuerdo el por qué, pero, a veces la echaba de menos, y mas ahora, en estas fechas, en las que recordaba que el año pasado ella vino conmigo al pueblo… “tengo que llamarla y quedar con ella cuando vuelva a Madrid” pensé para mis adentros, entonces mi sobrino Mario me llamó desde su cama “tío, tío, ¿te has despertado ya? Despiértate tío vamos a jugar con la nieve” cuando me di la vuelta me los encontré a los tres de pie en sus camas esperando a ver que decía… “bueno, vamos, pero no hagáis ruido, no despertemos a nadie”.

De Nuevo en Madrid (X)


La mañana era fría aunque soleada, el año nuevo había empezado con el mismo frío intenso con que el viejo se fue, pero un año más este frío día llegaba cargado de ilusiones proyectos y esperanzas. Madrid estaba casi desierta por completo aun a estas horas, solo los trabajadores de la limpieza pululaban de un lado para otro con sus escobas, carros, palas y vehículos limpiadores. En las cafeterías los pocos clientes veían los saltos de ski mientras desayunaban chocolate caliente con churros, alguno aun llevaba la ropa de fiesta que había usado en la noche anterior, y en sus caras se podía leer el cansancio de una noche de fiesta desenfrenada. Cuando por fin llegué al portal vi el coche de Natanael aparcado en la puerta, el ruido del ventilador aun se oía, por lo que supuse que no hacía mucho que había llegado del pueblo, pues allí era donde él pasaba estas fechas con su familia. “¿Qué haces aquí a estas horas?” fue lo primero que dije al salir del ascensor y encontrarme a Natanael en el descansillo pulsando el timbre de mi puerta “No... nada, sólo quería saber qué tal has pasado estos días, como no tenías así mucho plan...” dijo él algo cortado, por lo que deduje que en verdad quería pedirme algo, pues ya nos conocíamos “Bien, la verdead es que bien, al final me fui con unas amigas y con mi prima a una fiesta en casa de su novio, interesante, ya sabes que a mi las macro fiestas no me van muchos, pero esto ha sido en plan tranquilito, muy bien” dije yo como con tono de indiferencia, dándole a entender que no había sido gran cosas pero que al menos no me quedé sola en casa toda la noche “¡Ah!, pues bien entonces, yo ya sabes, en el pueblo, muy bien, con mis sobrinos no he tenido tiempo de aburrirme, vengo con agujetas de jugar con ellos en la nieve, son terribles, y con mis hermanos muy bien” en su voz pude intuir la tranquilidad y la felicidad que le hacía estar con su familia, pero también la pena por algo que no comprendía “ Y bueno dime ¿querías algo más?” dije yo un poco imperante para que se diera prisa, ya que el sueño me vencía, “No nada mas... bueno sí, si te apetecería que fuésemos hoy a comer por ahí o algo...” dejó caer como si fuera algo que se le acabase de ocurrir “ Pues ya veremos porque yo hoy no he dormido y mañana a trabajar otra vez, además tengo sobras de la cena de ayer aun por aquí, es que este año ha tocado la cena en mi casa, pero si quieres luego te puedes pasar y tomamos algo de café, turrón y de más cosillas ¿qué me dices?” dije yo, ya entre bostezos, “Vale Claudia si no quieres no pasa nada, ya otro día quedamos” dijo el  Natanael con desilusión, “No es eso, anda no te pongas así, es que estoy muerta de sueño, y ya sabes que yo si no descanso soy muy borde, en serio, pásate luego y hablamos, anda, me voy a dormir, hasta luego”.

 
***

   Cuando entré en casa un escalo frío me recorrió el cuerpo, no sé si debido al frío generalizado de mi salón, que había pasado sin calefacción toda la semana anterior, o al hecho de volver a esa casa de colores cálidos en la que la soledad me devoraba desde aquel día en que la sentí por primera vez. Puse la calefacción en marcha y me fui a la habitación para deshacer el poco equipaje que había llevado a casa de mis padres. Sobre el baúl de mi habitación nada, la misma nada que lo envolvía todo, y en mi corazón, una vez más, el profundo deseo de volver a verla, a pesar de no saber aún qué o quién era, ni por qué había decido venir a mí. Después de ponerme algo de ropa cómoda me puse hacer limpieza, no es que hubiera mucho que limpiar, pero tras una semana fuera el polvo se dejaba entre ver en las estanterías y demás muebles. Aproveché que me ponía a hacer limpieza para reordenar mis cajones y hacer hueco para los regalos de reyes, acabado todo esto me senté a leer en una de las mecedoras que había junto a la mesita de bambú, puse un poco de incienso en el quemador y música, al final caí en los brazos de Morfeo y me quedé dormido. “Sí dígame” el sonido del teléfono me despertó de un sobresalto, eran ya las doce de la mañana, “Sí mamá ya he llegado, sí, lo sé lo siento, se me pasó llamarte, es que cuando llegué me puse a hacer cosillas y ya sabes que yo la cabeza la tengo en todas partes menos encima de los hombros, sí mamá sí, no el móvil está en la habitación, ¿qué como es que no lo he oído? Por que me puse a leer en el salón y me quedé dormido, ¿Lucas y los niños llegaron bien? Bueno ya sabes como es Lucas, seguro que el viaje no ha sido para tanto ¿Lucia y Sofía? ¡Ah! Que han ido a ver a los abuelos, pues entonces ahora los llamo y me voy a comer con ellos, aún que he quedado con Claudia para tomar café, pero me dará tiempo, vale mamá, un beso, sí otro para papá, adiós” Después de colgar el teléfono llamé a mi hermana Sofía quien me confirmó que estaban en casa de mis abuelos, le dije que me esperasen que en una media hora estaría allí y me marché. Antes de salir me pasé por la casa de Claudia y le dejé una nota por debajo de la puerta diciéndole donde estaba y que sobre las siete nos veríamos, que si necesitaba algo llevaba el móvil, y me fui. Las calles estaban desiertas, al igual que las carreteras, por lo que tardé poco en llegar a casa de mis abuelos, cuando llegué ya tenían todo y estaban a la mesa, mi abuelo, en broma como de costumbre, me regañó por no haber avisado antes, y mi abuela salió en defensa mía. Mis abuelos nos estuvieron contando sus navidades, este año se habían ido a pasarlas a Granada, pues tenía un tía que vivía allí, decían que allí no hace tanto frío como aquí y que Navidad sin frío no es Navidad, pero que muy bien, que fueron a visitar la Alhambra... “Bueno familia, he de marcharme que he quedado para tomar café y a este paso llego tarde” en ese momento mis hermanas empezaron a reírse y a hacer comentarios entre sí,  consiguiendo lo que querían “¿Qué pasa qué tienes novia?” dijo mi abuela, en respuesta a las risas de mis hermanas “No abuela no, no hagas caso a estas dos que son unas liantas, he quedado con Claudia, ¿te acuerdas de ella?” “¡Ah! Sí, ya se quien es, esa chica que es vecina tuya, ya, ¿pero con esa ya estuviste no?” dijo mi abuela dando a entender que segundas partes nunca fueron buenas “Sí, pero no hay nada, sólo somos amigos y vamos a tomar café” mis hermanas, cómplices como siempre, seguían con sus risitas “Anda vete ya que eres un pesado” dijo mi abuelo “Ya me voy ya, no te enfades” “Si no me enfado, pero es que al final llegas tarde como a todo, que el día que te cases va haber que empezar sin ti” la risotada fue general, desde luego, cómo me conocía mi abuelo “si es que me liáis, me liáis y al final pues no me voy” dije yo excusándome “Que no hables más y te vayas que no llegas” dijo mi hermana Lucía, que estaba sentada en el suelo. Me despedí de todos y me fui. A mitad de camino ya estaba llamándome Claudia al teléfono móvil, me disculpé contándole lo que me había pasado en casa de mis abuelos y “No, si tú siempre igual hijo, te lías con lo que sea, anda que, qué razón tiene tu abuelo, el día que te cases... anda vente para acá” y colgó. 



Un Susurro Tenebroso (XI)




“Yo soy tu inspiración, yo la musa de tus sueños, el tormento de tus pesadillas, soy tu mayor deseo, soy tu mayor miedo, soy todo aquello que amas pero temes, todo eso que odias pero anhelas, todo eso que no entiendes y que buscas. Soy la locura de D. Quijote y la cordura del fiel Sancho, yo la angustia en la soledad, el consuelo en el llanto, la causante de él. Soy la pasión de los amantes, la causa de su dolor, soy la rosa y soy la espina. Soy lo que necesitas y no puedes tener, yo fui la ensoñadora enamorada de Bécquer, yo fui el hielo de su pasión, yo fui la soledad de Manrique, y descrita en Dante, de mi escribió Shakespeare… Yo desencadené la guerra de Troya, yo, cual Eris griega, yo, cual airada Hera, poderosa... ¿aún quieres saber quien soy? ¿aún te preguntas por qué te escogí? Tú me llamaste, yo en ti habito, tú solo no puedes echarme, sólo el amor puede vencerme, pero no lo ves... no te das cuenta. Yo te voy ensimismando, yo te voy dejando solo, y día a día me apodero más y más de ti. Como una marioneta me sirves, y sin saberlo me das tu vida. Como la araña espera paciente yo te sigo, y no puedes ver que tu vuelo se acaba, que cada día te acercas más que ya puedo olerte... y me amas... ¡me amas! Crees en mi belleza, y no ves mi veneno, anhelas mi calor, y no ves el gélido hielo en que vivo, andas por mis sendas y no ves las espinas que te rodean, caminas en mis parajes sin ver el incendio que todo lo devasta, paseas por mis jardines y no ves que no son mas que polvo de hueso y ceniza. Sí, uno más, otro más, uno cualquiera... y crees que eres único, uno más… y te crees afortunado. Sólo eres uno más de los muchos que fueron, de los muchos que son, y de los muchos que serán... las parcas ya tejen tu hilo y pronto te cortan la trama. Tu sensibilidad me alimenta, tu generosidad me fortalece, crees que te amo, y me das asco, repugnancia me causa tu mirada. Sí, sigue amándome, sigue amándome que tu ingenuidad me llena y tu incredulidad me deja la vía libre... ¿Quieres besarme? Lo harás, y como hiciera Adán en el Edén, al hacerlo morirás, pero no sin antes haberte consumido. Como la droga consume el cuerpo, como la muerte consume el cadáver, tu locura me será muy divertida, y tu final será para mí puerta a otros lugares, a otros paraísos que devastar, tú no temas, mi luz te tendrá cegado y cuando la oscuridad te invada, yo estaré ahí para hacerme fuerte. Te daré la claridad de una noche oscura, y en medio de ella robaré tu alma, cortaré tu trama y dejaré al olvido tu recuerdo, a las lagrimas tu persona, a la desesperación tu ser y por último a la tumba tu cuerpo. Pero aún no, aún un tiempo más, aún eres una delicia, aún me deleita tu vuelo... aún más tiempo... sólo un poco más...” 

Escalosfríos (XII)


Desperté en mitad de la noche. La oscuridad lo bañaba todo, mi respiración estaba acelerada, mi corazón latía con la misma velocidad con que lo hace el miedo, el pulso me temblaba de forma incontrolada, la cabeza me dolía. Mis pulmones cogían oxígeno como si fuera la primera vez que lo hacían en toda mi vida, el pecho me dolía al respirar, la violencia de mi respiración hacía que me doliese. En mi vientre podía sentir como si algo me hubiese estado presionando, o como si alguien se me hubiera puesto encima. En mi cuello también notaba presión, como si hubieran tratado de estrangularme mientras dormía, el sudor me empapaba por completo y el frío me invadía. Me levanté corriendo y encendí la luz, miré medio a ciegas pero no vi a nadie, cauteloso me fui hacia el salón, pero sólo encontré el silencio... algo atemorizado me senté en una de las mecedoras, poco a poco mi cuerpo iba recuperando su estado normal, mi respiración se fue calmando a pesar de que el miedo seguía teniéndome en sus brazos, el calor fue volviendo a mi poco a poco. Tenía la mente en blanco, no podía pensar con claridad, mi mente se debatía entre el estar en blanco o pensar en qué hacer, la intranquilidad se mezclaba con la inmovilidad de mis miembros, y la rapidez de mi sangre, con la extraña sensación de que mis nervios no mandaban información alguna al resto del cuerpo. Desencajado, parecía que me viese desde fuera de mi, allí, quieto, en esa mecedora, pero a la vez intranquilo, con ganas de gritar. No sabía que hacer, necesitaba llamar a alguien, necesitaba hablar con alguien pero ¿a quien llamo? A mis padres no, los preocuparía en exceso, ¿a mis hermanos? Conociendo a Lucas se vendría desde su casa hasta la mía conduciendo a toda velocidad, y conduciendo como conduce, lo mas probable era que tuviera un accidente, y mis hermanas... Vivian muy lejos y a estas horas no hay transporte. No, a Claudia tampoco, mañana había que trabajar y ella no tenía por qué aguantar mis tonterías, y menos una pesadilla, pero quería hablar con ella, lo necesitaba...

Intuición Femenina (XIII)


“Algo le pasa a Natanael, no se el qué pero algo le pasa”, me desperté sobresaltada a eso de las tres de la madrugada, una pesadilla muy rara me hizo saltar de la cama, y una extraña intuición, que siempre me había acompañado, me indicaba que Natanael corría peligro o algo malo le estaba ocurriendo, me fui tan rápido como pude a la cocina y me asomé a la ventana de la terracita, desde la que se veía la terraza de la cocina de Natanael, un piso mas abajo. Todo parecía en orden, su terraza y la ventana de su cuarto, ambas orientadas hacia el patio interior, estaban apagadas, por un instante me calmé, “sólo ha sido una pesadilla, estas muy cansada Claudia, no te preocupes” me dije a mi misma. En ese mismo instante se encendió la luz de la habitación de Natanael, pude ver su sombra correr hacia la puerta de la habitación, supuse que iría hacia el salón, por la ventana de la cocina pude ver la claridad de la luz de su salón, entonces volví a sobresaltarme, no supe que hacer, por un momento el miedo me paralizó, algo le pasaba, pero el qué, qué debía hacer. Me dirigí hacia el salón y cogí el teléfono, empecé a marcar pero colgué. Nerviosa me encendí un cigarro, le di dos caladas y corrí hacía mi habitación, me puse la bata, las zapatillas, cogí las llaves y bajé corriendo a casa de Natanael. Ya en su puerta dudé entre llamar al timbre o usar mejor los nudillos, opté por lo segundo dadas las horas que eran. Llamé, nada. Volví  a llamar, esta vez con más fuerza, pero de la casa de Natanael no salía ruido alguno. Empecé a ponerme nerviosa, llamé por tercera vez, esta vez con el puño. Con  cara de asustado y con la respiración entrecortada Natanael abrió la puerta, despacio, hasta que vio que la que la llamaba era yo. Me miró con cara de asombro, alegría, extrañeza y algo de nerviosismo. Lo miré yo también de arriba abajo, estaba pálido, el pulso le temblaba, los ojos los tenía rojos e irritados y su cara con expresión enfermiza. “¿Qué te ocurre, estás bien?” dije a media voz y con gran nerviosismo “No... no lo sé, no sé, no... yo...” Natanael estaba confuso, la voz le temblaba, y su respiración era fatigada, “Entra dentro Natanael, vamos, cuéntame qué es lo que pasa” nos sentamos en el sillón, yo lo miraba preocupada, poco a poco se fue calmando, le fue volviendo el color a la cara. Me encendí un cigarro y le ofrecí otro a él, después me fui a la cocina y preparé té, Natanael tenía un exquisito té que le trajo un amigo que estuvo en la india, y me pareció mejor un té que tomar café, aunque sea un estimulante de igual modo. “Natanael, no me puedo creer lo que me cuentas, en serio, quiero decir, te creo, de hecho algo así me ha pasado a mi, que me he bajado corriendo desde mi casa a la tuya, pero es que esto es todo tan raro, en serio, no sé... ¿Crees que puede tener algo de relación con la extraña mujer? No sé... tal vez debas ir al medico, a lo mejor lo que te ha pasado hoy ha sido un infarto o algo así y si ha sido eso… quién sabe si esa criatura que dices ver no es fruto de...” “No estoy loco Claudia, ¿vale? no lo estoy” me cortó él rápidamente, de forma tajante y con tono severo “Natanael, ya se que no estas loco, acabo de decirte que te creo ¿o es que no me has oído? Pero a lo mejor tienes algo que te causa esos sueños, además, aparte de eso, si lo que te ha dado ha sido un infarto tienes que ir al medico y tratarte de inmediato ¿vale? No digo que estés loco, sólo quiero que estés bien, ya sabes que te quiero” dije, al principio en tono calmado, pero después con todo mi sentimiento e intentando no llorar. La idea de perderle me hacía estremecerme, y a pesar de  no estar ya juntos, no podía evitar quererle. Y aunque fui yo quien decidió que debíamos dejarlo, aún a veces creo que sigo amándole “Prométeme que irás al medico, por favor Natanael, prométemelo, yo te acompaño si quieres, pero por favor, cielo...” me callé de pronto al decir la ultima palabra, y me sorprendí al oírme decírselo de nuevo. Me ruboricé al ver que él levantó la mirada y en sus ojos pude ver el brillo que antaño compartíamos. “Te lo prometo Claudia, de verdad, te lo prometo” Algo pasó en aquel instante, su voz, suave y tranquilizadora me invadió por completo, devolviéndome a aquellos años en que fuimos novios. En  sus ojos, que habían estado apagados desde que empezara a ver al espectro, volví a ver el brillo del que me había enamorado… me percaté entonces de que nos mirábamos a los ojos sin parpadear, fijos los del uno en los de la otra, un escalofrío me recorrió la espalda, apartando la vista tomé un vaso y me serví té. “No te preocupes Claudia, a mi aún a veces también me pasa” dijo Natanael calmadamente y sorbió té de su vasito. “Bueno he de irme, sólo queda una hora para ir a trabajar y yo tengo que arreglarme, si quieres...” “Sí, espérame en el portal por favor” y dándome un beso en la frente se despidió de mi. Una vez mas Natanael me había sorprendido, pareció como si, por dos veces, me leyera la mente, llegué a casa y me metí en la ducha, “Que noche mas rara” pensé, y dejé caer el agua por mi cuerpo durante un rato, para despejarme. A pesar de llevar casi toda la noche en pie no parecía estar cansada, pero de todos modos antes de salir me tomaría un café bien cargado.


Dudas Sólo Dudas (XIV)


Blanco, nada, sólo vacío. Cuando Claudia se fue me quedé con la mirada fija en el lugar que ella había ocupado, con la mente en blanco, sin pensar en nada, sin recordar nada, ajeno a todo, en ese estado lunático que desde hacía meses me invadía, y que en noches como la de hoy se aferraba a mi con mayor intensidad. En ese silencio de mi mente, en ese vacío mental de mi razón pude oír, por primera vez en mi vida, una voz desconocida y que hablaba una lengua extraña, pero que aún cuando no entendía… comprendía. “Todavía la amamos, no lo podemos negar, aunque la razón lo niegue sabes tan bien como yo que no es cierto, llevamos mucho tratando de olvidar, llevamos mucho tratando de ocultar su huella en nosotros, pero no podemos y lo sabes, siempre lo has sabido…  no vale de nada negarlo, porque aún cuando lo niegues, aún cuando digas, lo hemos olvidado, en lo más íntimo de ti mismo siempre sabrás que la amaste, que la amas y que la amaras…” “Me estoy volviendo loco, escucho voces de idiomas que no entiendo pero comprendo lo que dicen, ¡Dios mío! Va tener razón Claudia…” y al decir el nombre de Claudia mi corazón dio un salto, comprendí entonces que la voz extraña de lengua diversa era la voz de mi corazón quien por fin, después de mucho hablarme, alcancé a conocer en el silencio de la noche “ No te confundas, con Claudia hace mucho que no hay nada, la quiero, pero porque somos muy buenos amigos, pero no la amo, eso es agua pasada, ya está olvidado” me dije a mi mismo y a mi corazón, mas éste no pareció inmutarse, siguió latiendo tranquilo, a mis sentidos no llego palabra suya, no obstante podía sentir como dentro de mi, mí ser se dividía y debatía y yo me sentía extrañamente solo e incomprendido. “A este paso me voy a volver paranoico” pensé. En ese momento sonó el reloj del salón, ya era la hora de irse a trabajar, entré en la habitación, me vestí con lo primero que cogí del montón de la ropa planchada, y salí al portal, donde ya estaba Claudia esperándome, el saludo fue un poco raro, distante, tirante, e incluso puede que algo frío, de camino al trabajo la cosa no iba mejor.

***

   No recuerdo ya bien lo que pasó esos días después de lo que fui a llamar “el ataque”, me pasé muchas horas en casa de mis padres, pues el medico de empresa me dio de baja por depresión y mi madre insistió en que me fuera con ellos y, aliada con Claudia, me llevaron allí, donde viví algo así como un arresto domiciliario. Pasaba largas horas sentado con la mirada perdida a lo lejos, con los ojos puestos en el lago… ese lago… y el pensamiento puesto en todo y en nada. Pensarás que estaría ya cansado de este sentimiento insulso, pero la verdad es que no, o no lo sé, no logro recordarlo. Sólo sabía que algo pasaba, ¿el qué? Ojala lo supiera, pero no lo sabía, tenía miedo, estaba nervioso, cansado… dormir no me aliviaba el sueño, comer no me aliviaba el hambre, ni beber me quitaba la sed… encerrado en mi, no podía salir, y como un pez fuera del agua, agonizaba, como quien espera la muerte… pero ésta nunca llegó a su cita. Mis padres se desvivieron por mi en aquellos días, mi madre no sabía que hacer, mi estado pronto invadió toda la casa, ni las rosas del jardín salieron aquel año y esa primavera la maleza invadió la entrada, que estuvo así hasta que llegó mi hermano y se encargó de todo el jardín, en un intento por animar el ambiente.

***

  “¿Qué más podemos hacer Claudia? Yo ya no se como animarlo, está pálido, no ha salido de casa desde que llegó, y de eso hace ya meses, ha adelgazado de forma preocupante, yo ya no se que hacer”- Las lagrimas corrieron a mares de los ojos de Concha el día que fui a ver a Natanael, ella también estaba muy desencajada por todo esto. Natanael poco a poco iba perdiendo las ganas de vivir y nadie, salvo yo, parecía creer saber el por qué… “Los psicólogos no pueden hacer ya nada más y el psiquiatra dice que no hay muestras de nada raro… yo no sé, no sé… Claudia, no lo sé…” siguió diciendo entre el hipo causado por el llanto “Te comprendo Concha de verdad, comprendo tu impotencia y preocupación, déjame hablar con él, creo que no fue buena idea que viniera aquí, tal vez… no lo sé, hablaré con él y que se venga de nuevo a Madrid”. Subí las escaleras que conducían a la parte alta de la casa donde estaban las habitaciones y entré en la habitación de Natanael “Has tardado en subir ¿qué has estado haciendo?” dijo él lúgubremente “He estado hablando con tu madre, está destrozada, ella no merece que la trates así ¿qué pasa contigo? ¿Es que no piensas hablar con nadie?” dije yo en modo imperante “¿Para qué he de hacerlo? ¿Acaso va alguien a creerme o escucharme? ¿Acaso va alguien a entender qué me pasa? ¿Acaso se yo qué pasa? No lo sé Claudia, no lo sé, no sé nada, vivo sin vivir en mi, llevo así ya no se cuanto, y nunca logro ver la luz, estoy en un foso metido, día y noche mis recuerdos se regodean en ella, día a día mis sentidos se estimulan con la soledad y la pena y yo no se qué hacer, no se cómo hacer nada. Mis ojos han olvidado cómo se llora porque ya no tienen lagrimas para hacerlo, mis oídos han olvidado el musical sonido de la risa, y mi piel no recuerda el tacto del aire o del sol…” sus palabras se me clavaban como puñales en el corazón.  El tono de su voz me dolía en los oídos y las lagrimas que él tanto ansiaba caían por mi rostro bañando el suyo, que se encontraba bajo mi pecho pues, movida por un sentimiento de amor, lo abracé y lo estreche contra mi, como si quisiera darle calor, como buscando darle la vida… “No puedes seguir así, no puedes hacerme esto, no puedes… no puedes abandonarme ahora, no puedes dejarte en manos de la pena ahora que sé que a tu lado soy feliz, no puedes dejar que tu corazón muera helado ahora que sé que el mío late sólo si te tiene a ti… te amo Natanael, siempre te he amado, te necesito junto a mi, sin ti mi vida no se vivirla, porque tú eres la luz de mis ojos, el bastón en mi camino, tú eres mi descanso en la fatiga, tú lo eres todo y yo…yo sin ti no sabría ser…” Las lágrimas bajaban cada vez más rápido por mi cara, y golpeaban contra la suya, que, con los ojos atentos, me miraba. Me sequé las lágrimas, mientras él me miraba. Mis lágrimas seguían en su rostro, y sus lágrimas asomaban de nuevo a la superficie. En su inexpresiva mirada veía de nuevo las ganas de brillar… me tomó de la mano, y me besó en los labios, el sabor salado de las lágrimas llegó hasta mi paladar, y la amargura de aquel beso me hizo estremecer. Comprendí su pena. En ese beso me dio todo su ser… “Si me ayudas, si tú me ayudas, podré, si tú caminas a mi lado sabré andar, si tú eres mi refugio sabré hacerlo. Perdóname Claudia, perdóname yo… no puedo más… no puedo amarte, mi amor es amargura…” su voz era aún más triste que antes, sus enrojecidos e hinchados ojos miraban al suelo, sus manos temblaban, en sus sienes se sentía el latir de su corazón ahogado. “No me importa que no me ames, no me importa que no quieras o puedas hacerlo, me importas tú y no puedo vivir si tú no estas bien. Necesito que salgas de esto, porque si no la pena acabará por consumirme a mí también. No te pido que me ames, sólo te digo que me dejes amarte, que me dejes sanar las heridas que ese fantasma crea en ti. Sólo te pido que me dejes disfrutar de tus ojos, del calor de tu mirada, sólo te pido que vuelvas a ser tú, que vuelvas a ser mi felicidad, mi vida…”





Consecuencias (XV)


Cómo podré agradecer todo lo que en aquellos días hiciste por mi querida Claudia, cómo podría pagar todo lo maravilloso que me hacías sentir cada día, y sin recibir de mi nada. Ahora lo veo, ahora veo todo lo que hiciste. Ahora, ahora comprendo el valor de la amistad, que el amor puede más que la muerte misma. Porque estaba muerto, lo sabes, pero tu amor me devolvió a la vida, cuando no lo merecía, cuando nadie daba ya nada por mi, y nunca te di nada, nunca me pediste nada, sólo que fuera feliz, sólo que te dejase amarme… no hay amor más grande, que el que tú mostraste entonces.
 
***

     Pronto, Natanael fue saliendo del paso, y menos mal, por que pensé que lo perdía, lo perdí una vez y no quería volverlo a perder, aunque lo dejamos de mutuo acuerdo, creo que en el fondo ninguno de los dos quería hacerlo y ahora parecía tarde. Fue mi culpa, aunque él piense que no, pero sí.
     Verlo mas animado me ayudó mucho, hizo que por fin me sintiera bien en mucho tiempo, muy liberada, no obstante seguí llorando muchas noches, pero el maquillaje hace milagros y creo que nadie lo notó. Los días se fueron haciendo más llevaderos, el verle sonreír me llenaba cada día y mi esperanza en volver renacía cada día con mayor fuerza. Me sentía como una niña enamorada por primera vez y a la vez sentía el dolor del corazón traspasado, del amor que no se sabe amado… pero yo lo había elegido así… era mi vida o la tuya y opté por la que mas amaba, la tuya…