jueves, 4 de octubre de 2012

Recuerdos (V)


      El correo se amontonaba en el buzón de la casa de Natanael. Desde  que se fue a pasar unos días al pueblo nadie sabía nada de él, algunos decían que se había ido al pueblo para siempre, pues muchas veces había dicho que lo echaba de menos, pero… irse así, sin avisar… no creo, además ¿cómo iba a irse? Y el trabajo qué, ¿qué pasaba con su trabajo? Aunque una cosa era cierta, no lo veía ni siquiera para ir a trabajar, y eso es raro porque siempre cogíamos el metro juntos ya que trabajábamos en el mismo edificio, pero desde hacía tres meses, nada, ni a la hora de ir ni a la hora de volver. Como tampoco respondía al móvil, que ya ni siquiera estaba en funcionamiento, fui a pensarme lo peor, pero no, gracias a Dios no había muerto, aunque, según me dijo él mismo tiempo después, poco pareció haberle faltado.
      Natanael no era el mismo desde lo del “accidente” del lago, se pasaba la mayor parte del tiempo pensativo, con expresión de cansado, confuso,  a veces me atrevería a decir que nervioso. Pasaba todo el día tratando de recordar aquella noche. En el trabajo, cuando por fin pudo reincorporarse, rendía mucho menos que antes, y con los compañeros de trabajo ya no tenía la misma actitud. Yo, por mi parte, supe desde el primer momento en que hablé con él que algo no iba bien, sin duda, algo había sucedido. Su alegría de antes había desaparecido, la armonía que antaño sus ojos, de color castaño, emanaban en forma de sutil brillo en sus pupilas, se había desvanecido y en su lugar brillos como de tristeza y llanto se erigían en medio de sus preciosos y expresivos ojos. En su voz se podía intuir la perplejidad de que era portador, se podía entrever, en su forma de hablar, el entramado de pensamientos y recuerdos en que se hallaba sumido, en su busca de la respuesta a la pregunta que, una y otra vez, se formulaba a sí mismo.
 Al principio pensé que todo cuanto le sucedía era cosa normal después de un periodo de coma como el suyo, tras el que la mente trata de recuperar el tiempo que, en cierto modo, ha perdido, pero no parecía ser esta la situación de Natanael.
    “No Claudia, en serio, me encuentro bien, no tengo la sensación de tener que recuperar el tiempo perdido, ya ves tú lo que han cambiado las cosas en un mes…no necesito que me ayudes a hacer las cosas de la casa mujer que no he perdido las manos ni nada por el estilo… anda venga no te enfades, no he querido ser borde, discúlpame… ¿lo arreglamos con una cena?... venga Claudia no te hagas de rogar que nos conocemos, esta noche a las diez en mi casa, tú traes el champán”. Éstas fueron las palabras que me dijo Natanael el día que decidí preguntarle qué le ocurría, he de reconocer que a pesar de sus insistencias en su buen estado de ánimos y salud, y su jovialidad al hablar, no le hice caso, y seguí con mis dudas sobre ello. Jamás imaginé que esa misma noche, en la cena que Natanael preparó para los dos, fuera a poder comprobarlo.
      Llegué a la casa de Natanael a las diez menos cuarto, a pesar de mi pronta llegada no lo pillé por sorpresa, cuando llegué él ya estaba preparado y tenía todo dispuesto para la cena, nada de tipo romántico, lo nuestro no funcionó en su día, y lo de hoy no era un intento de reconstruirlo, no obstante, he de reconocer que aquella noche estaba todo especialmente bien hecho. Natanael vestía un pantalón blanco con rayas color ocre, una camisa a juego con rayas rojas, la cual llevaba desabrochada, y una camiseta gris azulada, zapatos marrón claro y el pelo, de color negro como las plumas de un cuervo, peinado de punta y tan corto como siempre. Yo, por mi parte, para la cena me puse una camisa de tirantes de color azul pastel, pendientes y bolso a juego, un collar blanco y unos pantalones vaqueros de color azul claro desgastado. La cena fue sencilla pero muy a mi gusto. Desde luego no podría negar lo bien que me conocía. De primero ensalada de lechuga con tomate, atún, espárragos, queso fresco y con el aliño justo. De segundo me deleitó con un delicioso plato, filetes de pollo a la nata en hojaldre, en su punto de horneado. Todo ello acompañado de un buen vino lambrusco. De postre sirvió tarta de manzana, la cual me reconoció que no había hecho él, pues era un gran cocinero y en especial para los dulces, pero que de igual modo estaba riquísima. Después de la cena nos sentamos en el sofá a charlar un poco, fue entonces cuando yo quise saber… y cual fue mi sorpresa al enterarme de lo sucedido.
“¿Quieres decirme que anoche te volvió a suceder?” dije yo con tono de incredulidad y asombro -“Sí Claudia, anoche por fin logré recordar lo que sucedió en el lago aquella noche, bueno, más que recordarlo yo, ella vino de nuevo a decírmelo” no sabía si creer lo que decía o pensar que lo hacia para tomarme el pelo, pero la tranquilidad en sus ojos, la seriedad en su rostro y la firmeza de sus voz lograron convencerme y despertar mi curiosidad-“¿y que pasó?”- dije tratando de ocultar la ansiedad de mi tono de voz -“Primero soñé, a modo de recordatorio, con nuestro encuentro en el lago, después creo que desperté y allí estaba ella, sentada en el baúl que tengo a los pies de la cama. Una vez más me miraba con sus ojos color de agua, un calor como de otro mundo me llenó de pronto. Al contrario que la primera vez que la vi esta vez estaba más calmado y ella también parecía estarlo. Me miraba y en sus ojos, encendidos con la fuerza del fuego a pesar de su color azul intenso, pude intuir el brillo de la confianza, de lo familiar. Pronuncié la pregunta que tanto ansiaba hacerle, pero no obtuve resultado, de mis labios no salió palabra alguna, mis cuerdas vocales no produjeron sonido reconocible. Por un momento temí haberme quedado mudo, pero ella, quien pareció leer mis pensamientos, me hizo entender que no pasaba nada. No sé cómo lo hizo, no oí su voz, pero en mi interior nació la certeza de que no debía preocuparme, que todo, a su debido tiempo. Después se fue apagando como la luz de una lámpara que se queda sin aceite, hasta que desapareció en la nada de la nocturna oscuridad…”- Natanael me miraba como esperando un gesto de aprobación por mi parte, pero yo me hallaba boquiabierta y en estado de shock, me costó un poco articular las palabras, pero finalmente pude preguntarle lo que mi curiosidad tanto quería saber - “¿Quién crees que puede ser?”-“No logro imaginar quién pueda ser, pero sea quien sea, estuvo conmigo en el hospital hasta tres días antes de despertar, después se fue sin decir dónde iba, pero avisó de que despertaría, y cuando el medico vino a mi habitación, pasados tres días, me encontró despierto” en sus ojos había un atisbo de curiosidad y de melancolía, yo, que seguía estupefacta con lo que me contaba, seguí preguntando como ajena a todo lo demás -“¿Crees que pueda ser un fantasma?” ya no me preocupaba por disimular mi curiosidad, sencillamente preguntaba -“No lo sé, pero lo dudo, desde luego no es una fuerza del mal, proviene de un bien supremo, pues su sola presencia, llena… y su ausencia hace que el alma huya en su busca” su respuesta me puso los pelos de punta, su voz pareció cambiar por un instante. Un escalofrío me recorrió el cuerpo a la vez que su voz me tranquilizaba y reconfortaba -“Es por eso por lo que te pasas las horas como triste y preocupado” dije a modo de resolución a mis preocupaciones -“La verdad es que ahora estoy más calmado, ya sé qué ocurrió en el lago aquella noche, y aunque no se por qué acabé en coma, sí se que ocurrió. El no recordarlo me tenía intrigado, ya que no lograba recordar el hecho en si del encuentro, pero si sentía su indeleble huella en mi ser. No obstante ahora mi ser más íntimo sigue fugado en busca de tan maravillosa criatura, y creo que no descansará hasta encontrarla” cada vez su voz se volvía más profunda, sin duda hablaba desde lo más hondo de su ser. En sus ojos podía leerse cada sentimiento que sus palabras expresaban y en mí la curiosidad y la inquietud crecían por momentos -“¿Y si no la encuentras?”-“Entonces iré yo mismo en busca de mi alma, pues aún siendo sólo un reflejo de luz, una ilusión en el tiempo, aún siendo sólo un imposible en este mundo… me ha robado el corazón”… Con estas palabras finalizó su relato. Cuando nos quisimos dar cuenta el reloj de su salón daba las dos de la madrugada, apuré el último trago de champán, me fumé lo que quedaba de cigarro y me fui a mi casa, no sin antes despedirme de Natanael, quien, como de costumbre, me había sorprendido una vez más.

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