El correo se
amontonaba en el buzón de la casa de Natanael. Desde que se fue a pasar
unos días al pueblo nadie sabía nada de él, algunos decían que se había ido al
pueblo para siempre, pues muchas veces había dicho que lo echaba de menos,
pero… irse así, sin avisar… no creo, además ¿cómo iba a irse? Y el trabajo qué,
¿qué pasaba con su trabajo? Aunque una cosa era cierta, no lo veía ni siquiera
para ir a trabajar, y eso es raro porque siempre cogíamos el metro juntos ya
que trabajábamos en el mismo edificio, pero desde hacía tres meses, nada, ni a
la hora de ir ni a la hora de volver. Como tampoco respondía al móvil, que ya
ni siquiera estaba en funcionamiento, fui a pensarme lo peor, pero no, gracias
a Dios no había muerto, aunque, según me dijo él mismo tiempo después, poco
pareció haberle faltado.
Natanael no era el
mismo desde lo del “accidente” del lago, se pasaba la mayor parte del tiempo
pensativo, con expresión de cansado, confuso, a veces me atrevería a
decir que nervioso. Pasaba todo el día tratando de recordar aquella noche. En
el trabajo, cuando por fin pudo reincorporarse, rendía mucho menos que antes, y
con los compañeros de trabajo ya no tenía la misma actitud. Yo, por mi parte,
supe desde el primer momento en que hablé con él que algo no iba bien, sin
duda, algo había sucedido. Su alegría de antes había desaparecido, la armonía
que antaño sus ojos, de color castaño, emanaban en forma de sutil brillo en sus
pupilas, se había desvanecido y en su lugar brillos como de tristeza y llanto
se erigían en medio de sus preciosos y expresivos ojos. En su voz se podía
intuir la perplejidad de que era portador, se podía entrever, en su forma de
hablar, el entramado de pensamientos y recuerdos en que se hallaba sumido, en
su busca de la respuesta a la pregunta que, una y otra vez, se formulaba a sí
mismo.
Al principio pensé que todo cuanto le
sucedía era cosa normal después de un periodo de coma como el suyo, tras el que
la mente trata de recuperar el tiempo que, en cierto modo, ha perdido, pero no
parecía ser esta la situación de Natanael.
“No Claudia, en serio, me
encuentro bien, no tengo la sensación de tener que recuperar el tiempo perdido,
ya ves tú lo que han cambiado las cosas en un mes…no necesito que me ayudes a
hacer las cosas de la casa mujer que no he perdido las manos ni nada por el
estilo… anda venga no te enfades, no he querido ser borde, discúlpame… ¿lo
arreglamos con una cena?... venga Claudia no te hagas de rogar que nos
conocemos, esta noche a las diez en mi casa, tú traes el champán”. Éstas fueron
las palabras que me dijo Natanael el día que decidí preguntarle qué le ocurría,
he de reconocer que a pesar de sus insistencias en su buen estado de ánimos y
salud, y su jovialidad al hablar, no le hice caso, y seguí con mis dudas sobre
ello. Jamás imaginé que esa misma noche, en la cena que Natanael preparó para
los dos, fuera a poder comprobarlo.
Llegué a la casa
de Natanael a las diez menos cuarto, a pesar de mi pronta llegada no lo pillé
por sorpresa, cuando llegué él ya estaba preparado y tenía todo dispuesto para
la cena, nada de tipo romántico, lo nuestro no funcionó en su día, y lo de hoy
no era un intento de reconstruirlo, no obstante, he de reconocer que aquella
noche estaba todo especialmente bien hecho. Natanael vestía un pantalón blanco
con rayas color ocre, una camisa a juego con rayas rojas, la cual llevaba
desabrochada, y una camiseta gris azulada, zapatos marrón claro y el pelo, de
color negro como las plumas de un cuervo, peinado de punta y tan corto como
siempre. Yo, por mi parte, para la cena me puse una camisa de tirantes de color
azul pastel, pendientes y bolso a juego, un collar blanco y unos pantalones
vaqueros de color azul claro desgastado. La cena fue sencilla pero muy a mi
gusto. Desde luego no podría negar lo bien que me conocía. De primero ensalada
de lechuga con tomate, atún, espárragos, queso fresco y con el aliño justo. De
segundo me deleitó con un delicioso plato, filetes de pollo a la nata en
hojaldre, en su punto de horneado. Todo ello acompañado de un buen vino
lambrusco. De postre sirvió tarta de manzana, la cual me reconoció que no había
hecho él, pues era un gran cocinero y en especial para los dulces, pero que de
igual modo estaba riquísima. Después de la cena nos sentamos en el sofá a
charlar un poco, fue entonces cuando yo quise saber… y cual fue mi sorpresa al
enterarme de lo sucedido.
“¿Quieres decirme que anoche te volvió a
suceder?” dije yo con tono de incredulidad y asombro -“Sí Claudia, anoche por
fin logré recordar lo que sucedió en el lago aquella noche, bueno, más que
recordarlo yo, ella vino de nuevo a decírmelo” no sabía si creer lo que decía o
pensar que lo hacia para tomarme el pelo, pero la tranquilidad en sus ojos, la
seriedad en su rostro y la firmeza de sus voz lograron convencerme y despertar
mi curiosidad-“¿y que pasó?”- dije tratando de ocultar la ansiedad de mi tono
de voz -“Primero soñé, a modo de recordatorio, con nuestro encuentro en el
lago, después creo que desperté y allí estaba ella, sentada en el baúl que
tengo a los pies de la cama. Una vez más me miraba con sus ojos color de agua,
un calor como de otro mundo me llenó de pronto. Al contrario que la primera vez
que la vi esta vez estaba más calmado y ella también parecía estarlo. Me miraba
y en sus ojos, encendidos con la fuerza del fuego a pesar de su color azul
intenso, pude intuir el brillo de la confianza, de lo familiar. Pronuncié la
pregunta que tanto ansiaba hacerle, pero no obtuve resultado, de mis labios no
salió palabra alguna, mis cuerdas vocales no produjeron sonido reconocible. Por
un momento temí haberme quedado mudo, pero ella, quien pareció leer mis
pensamientos, me hizo entender que no pasaba nada. No sé cómo lo hizo, no oí su
voz, pero en mi interior nació la certeza de que no debía preocuparme, que
todo, a su debido tiempo. Después se fue apagando como la luz de una lámpara
que se queda sin aceite, hasta que desapareció en la nada de la nocturna
oscuridad…”- Natanael me miraba como esperando un gesto de aprobación por mi
parte, pero yo me hallaba boquiabierta y en estado de shock, me costó un poco
articular las palabras, pero finalmente pude preguntarle lo que mi curiosidad
tanto quería saber - “¿Quién crees que puede ser?”-“No logro imaginar quién
pueda ser, pero sea quien sea, estuvo conmigo en el hospital hasta tres días
antes de despertar, después se fue sin decir dónde iba, pero avisó de que
despertaría, y cuando el medico vino a mi habitación, pasados tres días, me
encontró despierto” en sus ojos había un atisbo de curiosidad y de melancolía,
yo, que seguía estupefacta con lo que me contaba, seguí preguntando como ajena
a todo lo demás -“¿Crees que pueda ser un fantasma?” ya no me preocupaba por
disimular mi curiosidad, sencillamente preguntaba -“No lo sé, pero lo dudo,
desde luego no es una fuerza del mal, proviene de un bien supremo, pues su sola
presencia, llena… y su ausencia hace que el alma huya en su busca” su respuesta
me puso los pelos de punta, su voz pareció cambiar por un instante. Un
escalofrío me recorrió el cuerpo a la vez que su voz me tranquilizaba y
reconfortaba -“Es por eso por lo que te pasas las horas como triste y
preocupado” dije a modo de resolución a mis preocupaciones -“La verdad es que
ahora estoy más calmado, ya sé qué ocurrió en el lago aquella noche, y aunque
no se por qué acabé en coma, sí se que ocurrió. El no recordarlo me tenía
intrigado, ya que no lograba recordar el hecho en si del encuentro, pero si
sentía su indeleble huella en mi ser. No obstante ahora mi ser más íntimo sigue
fugado en busca de tan maravillosa criatura, y creo que no descansará hasta
encontrarla” cada vez su voz se volvía más profunda, sin duda hablaba desde lo
más hondo de su ser. En sus ojos podía leerse cada sentimiento que sus palabras
expresaban y en mí la curiosidad y la inquietud crecían por momentos -“¿Y si no
la encuentras?”-“Entonces iré yo mismo en busca de mi alma, pues aún siendo
sólo un reflejo de luz, una ilusión en el tiempo, aún siendo sólo un imposible
en este mundo… me ha robado el corazón”… Con estas palabras finalizó su relato.
Cuando nos quisimos dar cuenta el reloj de su salón daba las dos de la
madrugada, apuré el último trago de champán, me fumé lo que quedaba de cigarro
y me fui a mi casa, no sin antes despedirme de Natanael, quien, como de
costumbre, me había sorprendido una vez más.
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