jueves, 4 de octubre de 2012

Y Después... ¿Nada? (IV)


    
La vaciedad y la tristeza seguían mandando en mi vida. Sabía que algo había pasado aquella noche en el lago, pero no lograba recordar el qué. Trataba de hacer memoria, desde la cama del hospital, de qué hice aquella noche, pero no lograba reacordar más que… que me quedé dormido a las orillas del lago. “No pudo ser un sueño, no, de serlo lo recordaría siempre fui bueno para eso”. Me esforzaba por recordar, pero nada volvía a mi mente, sólo el confuso recuerdo de una celestial música y la presencia que me había robado el alma. Pero esa noche volvió mi alma a mí, recuerdo sentirla de nuevo tan dentro y no obstante, hoy, ya no estaba.
     “Ha sufrido una conmoción, no se si saldrá del coma, ahora  debe descansar. Para cualquier cosa avise usted al control de enfermería con este botón, si despierta avísenos de inmediato”. Oí que decía el que debía ser el medico a alguien que se hallaba conmigo y que, fuera quien fuese, nunca respondió hablando, puesto que no lo escuche, y cuando por fin desperté, no había nadie. Un mes en coma, un mes acompañado por alguien de quien no se nada. Durante ese tiempo recuerdo capítulos vagos, a veces oía al equipo medico hablar y divagar sobre mi futuro y las secuelas que esto pudiera dejarme, otras veces sólo oía el pitido de las muchas maquinas a las que me tenían conectado, y la mayor parte del tiempo… el silencio más absoluto y la oscuridad más negra. La nada que llenaba mi ser era lo único que intuí verdaderamente a lo largo de aquel mes en coma, del cual salí, de la misma forma que entré, sin saber como.
   “Le repito doctor que no sé de quién me habla. No conozco a nadie que responda a esa descripción, y no, no sé por qué me acompañó hasta los días previos a mi despertar”… “ya se lo he dicho, no recuerdo haberme golpeado, además usted mismo ha dicho que no hay marcas externas de golpe alguno. Sólo recuerdo haberme quedado dormido a orillas del lago y despertar finalmente aquí, no se qué pudo ocasionar el coma, pero desde luego no me caí de ninguna parte” Los interrogatorios de los médicos se hacían cada día mas pesados. Constantemente  me preguntaban lo mismo, tuve que enfrentarme a numerosos reconocimientos y otros tantos escáneres encefálicos que, finalmente, determinaron aquello que yo ya sabía: no sufría de amnesia u otra perdida de memoria o secuela mayor que no fuera la debilidad muscular causada por un mes de inactividad y postramiento en la cama de aquella fría habitación de la unidad de cuidados intensivos.
    Según me contó mi hermano, una vez hube salido de la unidad de cuidados intensivos y fui llevado a la habitación de la planta del hospital, la noche que salí a dar un paseo por el pueblo no volví a casa, por lo que, preocupados, fueron a buscarme. Conociéndome como lo hace mi hermano pronto supo dónde encontrarme, y así fue. Dice que me encontró dormido a orillas del lago, bajo un chopo, y que tras muchos intentos por despertarme con inútil resultado, decidió llamar a una ambulancia, temiendo que me pasara algo. Le pregunté por la joven que el doctor me había descrito, y la cual desapareció tres días antes de mi despertar. Mi hermano me miró con cara de asombro, nadie había logrado acercarse a mí más allá del cristal que así lo dispone, ¿como pues  pondría alguien, y más aun, una extraña, acercarse tanto a mí? Y lo más intrigante ¿por qué se fue tres días antes de mi despertar y después… nada?


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