La vaciedad y la tristeza seguían mandando en mi
vida. Sabía que algo había pasado aquella noche en el lago, pero no lograba
recordar el qué. Trataba de hacer memoria, desde la cama del hospital, de qué
hice aquella noche, pero no lograba reacordar más que… que me quedé dormido a
las orillas del lago. “No pudo ser un sueño, no, de serlo lo recordaría siempre
fui bueno para eso”. Me esforzaba por recordar, pero nada volvía a mi mente, sólo
el confuso recuerdo de una celestial música y la presencia que me había robado
el alma. Pero esa noche volvió mi alma a mí, recuerdo sentirla de nuevo tan
dentro y no obstante, hoy, ya no estaba.
“Ha sufrido una
conmoción, no se si saldrá del coma, ahora debe descansar. Para cualquier
cosa avise usted al control de enfermería con este botón, si despierta avísenos
de inmediato”. Oí que decía el que debía ser el medico a alguien que se hallaba
conmigo y que, fuera quien fuese, nunca respondió hablando, puesto que no lo
escuche, y cuando por fin desperté, no había nadie. Un mes en coma, un mes
acompañado por alguien de quien no se nada. Durante ese tiempo recuerdo
capítulos vagos, a veces oía al equipo medico hablar y divagar sobre mi futuro
y las secuelas que esto pudiera dejarme, otras veces sólo oía el pitido de las
muchas maquinas a las que me tenían conectado, y la mayor parte del tiempo… el
silencio más absoluto y la oscuridad más negra. La nada que llenaba mi ser era
lo único que intuí verdaderamente a lo largo de aquel mes en coma, del cual
salí, de la misma forma que entré, sin saber como.
“Le repito doctor que no sé de quién
me habla. No conozco a nadie que responda a esa descripción, y no, no sé por
qué me acompañó hasta los días previos a mi despertar”… “ya se lo he dicho, no
recuerdo haberme golpeado, además usted mismo ha dicho que no hay marcas
externas de golpe alguno. Sólo recuerdo haberme quedado dormido a orillas del
lago y despertar finalmente aquí, no se qué pudo ocasionar el coma, pero desde
luego no me caí de ninguna parte” Los interrogatorios de los médicos se hacían
cada día mas pesados. Constantemente me preguntaban lo mismo, tuve que
enfrentarme a numerosos reconocimientos y otros tantos escáneres encefálicos
que, finalmente, determinaron aquello que yo ya sabía: no sufría de amnesia u
otra perdida de memoria o secuela mayor que no fuera la debilidad muscular
causada por un mes de inactividad y postramiento en la cama de aquella fría
habitación de la unidad de cuidados intensivos.
Según me contó mi hermano, una
vez hube salido de la unidad de cuidados intensivos y fui llevado a la
habitación de la planta del hospital, la noche que salí a dar un paseo por el
pueblo no volví a casa, por lo que, preocupados, fueron a buscarme. Conociéndome
como lo hace mi hermano pronto supo dónde encontrarme, y así fue. Dice que me
encontró dormido a orillas del lago, bajo un chopo, y que tras muchos intentos
por despertarme con inútil resultado, decidió llamar a una ambulancia, temiendo
que me pasara algo. Le pregunté por la joven que el doctor me había descrito, y
la cual desapareció tres días antes de mi despertar. Mi hermano me miró con
cara de asombro, nadie había logrado acercarse a mí más allá del cristal que
así lo dispone, ¿como pues pondría alguien, y más aun, una extraña,
acercarse tanto a mí? Y lo más intrigante ¿por qué se fue tres días antes de mi
despertar y después… nada?
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