Aquella tarde volvió más temprano que de
costumbre, llegaba con las manos frías y el paraguas chorreando, en su cara se
podía leer el cansancio de un día de trabajo, y en sus ojos la duda y la
angustia de seguir esperando algo que no alcanzaba a comprender y que temía y
anhelaba al mismo tiempo. Tomó su paraguas y lo dejó en la terracita de la
pequeña cocina, abierto para que escurriera, y se fue hacía su habitación, al
fondo del pasillo, a cambiarse de ropa. Cuando salió hizo algo de lo que hasta
ahora no me había dado cuenta: miró dos veces tras de sí, al baúl donde me vio
por última vez, antes de salir y apagó la luz. Se sentó en el sillón y puso
música para descansar. Allí, sentado en su sillón, con la luz baja, se quedaba
transpuesto unos momentos, algunos días daba alguna cabezada antes de ponerse a
preparar la cena, y otras veces, sencillamente, descargaba su mente de asuntos
laborales y viajaba a lugares donde los teléfonos no sonasen, los coches no
pitaran… era en esos momentos cuando yo, vestida de invisibilidad, sin darme a
sentir en modo alguno, me acercaba a él y lo conocía. Exploraba su mente,
viajaba a través de su subconsciente... En alguna ocasión sí pudo intuirme,
pero nunca llegó a estar seguro de si estaba o no en su salón, observándole… De
su mente salían miles de ideas y pensamientos. En sus recuerdos podía ver
caras, oír voces y conversaciones de hacía tiempo, las cuales aún seguían ahí.
Podía intuir sus deseos y, de su subconsciente, de la parte más honda y oculta
del hombre, podía descubrir su deseo de volver a verme, de poder conocerme y
estrecharme entre sus brazos… En esos momentos era capaz de navegar por sus
sueños más ocultos y ver allí sus miedos y temores… “qué débil es el ser
humano, qué vulnerable es ante quien no tiene secretos, qué maleable es ante
quien lo conoce… y qué miserable tantas veces ante quien no quiere que se vaya…
vendidos a quien, de él lo más mínimo conoce, cuando ni ellos mismos saben
quienes son… atados a otros por lazos de afecto que no siempre son lo que
parecen y que, en tantas ocasiones, son de frágil condición que se rompen
rápido y todo por no sufrir… y no ven que el sufrimiento es algo que va ligado
a su propio ser, que al final, todas las ataduras que emprenden por vivir, son
las que se le vuelven en su contra y lo obligan a aprender a sobrevivir…”estas
cosas pensaba mientras, poco a poco, iba indagando más y más en su pobre
humanidad. Sabía lo mucho que ansiaba volver a verme, sabía que necesitaba de
mi, sabía que vagaba sin rumbo en mi busca, pero aún no me iba a presentar, aún
era pronto, iba a seguir tejiendo en rededor de él una fina pero firme red,
como la araña teje su tela y espera paciente que su presa caiga… todavía un
poco más…
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