Las carreteras estaban casi intransitables, la
nieve había cubierto todo y era necesario el uso de cadenas para poder llegar
al pueblo. Un año mas la lotería de navidad no había dejado gran cosa en mis
manos y, como era costumbre, volvía al pueblo para pasar con mis padres,
hermanos y sobrinos la
Noche Buena y la Navidad. El viaje fue tranquilo a pesar de la
lentitud que debía llevar para circular, los atascos eran monumentales, hasta
que salí de la carretera general y me incorporé a la pequeña carretera que
conducía al pueblo. No podía evitar pensar en aquella noche del verano cuando,
en el pueblo, a las orillas de mi querido lago, la vi por primera vez, pero
también pensaba en mi familia, en lo grandísimos que estarían ya mis sobrinos,
y en las ganas que tenía de ver de nuevo a mis padres, a quienes no veía desde
finales de octubre. Ellos, al jubilarse, dejaron Madrid para volverse al
pueblo. Yo, por mi trabajo, no podía escaparme muy a menudo para verlos. Cuando
por fin llegué a la casa de mis padres me sorprendió ver que no era yo el
último en llegar, normalmente solía serlo, pero este año llegaba el primero.
Dejé el coche frente a la puerta de la casa y, antes de que pudiese descargar
mi maleta, ya estaba mi madre a la puerta dándome la bienvenida a gritos,
animándome a darme prisa en entrar en casa ya que el frió exterior era
excesivo. Dentro tenían la chimenea puesta. Entré y dejé en la entrada el
abrigo y la maleta, abracé a mi madre, que estaba tan guapa como siempre, con
su pelo encanecido, su sonrisa de abuela bonachona y sus ojos negros y calidos,
encendidos por la alegría de verme de nuevo. Después me dirigí hacia el salón
donde estaba mi padre atareado con la leña y el fuego de la chimenea, lo vi tan
bien como siempre, casi totalmente calvo, con los ojos cansados, algo más
delgado quizá, pero bien no obstante, su cara estaba serena, como acostumbraba
él, y aunque bien sé lo mucho que se alegraba de verme, no mostró mayor signo
de ello que una disimulada sonrisa. “¿Este año llego el primero?” dije a mi
madre que iba de un lado para otro haciendo mil cosas a la vez -“pues eso
parece, tu hermano acaba de llamar que están en un atasco y que llegarían
después de comer, y tus hermanas llegan mañana, se vienen juntas en el
autobús”. Subí mi equipaje a la planta superior, donde este año habían colocado
las camas para mi y mis sobrinos en la habitación grande, a mis hermanas esta
vez les tocaba dormir en la pequeña, que tiene dos camas, y para mi hermano y
mi cuñada la habitación de matrimonio de la planta superior. Mis padres
dormirían en la pequeña habitación de matrimonio que había junto a la entrada,
en la planta baja, y que normalmente está reservada para las visitas. “Vamos,
acompáñame hacer la compra, este año con tanta nieve no me ha dado tiempo a ir,
llevamos dos días limpiando de nieve la entrada, no sabes cómo se ha puesto
todo de nieve, ¡hasta arriba! No dábamos a basto entre tu padre y yo” dijo mi
madre nada mas volver de dejar mis cosas, con énfasis y una mezcla de
cansancio, al mencionar lo de la nieve -“puedo hacerme una idea madre, no te
imaginas como está la carretera para venir aquí, los campos están cubiertos de
nieve por completo” le contesté, mientras me embuchaba en mi abrigo y me calaba
guantes y bufanda. “ahora venimos Pedro, vamos a comprar Natanael y yo” gritó
mi madre desde la entrada casi a la vez que cerraba la puerta -“Mamá, creo que
papá no te ha oído”-“Sí, sí que me ha oído, y si no, cuando no nos vea por la
casa se lo imaginará, ¡vamos¡” y sin mayor disputa salimos por la puerta del
jardín de la entrada. En el pueblo las cosas no habían cambiado mucho desde mi
niñez, las tiendas seguían estando en los bajos de las casas en que siempre
estuvieron y las regentaban las mismas personas de entonces. Como es normal, al
verme, todos los vecinos del pueblo se paraban a saludar y a preguntar qué tal
andaba después de que me hubieran tenido que ingresar, no sé si lo hacían por
preocupación, curiosidad, o simplemente para tener algo de que hablar entre sí,
pero la verdad es que me importaba poco. En aquellas fechas era muy común que
unas y otras presumieran de nietos. Mi madre por su parte no se quedaba
atrás y a todas les respondía con un solemne “los míos también muy grandes sí,
vienen luego, después de comer” y se marchaba a seguir con sus compras. Los
chiquillos jugaban con la nieve mientras abuelos y padres ultimaban detalles
para la cena de Noche Buena y la comida de Navidad.
Cuando volvimos de hacer las compras
ya estaba mi hermano Lucas en casa, “finalmente han podido llegar antes de
comer… bueno, ¡donde caben cuatro caben cinco!” dijo mi madre con tono de
sentencia al ver la furgoneta de mi hermano aparcada junto a mi coche, y se
apresuró a entrar en casa para ver a sus nietos.
Mi hermano Lucas se parecía bastante
a mi, un poco mas alto quizás, y mas mayor, pero muy parecido, el pelo negro,
los ojos marrones, la nariz pequeña, los pómulos medianamente marcados,
estatura media alta, y delgado. Su mujer, María, era una mujer algo más bajita
que él y gordita, con el pelo castaño oscuro y los ojos marrón verdoso, su cara
era redonda y de facciones suaves, siempre con una sonrisa afable que inspiraba
confianza y tras su apariencia inocente, se ocultaba todo un genio.
Finalmente estaban mis tres sobrinos, los tres niños, dos de ellos
gemelos, y a cual mas inquieto, no es por amor de tío, pero habían salido a la
familia del padre, Ezequiel era el mas parecido a mi hermano, y por lo tanto a
mi, y los otros dos, los gemelos, eran mas como su madre, con el pelo mas claro
y con los ojos de color verdoso. Nada más entrar en la casa de mis padres lo
primero que oí fue a mis sobrinos bajar a toda velocidad por la escalera para
abrazarnos a mi madre y a mí, en cuestión de un segundo convirtieron todo en un
revuelo de gritos y risas, Ezequiel venía muy contento enseñando su sonrisilla
de pillo, por la cual pudimos comprobar que había perdido ya un diente, y en la
mano portaba el regalo que el Ratoncito Pérez le había dejado bajo su almohada,
y que con mucho orgullo me enseñaba una y otra vez, era una pequeña brújula con
lupa, que, a pesar de no llevar mucho en sus manos, una semana según me dijo mi
cuñada, ya era incapaz de marcar el norte con exactitud. Los otros dos
pilluelos, por su parte, miraban la mejor ocasión para quitársela y jugar con
ella, pero, al igual que yo cuando era pequeño, Ezequiel era mas rápido que
ellos dos juntos, por lo que Mario y Daniel se veían en la obligación de buscar
nuevas artimañas con las cuales hacerse con la brújula. En medio de todo aquel
monumental jaleo apareció mi padre con una caja enorme en sus manos, todos
pudimos reconocer la caja rápidamente, pero antes de poder decir nada, mi
padre, como si de un niño más se tratase, dijo a voz en grito “¿quién me ayuda
a montar el Belén?” y como era de esperar los tres enanos empezaron a gritar al
unísono y acompañándose con saltos de entusiasmo “yo abuelo yo, yo…” y así,
como antaño hubo hecho con nosotros, mi padre se fue al salón a poner el
nacimiento en compañía de sus nietos. Mi madre, mi hermano, mi cuñada y yo nos
fuimos a la cocina y empezamos a preparar las cosas para comer, mientras
manteníamos dos o tres conversaciones simultáneas. “Oye Lucas que grandes están
los niños, ¿qué les das para comer?”-“Parece mentira que digas tu eso Natanael,
¡eso va en los genes!”-“Sí, pues buenos genes tenemos en esta familia” dijo mi
madre a modo de explicación defensiva “No desde luego Conchi, eso ya lo tenía
yo claro el día que me casé con tu hijo” apuntó mi cuñada en tono burlón.
“Bueno y tú ¿qué tal estas de lo tuyo?” preguntó mi hermano, algo serio,
refiriéndose a lo del coma “¡Bah! eso ya es agua pasada, yo creo que fue exceso
de trabajo, llega un momento en que uno esta tan cansado que necesita dormir
mucho” expliqué yo cómicamente para quitarle hierro al asunto y dio resultado
pues la risotada fue general “Bueno tú es que siempre has sido de dormir mucho
¡eh! Natanael, que me acuerdo yo que a veces para que fueras al colegio tenía
que sacarte de la cama con la espátula” riñó mi madre “Bueno ya se a quien se
parecen entonces mi hijos” dijo mi cuñada con un tono de alivio sarcástico.
“¿Dónde tienes el aceite mamá?”-“Lucas, hijo, ni que fueras nuevo, ahí, en el
armario de al lado del frigorífico” y así unas y otras conversaciones se iban abriendo
y cerrando hasta que, finalmente la comida quedó acabada y la mesa puesta.
Al la mañana siguiente,
la mañana del día de Noche Buena, llegaron mis dos hermanas, Lucia y Sofía, que
habían venido juntas en el autobús, cosa que era muy común en ellas, hacer las
cosas juntas, siempre lo habían hecho, y es que se llevaban muy poco tiempo la
una con la otra y eran inseparables. Desde hacía unos años habían alquilado un
piso donde vivían las dos juntas, y ciertamente no las iba nada mal. La mayor
de ellas dos, que eran las pequeñas de la familia, era Lucia, trabajaba de
profesora en una escuela de idiomas, había hecho la carrera de filología
clásica, y se había especializado en la lengua italiana, que era de lo que ella
daba clase, además del latín y el griego. Sofía, la más pequeña de todos, era
licenciada en historia del arte, y trabaja en un museo de Madrid como guía para
estudiantes y grupos de turistas, ya que también era buena para los idiomas,
hablaba a la perfección español, ingles, francés y alemán. Las dos se
parecían bastante, aunque cada cual fuese diferente. Lucia era alta y de
complexión normal, con el pelo negro y liso, los ojos marrones claros, color
miel, siempre bien maquillada y con sencillez, usaba gafas sin montura, de esas
de cristales al aire, y tenía mucho estilo para vestir. Sofía por su parte era
mas rebelde en sus formas, el pelo rizado color castaño claro, ojos grises
azulados. Tenía un estilo propio a la hora de vestir, amante del arte
impresionista como era, usaba ropa de estilos y colores variados y siempre de
lo más variopintos, lo que le daba un aire singular, propio, que la hacía única
e irrepetible, había que sumar a todo esto su gusto por la música rock, celta y
clásica, lo que le hacía aún mas genuina en todo cuanto hacía, en su forma de
expresarse y de darse a entender, la verdad es que mi hermana Sofía era toda
una joya forjada a sí misma.
La mañana pasó sin
grandes acontecimientos, cada uno enfrascado en la tarea que le correspondía
hacer para el buen funcionamiento de la casa, mis sobrinos, quienes, el día
anterior, habían montado el Belén, hoy se dedicaban a montar el árbol de
navidad, a adornarlo y decorar la casa bajo la mirada atenta de mi padre, que
disfrutaba más que ellos con todos aquellos preparativos. Mi hermano Lucas, que
era electricista, había traído para este año un enorme juego de luces para
ponerlas en el exterior y en ello se mantuvo ocupado todo el día, mi cuñada
María, mi hermana Lucía y mi madre pasaron la mañana ultimando compras. Mi
hermana Sofía y yo pasamos la mañana limpiando la vajilla de porcelana blanca
con motivos azules para la noche, era la que estaba reservada para los días
especiales y el resto del tiempo se hallaba guardada en el desván de la
casa, donde abundaba el polvo y la humedad. Sumido en tantos preparativos y con
la alegría de estar todos juntos, no había vuelto a pensar en la presencia de
aquella “bella luz”. Esto me sorprendió, no había sentido vacío ni soledad, ni
tristeza, ni nada que se le pareciera, no obstante, una vez hubimos acabado con
todo, me asomé a la terraza superior de la casa de mis padres, desde la que se
podía ver el lago, quieto y sereno en la distancia, fue entonces cuando me
invadió una extraña sensación de melancolía, mezclada con miedo y curiosidad “¡Qué!
fumando aquí en la terraza para que mamá no te diga nada ¡eh!” me dijo mi
hermano Lucas, quien subía en ese momento cargado de luces para colocarlas en
la terraza, sacándome de mi ensimismamiento a la vez que buscaba dónde enchufar
las muchas luces que traía consigo “¿No crees que son muchas luces? Vamos a
parecer un puesto de feria mas que una casa” dije entre risas, alejando, ya de
paso, al fantasma de la soledad y la duda “Bueno, muchas no sé, pero ya verás
que bonito queda cuando anochezca, ayúdame a poner éstas anda, ¡y no fumes
tanto, que ya sabes lo poco que me gusta que fumes!” dijo a modo de reprensión
y colocamos las luces.
El olor de la cena invadía
toda la casa, mi madre daba los últimos retoques a todo antes de ir a cambiarse
para la cena, mi hermano Lucas y mi cuñada se repartían a los niños y mientras
una los bañaba el otro los iba vistiendo y advirtiendo de que tuviesen cuidado
no se mancharan, mi padre, que como de costumbre ya estaba arreglado para la
cena, iba preparando su guitarra para los villancicos, y dejaba en cada una de
las sillas de los niños algún instrumento musical para hacer de
acompañamiento. Mis hermanas iban de un lado para otro con la
ropa y de más complementos, comentando entre sí lo bonitos que eran sus
vestidos y donde los habían comprado. Mientras tanto yo esperaba mi turno
para poder entrar en la ducha. A pesar de todo el trajín que había montado en
casa antes de que nos diésemos cuenta ya estábamos todos sentados a la mesa y
la comida estaba puesta. La cena fue de lo mas graciosa, mis sobrinos
continuamente hacían algo que nos hacía reír y las conversaciones se iban
mezclando y entrelazando yendo de unas a otras, del mismo modo que íbamos de un
plato a otro. A mitad de cena mi hermano y mi cuñada tomaron la palabra para
informar de que esperaban un nuevo hijo, y que esperaban que fuese una niña, mi
madre, emocionada, se levantó de su sitio y los llenó de besos, mi padre
entonces empezó a preguntar a los demás que para cuándo pensábamos casarnos,
fue entonces cuando Ezequiel dijo “abuelo yo no me voy a casar nunca” lo
que arrancó una carcajada de todos. Mi hermana Lucía contó que había conocido a
un chico en el trabajo, un compañero, y que bueno, que ahí iban las cosas, que
si todo iba bien pronto lo conoceríamos. Sofía también dejó caer que tenía a
alguien esperándola en alguna parte. “¿Y tú Natanael no tienes a nadie?” dijo
mi madre “No, la verdad es que con el ritmo de vida que llevo no me da tiempo a
conocer a mucha gente” contesté sin darle mayor importancia. “Eso viene cuando
menos te lo esperas, ya verás como el día que menos lo esperes conoces a la
mujer de tu vida” me alentó mi cuñada en tono conciliador “Pues a ver si es
verdad porque vamos, yo ya no se que hacer” comenté de forma cómica tratando de
desviar el tema, pues era algo que no hablaba desde que lo dejé con Claudia…
gracias a Dios el tema se vio desviado cuando mi hermano Lucas recordó que
había olvidado encender las luces de la calle, y se levantó para ir a
enchufarlas animándonos a todos a que saliésemos un instante a verlas
encendidas para que viésemos lo bonitas que quedaban. “¡Ala!, que bonito mamá”
dijo uno de los gemelos a su madre. Ciertamente era digno de ver, este
año la decoración navideña había tocado a su máxima expresión en casa de mis
padres “Vamos a ser la envidia del pueblo” dijo Lucas algo emocionado “Vamos a
ser el faro del pueblo ¡que no es lo mismo!” dijo mi madre desdeñosamente, y
volvimos al calor de la casa a terminar los postres, los brindis, turrones y
villancicos.
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