jueves, 4 de octubre de 2012

Extraña Sensación (VIII)


Las carreteras estaban casi intransitables, la nieve había cubierto todo y era necesario el uso de cadenas para poder llegar al pueblo. Un año mas la lotería de navidad no había dejado gran cosa en mis manos y, como era costumbre, volvía al pueblo para pasar con mis padres, hermanos y sobrinos la Noche Buena y la Navidad. El viaje fue tranquilo a pesar de la lentitud que debía llevar para circular, los atascos eran monumentales, hasta que salí de la carretera general y me incorporé a la pequeña carretera que conducía al pueblo. No podía evitar pensar en aquella noche del verano cuando, en el pueblo, a las orillas de mi querido lago, la vi por primera vez, pero también pensaba en mi familia, en lo grandísimos que estarían ya mis sobrinos, y en las ganas que tenía de ver de nuevo a mis padres, a quienes no veía desde finales de octubre. Ellos, al jubilarse, dejaron Madrid para volverse al pueblo. Yo, por mi trabajo, no podía escaparme muy a menudo para verlos. Cuando por fin llegué a la casa de mis padres me sorprendió ver que no era yo el último en llegar, normalmente solía serlo, pero este año llegaba el primero. Dejé el coche frente a la puerta de la casa y, antes de que pudiese descargar mi maleta, ya estaba mi madre a la puerta dándome la bienvenida a gritos, animándome a darme prisa en entrar en casa ya que el frió exterior era excesivo. Dentro tenían la chimenea puesta. Entré y dejé en la entrada el abrigo y la maleta, abracé a mi madre, que estaba tan guapa como siempre, con su pelo encanecido, su sonrisa de abuela bonachona y sus ojos negros y calidos, encendidos por la alegría de verme de nuevo. Después me dirigí hacia el salón donde estaba mi padre atareado con la leña y el fuego de la chimenea, lo vi tan bien como siempre, casi totalmente calvo, con los ojos cansados, algo más delgado quizá, pero bien no obstante, su cara estaba serena, como acostumbraba él, y aunque bien sé lo mucho que se alegraba de verme, no mostró mayor signo de ello que una disimulada sonrisa. “¿Este año llego el primero?” dije a mi madre que iba de un lado para otro haciendo mil cosas a la vez -“pues eso parece, tu hermano acaba de llamar que están en un atasco y que llegarían después de comer, y tus hermanas llegan mañana, se vienen juntas en el autobús”. Subí mi equipaje a la planta superior, donde este año habían colocado las camas para mi y mis sobrinos en la habitación grande, a mis hermanas esta vez les tocaba dormir en la pequeña, que tiene dos camas, y para mi hermano y mi cuñada la habitación de matrimonio de la planta superior. Mis padres dormirían en la pequeña habitación de matrimonio que había junto a la entrada, en la planta baja, y que normalmente está reservada para las visitas. “Vamos, acompáñame hacer la compra, este año con tanta nieve no me ha dado tiempo a ir, llevamos dos días limpiando de nieve la entrada, no sabes cómo se ha puesto todo de nieve, ¡hasta arriba! No dábamos a basto entre tu padre y yo” dijo mi madre nada mas volver de dejar mis cosas, con  énfasis y una mezcla de cansancio, al mencionar lo de la nieve -“puedo hacerme una idea madre, no te imaginas como está la carretera para venir aquí, los campos están cubiertos de nieve por completo” le contesté, mientras me embuchaba en mi abrigo y me calaba guantes y bufanda. “ahora venimos Pedro, vamos a comprar Natanael y yo” gritó mi madre desde la entrada casi a la vez que cerraba la puerta -“Mamá, creo que papá no te ha oído”-“Sí, sí que me ha oído, y si no, cuando no nos vea por la casa se lo imaginará, ¡vamos¡” y sin mayor disputa salimos por la puerta del jardín de la entrada. En el pueblo las cosas no habían cambiado mucho desde mi niñez, las tiendas seguían estando en los bajos de las casas en que siempre estuvieron y las regentaban las mismas personas de entonces. Como es normal, al verme, todos los vecinos del pueblo se paraban a saludar y a preguntar qué tal andaba después de que me hubieran tenido que ingresar, no sé si lo hacían por preocupación, curiosidad, o simplemente para tener algo de que hablar entre sí, pero la verdad es que me importaba poco. En aquellas fechas era muy común que unas y otras presumieran de nietos. Mi  madre por su parte no se quedaba atrás y a todas les respondía con un solemne “los míos también muy grandes sí, vienen luego, después de comer” y se marchaba a seguir con sus compras. Los chiquillos jugaban con la nieve mientras abuelos y padres ultimaban detalles para la cena de Noche Buena y la comida de Navidad.
  Cuando volvimos de hacer las compras ya estaba mi hermano Lucas en casa, “finalmente han podido llegar antes de comer… bueno, ¡donde caben cuatro caben cinco!” dijo mi madre con tono de sentencia al ver la furgoneta de mi hermano aparcada junto a mi coche, y se apresuró a entrar en casa para ver a sus nietos.
  Mi hermano Lucas se parecía bastante a mi, un poco mas alto quizás, y mas mayor, pero muy parecido, el pelo negro, los ojos marrones, la nariz pequeña, los pómulos medianamente marcados, estatura media alta, y delgado. Su mujer, María, era una mujer algo más bajita que él y gordita, con el pelo castaño oscuro y los ojos marrón verdoso, su cara era redonda y de facciones suaves, siempre con una sonrisa afable que inspiraba confianza y tras su apariencia inocente, se ocultaba todo un genio. Finalmente  estaban mis tres sobrinos, los tres niños, dos de ellos gemelos, y a cual mas inquieto, no es por amor de tío, pero habían salido a la familia del padre, Ezequiel era el mas parecido a mi hermano, y por lo tanto a mi, y los otros dos, los gemelos, eran mas como su madre, con el pelo mas claro y con los ojos de color verdoso. Nada más entrar en la casa de mis padres lo primero que oí fue a mis sobrinos bajar a toda velocidad por la escalera para abrazarnos a mi madre y a mí, en cuestión de un segundo convirtieron todo en un revuelo de gritos y risas, Ezequiel venía muy contento enseñando su sonrisilla de pillo, por la cual pudimos comprobar que había perdido ya un diente, y en la mano portaba el regalo que el Ratoncito Pérez le había dejado bajo su almohada, y que con mucho orgullo me enseñaba una y otra vez, era una pequeña brújula con lupa, que, a pesar de no llevar mucho en sus manos, una semana según me dijo mi cuñada, ya era incapaz de marcar el norte con exactitud. Los otros dos pilluelos, por su parte, miraban la mejor ocasión para quitársela y jugar con ella, pero, al igual que yo cuando era pequeño, Ezequiel era mas rápido que ellos dos juntos, por lo que Mario y Daniel se veían en la obligación de buscar nuevas artimañas con las cuales hacerse con la brújula. En medio de todo aquel monumental jaleo apareció mi padre con una caja enorme en sus manos, todos pudimos reconocer la caja rápidamente, pero antes de poder decir nada, mi padre, como si de un niño más se tratase, dijo a voz en grito “¿quién me ayuda a montar el Belén?” y como era de esperar los tres enanos empezaron a gritar al unísono y acompañándose con saltos de entusiasmo “yo abuelo yo, yo…” y así, como antaño hubo hecho con nosotros, mi padre se fue al salón a poner el nacimiento en compañía de sus nietos. Mi madre, mi hermano, mi cuñada y yo nos fuimos a la cocina y empezamos a preparar las cosas para comer, mientras manteníamos dos o tres conversaciones simultáneas. “Oye Lucas que grandes están los niños, ¿qué les das para comer?”-“Parece mentira que digas tu eso Natanael, ¡eso va en los genes!”-“Sí, pues buenos genes tenemos en esta familia” dijo mi madre a modo de explicación defensiva “No desde luego Conchi, eso ya lo tenía yo claro el día que me casé con tu hijo” apuntó mi cuñada en tono burlón. “Bueno y tú ¿qué tal estas de lo tuyo?” preguntó mi hermano, algo serio, refiriéndose a lo del coma “¡Bah! eso ya es agua pasada, yo creo que fue exceso de trabajo, llega un momento en que uno esta tan cansado que necesita dormir mucho” expliqué yo cómicamente para quitarle hierro al asunto y dio resultado pues la risotada fue general “Bueno tú es que siempre has sido de dormir mucho ¡eh! Natanael, que me acuerdo yo que a veces para que fueras al colegio tenía que sacarte de la cama con la espátula” riñó mi madre “Bueno ya se a quien se parecen entonces mi hijos” dijo mi cuñada con un tono de alivio sarcástico. “¿Dónde tienes el aceite mamá?”-“Lucas, hijo, ni que fueras nuevo, ahí, en el armario de al lado del frigorífico” y así unas y otras conversaciones se iban abriendo y cerrando hasta que, finalmente la comida quedó acabada y la mesa puesta.
     Al la mañana siguiente, la mañana del día de Noche Buena, llegaron mis dos hermanas, Lucia y Sofía, que habían venido juntas en el autobús, cosa que era muy común en ellas, hacer las cosas juntas, siempre lo habían hecho, y es que se llevaban muy poco tiempo la una con la otra y eran inseparables. Desde hacía unos años habían alquilado un piso donde vivían las dos juntas, y ciertamente no las iba nada mal. La mayor de ellas dos, que eran las pequeñas de la familia, era Lucia, trabajaba de profesora en una escuela de idiomas, había hecho la carrera de filología clásica, y se había especializado en la lengua italiana, que era de lo que ella daba clase, además del latín y el griego. Sofía, la más pequeña de todos, era licenciada en historia del arte, y trabaja en un museo de Madrid como guía para estudiantes y grupos de turistas, ya que también era buena para los idiomas, hablaba a la perfección español, ingles, francés y alemán.  Las dos se parecían bastante, aunque cada cual fuese diferente. Lucia era alta y de complexión normal, con el pelo negro y liso, los ojos marrones claros, color miel, siempre bien maquillada y con sencillez, usaba gafas sin montura, de esas de cristales al aire, y tenía mucho estilo para vestir. Sofía por su parte era mas rebelde en sus formas, el pelo rizado color castaño claro, ojos grises azulados. Tenía un estilo propio a la hora de vestir, amante del arte impresionista como era, usaba ropa de estilos y colores variados y siempre de lo más variopintos, lo que le daba un aire singular, propio, que la hacía única e irrepetible, había que sumar a todo esto su gusto por la música rock, celta y clásica, lo que le hacía aún mas genuina en todo cuanto hacía, en su forma de expresarse y de darse a entender, la verdad es que mi hermana Sofía era toda una joya forjada a sí misma.
     La mañana pasó sin grandes acontecimientos, cada uno enfrascado en la tarea que le correspondía hacer para el buen funcionamiento de la casa, mis sobrinos, quienes, el día anterior, habían montado el Belén, hoy se dedicaban a montar el árbol de navidad, a adornarlo y decorar la casa bajo la mirada atenta de mi padre, que disfrutaba más que ellos con todos aquellos preparativos. Mi hermano Lucas, que era electricista, había traído para este año un enorme juego de luces para ponerlas en el exterior y en ello se mantuvo ocupado todo el día, mi cuñada María, mi hermana Lucía y mi madre pasaron la mañana ultimando compras. Mi hermana Sofía y yo pasamos la mañana limpiando la vajilla de porcelana blanca con motivos azules para la noche, era la que estaba reservada para los días especiales y  el resto del tiempo se hallaba guardada en el desván de la casa, donde abundaba el polvo y la humedad. Sumido en tantos preparativos y con la alegría de estar todos juntos, no había vuelto a pensar en la presencia de aquella “bella luz”. Esto me sorprendió, no había sentido vacío ni soledad, ni tristeza, ni nada que se le pareciera, no obstante, una vez hubimos acabado con todo, me asomé a la terraza superior de la casa de mis padres, desde la que se podía ver el lago, quieto y sereno en la distancia, fue entonces cuando me invadió una extraña sensación de melancolía, mezclada con miedo y curiosidad “¡Qué! fumando aquí en la terraza para que mamá no te diga nada ¡eh!” me dijo mi hermano Lucas, quien subía en ese momento cargado de luces para colocarlas en la terraza, sacándome de mi ensimismamiento a la vez que buscaba dónde enchufar las muchas luces que traía consigo “¿No crees que son muchas luces? Vamos a parecer un puesto de feria mas que una casa” dije entre risas, alejando, ya de paso, al fantasma de la soledad y la duda “Bueno, muchas no sé, pero ya verás que bonito queda cuando anochezca, ayúdame a poner éstas anda, ¡y no fumes tanto, que ya sabes lo poco que me gusta que fumes!” dijo a modo de reprensión y colocamos las luces.
    El olor de la cena invadía toda la casa, mi madre daba los últimos retoques a todo antes de ir a cambiarse para la cena, mi hermano Lucas y mi cuñada se repartían a los niños y mientras una los bañaba el otro los iba vistiendo y advirtiendo de que tuviesen cuidado no se mancharan, mi padre, que como de costumbre ya estaba arreglado para la cena, iba preparando su guitarra para los villancicos, y dejaba en cada una de las sillas de los niños algún instrumento musical para hacer de acompañamiento.    Mis hermanas iban de un lado para otro con la ropa y de más complementos, comentando entre sí lo bonitos que eran sus vestidos y donde los habían comprado. Mientras  tanto yo esperaba mi turno para poder entrar en la ducha. A pesar de todo el trajín que había montado en casa antes de que nos diésemos cuenta ya estábamos todos sentados a la mesa y la comida estaba puesta. La cena fue de lo mas graciosa, mis sobrinos continuamente hacían algo que nos hacía reír y las conversaciones se iban mezclando y entrelazando yendo de unas a otras, del mismo modo que íbamos de un plato a otro. A mitad de cena mi hermano y mi cuñada tomaron la palabra para informar de que esperaban un nuevo hijo, y que esperaban que fuese una niña, mi madre, emocionada, se levantó de su sitio y los llenó de besos, mi padre entonces empezó a preguntar a los demás que para cuándo pensábamos casarnos, fue entonces cuando Ezequiel dijo  “abuelo yo no me voy a casar nunca” lo que arrancó una carcajada de todos. Mi hermana Lucía contó que había conocido a un chico en el trabajo, un compañero, y que bueno, que ahí iban las cosas, que si todo iba bien pronto lo conoceríamos. Sofía también dejó caer que tenía a alguien esperándola en alguna parte. “¿Y tú Natanael no tienes a nadie?” dijo mi madre “No, la verdad es que con el ritmo de vida que llevo no me da tiempo a conocer a mucha gente” contesté sin darle mayor importancia. “Eso viene cuando menos te lo esperas, ya verás como el día que menos lo esperes conoces a la mujer de tu vida” me alentó mi cuñada en tono conciliador “Pues a ver si es verdad porque vamos, yo ya no se que hacer” comenté de forma cómica tratando de desviar el tema, pues era algo que no hablaba desde que lo dejé con Claudia… gracias a Dios el tema se vio desviado cuando mi hermano Lucas recordó que había olvidado encender las luces de la calle, y se levantó para ir a enchufarlas  animándonos a todos a que saliésemos un instante a verlas encendidas para que viésemos lo bonitas que quedaban. “¡Ala!, que bonito mamá” dijo uno de los gemelos a su madre. Ciertamente  era digno de ver, este año la decoración navideña había tocado a su máxima expresión en casa de mis padres “Vamos a ser la envidia del pueblo” dijo Lucas algo emocionado “Vamos a ser el faro del pueblo ¡que no es lo mismo!” dijo mi madre desdeñosamente, y volvimos al calor de la casa a terminar los postres, los brindis, turrones y villancicos.


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