jueves, 4 de octubre de 2012

Una Confesión Necesaria (XVIII)


Tal vez nunca leas estas letras, tal vez nunca sepas que te amé, tal vez nunca comprendas que desde el día en que te vi sólo tú rondas mis pensamientos, pero tengo que decírtelo, o al menos, decírselo a alguien, y como no hay nadie en quien confiar… le cedo a estos papeles el secreto que me anima y atormenta, le cedo a ellos esta historia de amor indecible, secreto y oculto.
   Fue el primer día que viniste, para entonces yo ya estaba aquí, llevaba relativamente poco tiempo, pero ya estaba en el edificio, aunque lo supieras años después. Recuerdo que venías a ver el piso que se alquilaba debajo del de mi vecino, es decir, el que es hoy tu piso. Yo estaba sentada en la escalera esperando a que llegara mi prima para irnos juntas a cenar, entonces entraste tú, nada más verte decidí que tenía que saber cómo te llamabas y que debía conocerte, así que, viendo que venias con el casero, deseé con todas mis fuerzas que te quedases con el piso y así fue. Pronto te fui viendo con más frecuencia, aunque tú a mi nunca me viste, pero así eres tú, tan independiente, tan solitario a veces... En el metro te seguía algunos días, y pronto descubrí que trabajas en el mismo edificio en que mi oficina abriría una nueva sucursal... casi no podía creerlo, iba a ser cambiada de sitio, y me iba a tocar estar a tu lado... en varias ocasiones nos vimos. Coincidimos en la cafetería en más de una ocasión, pero tú siempre tenías el mirar perdido en tu universo, sí, como siempre, tus ojos miraban mas allá de este mundo, lo podía ver en su peculiar brillo que, años después, haría que me estremeciera cada vez que, con amor, cariño y compresión, me miraban.  Por fin llegó el tan esperado día, te compraste el piso e hiciste obra, cinco años viviendo a tu sombra y por fin tu eclipse iba a dejarme ver la luz. No lo pensé mucho la verdad, sólo me lancé, como quien se lanza desde un puente, o como quien se tira con un paracaídas. Llamé a tu puerta aquella mañana, sabía que me habías visto, pero tus ojos me hablaron de extrañeza y sorpresa. La soledad te hacía compañía y llegué yo, los dos años siguientes fueron maravillosos, pero esos los conoces, luego algo nos cambió a ambos, algo que por ultimo te trataría de llevar. Entonces se desencadenó mi mayor miedo, se liberó mi mayor temor, mi pesadilla, mi amor más odiado y a la vez el más amado, mi más temido pavor se materializó ante ti. En un instante pudiste verme tal cual soy y te arrebaté el alma. Desde entonces vagaste sin rumbo en mi busca. Al principio no era consciente de lo sucedido, es cierto que por un tiempo te noté distante en extremo, después una mañana te fuiste y no volviste hasta meses después, sí, fue durante lo del coma, y sí, fue entonces cuando me di cuenta de que aún, un año después de haberlo dejado, aún te amaba.
   Tal vez te preguntes “si sabías lo que me estaba pasando...¿por qué no me lo dijiste?” La verdad es que yo no sabía que la causante de tus episodios era yo misma, por lo menos no al principio, luego poco a poco lo fui viendo, pero me negué a creer que mi amor pudiera ser el causante de tu espanto, me negué a ver que yo pudiera estar haciéndote daño y oprimí mi ser hasta el punto de asfixiarlo. Entonces me di cuenta de que no podía permitirme el lujo de amarte. Lo supe el mismo día que a mitad de la noche mi presencia se materializó ante ti y trató de robarte la vida que tanto ansiaba compartir. Recuerdo que aquella noche me desperté un poco antes de que tú reaccionaras con la extraña sensación de que algo te sucedía, y así era, pero el ataque cesó a cesar mi sueño... nunca fui consciente de poder hacer semejante cosa, hasta que lo hice. Esa noche empecé a intuir que algo tenía yo que ver con todo lo que estaba pasando. Pero ya era demasiado tarde, pues la pena se había adueñado de ti, mi pena se había adueñado de ti, por eso, esa noche, decidí acabar con todo, por eso esta noche tomé en sueños a mi propio ser y lo reté a amarte tanto como para morir por ti...

***

  Las letras de Claudia me dejaban la piel de gallina, a la vez que iba leyendo la carta menos comprendía las cosas, a decir verdad no comprendía nada, era todo surrealista, parecía todo sacado de un libro de ciencia ficción. Por un momento me sentí el protagonista de un libro de intriga, de terror, sentía como si toda mi vida hubiese sido una farsa montada por alguien en busca de expresar de la más loca de las maneras los mas extraños sentimientos de su ser, estaba al borde de la locura, o... o tal vez la locura había llegado en mi hasta el borde, o ya me había desbordado.
   Cogí el juego de llaves de la casa de Claudia que aún guardaba en mi llavero y subí a su casa, no se muy bien por qué lo hice, pero lo hice. Allí todo estaba tal cual lo dejamos, los platos en el escurridor donde los dejé, la cafetera llena para la mañana siguiente… esa que para Claudia nunca llegó. Su cama aún tenia las sabanas arremolinadas de haber estado ella en ellas, sobre su mesilla me sorprendió ver la alianza que nos regalamos, una rosa seca y la foto que nos hicimos en Barcelona en nuestras vacaciones juntos allí y junto a la foto una libreta del mismo tamaño que las hojas en las que había escrito su carta y un bolígrafo del mismo color. Todo en silencio, todo a media luz, todo frío, todo vacío de sentido ahora que no estaba ella. “Parece que te vas a girar y va a parecer ¿verdad?” me sobresalté al oír una voz femenina tras de mi, su cara, en la que se podía leer paz, me sonrió conciliadoramente y acercándose un poco mas a mi continuo diciendo “No te asustes, soy Esther, la tía de Claudia, la hermana de Laura” dijo en un tono suave y apaciguado, “yo... yo soy” “Natanael, sí, ya lo se, mi sobrina me habló mucho de ti, en cuanto te vi en el tanatorio supe que eras tú, pero no quise decirte nada, te vi muy absorto en tu corazón como para sacarte de él, y además, tú no me conocías” El susto inicial se fue convirtiendo en paz a medida que me hablaba, para ser su tía eran muy parecidas, mucho mas de lo que se parecía a su madre. “ya supuse que te encontraría aquí sabes, llamé a tu puerta y no estabas en tu casa, así que subí aquí directamente” yo seguía escuchándola en silencio, y ella siguió hablando un largo rato sin necesidad de que yo la contestara a nada, hasta que finalmente su mirada abrió en mis ojos un interrogante “Yo, esto, bueno, estaba en mi casa y no sé por qué he recordado que tenía un juego de llaves y he subido, la verdad es que sí, parece que va a llegar por la puerta y a saludar como hacía siempre” dije yo, entre nervioso y melancólico por el recuerdo, “hay una cafetera hecha, sentémonos un poco, sería una pena que se estropeara ese café, además, no hace mucho que lo hiciste ¿cierto?” su afirmación respecto a que el café lo hice yo la noche en que Claudia murió me sorprendió, o mas bien me anonadó, la miré con extrañeza, pero ella con su sonrisa conciliadora me dijo “No dejes volar tu imaginación, se que han sido días duros para ti, pero no pasa nada, la noche en que Claudia murió tú estabas con ella, si mal no me han informado, murió entre tus brazos... bien, si esa noche estabas aquí, y el café está hecho, lo debiste hacer tú, por que Claudia no habría hecho tanto, ni lo habría hecho tan cargado, es mi sobrina, la conozco bien”.
    Nos tomamos el café con cierta clama, hablando de Claudia y comentando un poco de todo, cuando la taza se iba acabando Esther me preguntó “¿por qué has venido ahora a su casa? ¿Buscas algo quizá?” su tono hasta ahora afable se volvió seco y serio, entonces la miré con cierta desconfianza antes de contestar y dije “nada que ella no me haya dado ya, sólo venía a recordar las tardes a su lado, la voz de su garganta, el olor de su pelo, el calor de sus labios... y todo eso, ya me lo ha dado” Esther dejó la taza, ya vacía, de café y se levantó. Solemne se fue hacía el cuarto de Claudia , tomó el pañuelo que Claudia solía llevar en el cuello, y con él ató el anillo a la rosa seca, volvió donde yo me encontraba y me dijo “ ten, guarda esto para ti, mi hermana no lo necesita, y tú te lo mereces, y además, ella no sabe si está o no ese anillo ya en esta casa” después me acompañó hasta la puerta y antes de abrir la puerta volvió a dirigirme sus palabras “ sé que tendrás tentaciones de volver a este lugar, pero no lo hagas, además pronto venderán el piso... no obstante, guarda siempre la llave” y dicho esto abrió la puerta y me invitó a salir. El pañuelo aún olía a Claudia, y en el anillo casi se podría decir que aun quedaba su esencia y la rosa, aun estando seca, tenia un olor especial. Bajé al coche y me encaminé hacia el cementerio donde ya estaba la lapida puesta, sobre ella una corona de flores, y bajo la corona, en letras brillantes “HIC SEPULTUM EST CLAUDIA MARIA IN MEMORIAM. R.I.P” puesto de rodillas ante la fría sepultura saqué de mi bolsillo el pañuelo con la flor y el anillo con sumo cuidado mientras miraba la fría losa del panteón familiar.
   “perdone, en breves vamos a cerrar, lo lamento pero tiene que marcharse” el guardia de seguridad me miraba, por un momento debió creer que no le había entendido, pero antes de que pudiera volver a repetirme la frase, me levanté y sin decir nada tomé el camino hacía el coche. Un poco antes de salir de la hilera de sepulcros miré hacia atrás, el guardia miraba la lapida de Claudia, y después en dirección a donde me encontraba yo… entones fue cuando vi en sus ojos, acostumbrados ya a la vida laboral de un cementerio, el eterno interrogante para el cual el hombre no está preparado… ante la muerte de una joven, quién no se interroga, a quién la muerte no le increpa…quién, por mas que quiera puede añadir un día a sus días… quién puede juzgar la muerte de justa o injusta, quién tener el poder para aplicarla o no, quién retenerla, quién puede negarle a ella su vida… sólo aquél que amó hasta el extremo… y Claudia no se amó tanto a si misma que temiera morir… y así hizo.


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