“Tal vez
nunca leas estas letras, tal vez nunca sepas que te amé, tal vez nunca
comprendas que desde el día en que te vi sólo tú rondas mis pensamientos, pero
tengo que decírtelo, o al menos, decírselo a alguien, y como no hay nadie en
quien confiar… le cedo a estos papeles el secreto que me anima y atormenta, le
cedo a ellos esta historia de amor indecible, secreto y oculto.
Fue el primer día que viniste, para entonces yo ya estaba aquí, llevaba
relativamente poco tiempo, pero ya estaba en el edificio, aunque lo supieras
años después. Recuerdo que venías a ver el piso que se alquilaba debajo del de
mi vecino, es decir, el que es hoy tu piso. Yo estaba sentada en la escalera
esperando a que llegara mi prima para irnos juntas a cenar, entonces entraste
tú, nada más verte decidí que tenía que saber cómo te llamabas y que debía
conocerte, así que, viendo que venias con el casero, deseé con todas mis
fuerzas que te quedases con el piso y así fue. Pronto te fui viendo con más
frecuencia, aunque tú a mi nunca me viste, pero así eres tú, tan independiente,
tan solitario a veces... En el metro te seguía algunos días, y pronto descubrí
que trabajas en el mismo edificio en que mi oficina abriría una nueva
sucursal... casi no podía creerlo, iba a ser cambiada de sitio, y me iba a
tocar estar a tu lado... en varias ocasiones nos vimos. Coincidimos en la
cafetería en más de una ocasión, pero tú siempre tenías el mirar perdido en tu
universo, sí, como siempre, tus ojos miraban mas allá de este mundo, lo podía
ver en su peculiar brillo que, años después, haría que me estremeciera cada vez
que, con amor, cariño y compresión, me miraban. Por fin llegó el tan esperado
día, te compraste el piso e hiciste obra, cinco años viviendo a tu sombra y por
fin tu eclipse iba a dejarme ver la luz. No lo pensé mucho la verdad, sólo me
lancé, como quien se lanza desde un puente, o como quien se tira con un
paracaídas. Llamé a tu puerta aquella mañana, sabía que me habías visto, pero
tus ojos me hablaron de extrañeza y sorpresa. La soledad te hacía compañía y
llegué yo, los dos años siguientes fueron maravillosos, pero esos los conoces,
luego algo nos cambió a ambos, algo que por ultimo te trataría de llevar.
Entonces se desencadenó mi mayor miedo, se liberó mi mayor temor, mi pesadilla,
mi amor más odiado y a la vez el más amado, mi más temido pavor se materializó
ante ti. En un instante pudiste verme tal cual soy y te arrebaté el alma. Desde
entonces vagaste sin rumbo en mi busca. Al principio no era consciente de lo
sucedido, es cierto que por un tiempo te noté distante en extremo, después una
mañana te fuiste y no volviste hasta meses después, sí, fue durante lo del
coma, y sí, fue entonces cuando me di cuenta de que aún, un año después de
haberlo dejado, aún te amaba.
Tal vez te preguntes “si sabías lo que me estaba pasando...¿por qué no me lo
dijiste?” La verdad es que yo no sabía que la causante de tus episodios era yo
misma, por lo menos no al principio, luego poco a poco lo fui viendo, pero me
negué a creer que mi amor pudiera ser el causante de tu espanto, me negué a ver
que yo pudiera estar haciéndote daño y oprimí mi ser hasta el punto de
asfixiarlo. Entonces me di cuenta de que no podía permitirme el lujo de amarte.
Lo supe el mismo día que a mitad de la noche mi presencia se materializó ante
ti y trató de robarte la vida que tanto ansiaba compartir. Recuerdo que aquella
noche me desperté un poco antes de que tú reaccionaras con la extraña sensación
de que algo te sucedía, y así era, pero el ataque cesó a cesar mi sueño...
nunca fui consciente de poder hacer semejante cosa, hasta que lo hice. Esa
noche empecé a intuir que algo tenía yo que ver con todo lo que estaba pasando.
Pero ya era demasiado tarde, pues la pena se había adueñado de ti, mi pena se
había adueñado de ti, por eso, esa noche, decidí acabar con todo, por eso esta
noche tomé en sueños a mi propio ser y lo reté a amarte tanto como para morir
por ti...
***
Las letras de Claudia me dejaban la piel de
gallina, a la vez que iba leyendo la carta menos comprendía las cosas, a decir
verdad no comprendía nada, era todo surrealista, parecía todo sacado de un
libro de ciencia ficción. Por un momento me sentí el protagonista de un libro
de intriga, de terror, sentía como si toda mi vida hubiese sido una farsa
montada por alguien en busca de expresar de la más loca de las maneras los mas
extraños sentimientos de su ser, estaba al borde de la locura, o... o tal vez
la locura había llegado en mi hasta el borde, o ya me había desbordado.
Cogí el juego de llaves de la casa de Claudia que aún guardaba en mi llavero y
subí a su casa, no se muy bien por qué lo hice, pero lo hice. Allí todo estaba
tal cual lo dejamos, los platos en el escurridor donde los dejé, la cafetera
llena para la mañana siguiente… esa que para Claudia nunca llegó. Su cama aún
tenia las sabanas arremolinadas de haber estado ella en ellas, sobre su mesilla
me sorprendió ver la alianza que nos regalamos, una rosa seca y la foto que nos
hicimos en Barcelona en nuestras vacaciones juntos allí y junto a la foto una
libreta del mismo tamaño que las hojas en las que había escrito su carta y un
bolígrafo del mismo color. Todo en silencio, todo a media luz, todo frío, todo
vacío de sentido ahora que no estaba ella. “Parece que te vas a girar y va a
parecer ¿verdad?” me sobresalté al oír una voz femenina tras de mi, su cara, en
la que se podía leer paz, me sonrió conciliadoramente y acercándose un poco mas
a mi continuo diciendo “No te asustes, soy Esther, la tía de Claudia, la
hermana de Laura” dijo en un tono suave y apaciguado, “yo... yo soy” “Natanael,
sí, ya lo se, mi sobrina me habló mucho de ti, en cuanto te vi en el tanatorio
supe que eras tú, pero no quise decirte nada, te vi muy absorto en tu corazón
como para sacarte de él, y además, tú no me conocías” El susto inicial se fue
convirtiendo en paz a medida que me hablaba, para ser su tía eran muy
parecidas, mucho mas de lo que se parecía a su madre. “ya supuse que te
encontraría aquí sabes, llamé a tu puerta y no estabas en tu casa, así que subí
aquí directamente” yo seguía escuchándola en silencio, y ella siguió hablando
un largo rato sin necesidad de que yo la contestara a nada, hasta que
finalmente su mirada abrió en mis ojos un interrogante “Yo, esto, bueno, estaba
en mi casa y no sé por qué he recordado que tenía un juego de llaves y he
subido, la verdad es que sí, parece que va a llegar por la puerta y a saludar
como hacía siempre” dije yo, entre nervioso y melancólico por el recuerdo, “hay
una cafetera hecha, sentémonos un poco, sería una pena que se estropeara ese
café, además, no hace mucho que lo hiciste ¿cierto?” su afirmación respecto a
que el café lo hice yo la noche en que Claudia murió me sorprendió, o mas bien
me anonadó, la miré con extrañeza, pero ella con su sonrisa conciliadora me
dijo “No dejes volar tu imaginación, se que han sido días duros para ti, pero
no pasa nada, la noche en que Claudia murió tú estabas con ella, si mal no me
han informado, murió entre tus brazos... bien, si esa noche estabas aquí, y el
café está hecho, lo debiste hacer tú, por que Claudia no habría hecho tanto, ni
lo habría hecho tan cargado, es mi sobrina, la conozco bien”.
Nos tomamos el café con cierta clama, hablando de Claudia y comentando un poco
de todo, cuando la taza se iba acabando Esther me preguntó “¿por qué has venido
ahora a su casa? ¿Buscas algo quizá?” su tono hasta ahora afable se volvió seco
y serio, entonces la miré con cierta desconfianza antes de contestar y dije
“nada que ella no me haya dado ya, sólo venía a recordar las tardes a su lado,
la voz de su garganta, el olor de su pelo, el calor de sus labios... y todo
eso, ya me lo ha dado” Esther dejó la taza, ya vacía, de café y se levantó.
Solemne se fue hacía el cuarto de Claudia , tomó el pañuelo que Claudia solía
llevar en el cuello, y con él ató el anillo a la rosa seca, volvió donde yo me
encontraba y me dijo “ ten, guarda esto para ti, mi hermana no lo necesita, y
tú te lo mereces, y además, ella no sabe si está o no ese anillo ya en esta
casa” después me acompañó hasta la puerta y antes de abrir la puerta volvió a
dirigirme sus palabras “ sé que tendrás tentaciones de volver a este lugar,
pero no lo hagas, además pronto venderán el piso... no obstante, guarda siempre
la llave” y dicho esto abrió la puerta y me invitó a salir. El pañuelo aún olía
a Claudia, y en el anillo casi se podría decir que aun quedaba su esencia y la
rosa, aun estando seca, tenia un olor especial. Bajé al coche y me encaminé
hacia el cementerio donde ya estaba la lapida puesta, sobre ella una corona de
flores, y bajo la corona, en letras brillantes “HIC SEPULTUM EST CLAUDIA MARIA
IN MEMORIAM. R.I.P” puesto de rodillas ante la fría sepultura saqué de mi
bolsillo el pañuelo con la flor y el anillo con sumo cuidado mientras miraba la
fría losa del panteón familiar.
“perdone, en breves vamos a cerrar, lo lamento pero tiene que marcharse” el
guardia de seguridad me miraba, por un momento debió creer que no le había
entendido, pero antes de que pudiera volver a repetirme la frase, me levanté y
sin decir nada tomé el camino hacía el coche. Un poco antes de salir de la
hilera de sepulcros miré hacia atrás, el guardia miraba la lapida de Claudia, y
después en dirección a donde me encontraba yo… entones fue cuando vi en sus
ojos, acostumbrados ya a la vida laboral de un cementerio, el eterno
interrogante para el cual el hombre no está preparado… ante la muerte de una
joven, quién no se interroga, a quién la muerte no le increpa…quién, por mas
que quiera puede añadir un día a sus días… quién puede juzgar la muerte de
justa o injusta, quién tener el poder para aplicarla o no, quién retenerla,
quién puede negarle a ella su vida… sólo aquél que amó hasta el extremo… y
Claudia no se amó tanto a si misma que temiera morir… y así hizo.
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