Blanco, nada, sólo vacío. Cuando Claudia se fue
me quedé con la mirada fija en el lugar que ella había ocupado, con la mente en
blanco, sin pensar en nada, sin recordar nada, ajeno a todo, en ese estado
lunático que desde hacía meses me invadía, y que en noches como la de hoy se
aferraba a mi con mayor intensidad. En ese silencio de mi mente, en ese vacío
mental de mi razón pude oír, por primera vez en mi vida, una voz desconocida y
que hablaba una lengua extraña, pero que aún cuando no entendía… comprendía.
“Todavía la amamos, no lo podemos negar, aunque la razón lo niegue sabes tan
bien como yo que no es cierto, llevamos mucho tratando de olvidar, llevamos
mucho tratando de ocultar su huella en nosotros, pero no podemos y lo sabes,
siempre lo has sabido… no vale de nada negarlo, porque aún cuando lo
niegues, aún cuando digas, lo hemos olvidado,
en lo más íntimo de ti mismo siempre sabrás que la amaste, que la amas y que la
amaras…” “Me estoy volviendo loco, escucho voces de idiomas que no entiendo pero
comprendo lo que dicen, ¡Dios mío! Va tener razón Claudia…” y al decir el
nombre de Claudia mi corazón dio un salto, comprendí entonces que la voz
extraña de lengua diversa era la voz de mi corazón quien por fin, después de
mucho hablarme, alcancé a conocer en el silencio de la noche “ No te confundas,
con Claudia hace mucho que no hay nada, la quiero, pero porque somos muy buenos
amigos, pero no la amo, eso es agua pasada, ya está olvidado” me dije a mi
mismo y a mi corazón, mas éste no pareció inmutarse, siguió latiendo tranquilo,
a mis sentidos no llego palabra suya, no obstante podía sentir como dentro de
mi, mí ser se dividía y debatía y yo me sentía extrañamente solo e
incomprendido. “A este paso me voy a volver paranoico” pensé. En ese momento sonó
el reloj del salón, ya era la hora de irse a trabajar, entré en la habitación,
me vestí con lo primero que cogí del montón de la ropa planchada, y salí al
portal, donde ya estaba Claudia esperándome, el saludo fue un poco raro,
distante, tirante, e incluso puede que algo frío, de camino al trabajo la cosa
no iba mejor.
***
No recuerdo ya bien lo que pasó esos
días después de lo que fui a llamar “el ataque”, me pasé muchas horas en casa
de mis padres, pues el medico de empresa me dio de baja por depresión y mi
madre insistió en que me fuera con ellos y, aliada con Claudia, me llevaron
allí, donde viví algo así como un arresto domiciliario. Pasaba largas horas
sentado con la mirada perdida a lo lejos, con los ojos puestos en el lago… ese
lago… y el pensamiento puesto en todo y en nada. Pensarás que estaría ya
cansado de este sentimiento insulso, pero la verdad es que no, o no lo sé, no
logro recordarlo. Sólo sabía que algo pasaba, ¿el qué? Ojala lo supiera, pero
no lo sabía, tenía miedo, estaba nervioso, cansado… dormir no me aliviaba el
sueño, comer no me aliviaba el hambre, ni beber me quitaba la sed… encerrado en
mi, no podía salir, y como un pez fuera del agua, agonizaba, como quien espera
la muerte… pero ésta nunca llegó a su cita. Mis padres se desvivieron por mi en
aquellos días, mi madre no sabía que hacer, mi estado pronto invadió toda la
casa, ni las rosas del jardín salieron aquel año y esa primavera la maleza
invadió la entrada, que estuvo así hasta que llegó mi hermano y se encargó de
todo el jardín, en un intento por animar el ambiente.
***
“¿Qué más podemos hacer Claudia? Yo ya no
se como animarlo, está pálido, no ha salido de casa desde que llegó, y de eso
hace ya meses, ha adelgazado de forma preocupante, yo ya no se que hacer”- Las
lagrimas corrieron a mares de los ojos de Concha el día que fui a ver a
Natanael, ella también estaba muy desencajada por todo esto. Natanael poco a
poco iba perdiendo las ganas de vivir y nadie, salvo yo, parecía creer saber el
por qué… “Los psicólogos no pueden hacer ya nada más y el psiquiatra dice que
no hay muestras de nada raro… yo no sé, no sé… Claudia, no lo sé…” siguió
diciendo entre el hipo causado por el llanto “Te comprendo Concha de verdad,
comprendo tu impotencia y preocupación, déjame hablar con él, creo que no fue
buena idea que viniera aquí, tal vez… no lo sé, hablaré con él y que se venga
de nuevo a Madrid”. Subí las escaleras que conducían a la parte alta de la casa
donde estaban las habitaciones y entré en la habitación de Natanael “Has tardado
en subir ¿qué has estado haciendo?” dijo él lúgubremente “He estado hablando
con tu madre, está destrozada, ella no merece que la trates así ¿qué pasa
contigo? ¿Es que no piensas hablar con nadie?” dije yo en modo imperante “¿Para
qué he de hacerlo? ¿Acaso va alguien a creerme o escucharme? ¿Acaso va alguien
a entender qué me pasa? ¿Acaso se yo qué pasa? No lo sé Claudia, no lo sé, no
sé nada, vivo sin vivir en mi, llevo así ya no se cuanto, y nunca logro ver la
luz, estoy en un foso metido, día y noche mis recuerdos se regodean en ella,
día a día mis sentidos se estimulan con la soledad y la pena y yo no se qué
hacer, no se cómo hacer nada. Mis ojos han olvidado cómo se llora porque ya no
tienen lagrimas para hacerlo, mis oídos han olvidado el musical sonido de la
risa, y mi piel no recuerda el tacto del aire o del sol…” sus palabras se me
clavaban como puñales en el corazón. El tono de su voz me dolía en los
oídos y las lagrimas que él tanto ansiaba caían por mi rostro bañando el suyo,
que se encontraba bajo mi pecho pues, movida por un sentimiento de amor, lo
abracé y lo estreche contra mi, como si quisiera darle calor, como buscando
darle la vida… “No puedes seguir así, no puedes hacerme esto, no puedes… no
puedes abandonarme ahora, no puedes dejarte en manos de la pena ahora que sé
que a tu lado soy feliz, no puedes dejar que tu corazón muera helado ahora que
sé que el mío late sólo si te tiene a ti… te amo Natanael, siempre te he amado,
te necesito junto a mi, sin ti mi vida no se vivirla, porque tú eres la luz de
mis ojos, el bastón en mi camino, tú eres mi descanso en la fatiga, tú lo eres
todo y yo…yo sin ti no sabría ser…” Las lágrimas bajaban cada vez más rápido
por mi cara, y golpeaban contra la suya, que, con los ojos atentos, me miraba. Me
sequé las lágrimas, mientras él me miraba. Mis lágrimas seguían en su rostro, y
sus lágrimas asomaban de nuevo a la superficie. En su inexpresiva mirada veía
de nuevo las ganas de brillar… me tomó de la mano, y me besó en los labios, el
sabor salado de las lágrimas llegó hasta mi paladar, y la amargura de aquel
beso me hizo estremecer. Comprendí su pena. En ese beso me dio todo su ser… “Si
me ayudas, si tú me ayudas, podré, si tú caminas a mi lado sabré andar, si tú
eres mi refugio sabré hacerlo. Perdóname Claudia, perdóname yo… no puedo más…
no puedo amarte, mi amor es amargura…” su voz era aún más triste que antes, sus
enrojecidos e hinchados ojos miraban al suelo, sus manos temblaban, en sus
sienes se sentía el latir de su corazón ahogado. “No me importa que no me ames,
no me importa que no quieras o puedas hacerlo, me importas tú y no puedo vivir
si tú no estas bien. Necesito que salgas de esto, porque si no la pena acabará
por consumirme a mí también. No te pido que me ames, sólo te digo que me dejes amarte,
que me dejes sanar las heridas que ese fantasma crea en ti. Sólo te pido que me
dejes disfrutar de tus ojos, del calor de tu mirada, sólo te pido que vuelvas a
ser tú, que vuelvas a ser mi felicidad, mi vida…”
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