jueves, 4 de octubre de 2012

Dudas Sólo Dudas (XIV)


Blanco, nada, sólo vacío. Cuando Claudia se fue me quedé con la mirada fija en el lugar que ella había ocupado, con la mente en blanco, sin pensar en nada, sin recordar nada, ajeno a todo, en ese estado lunático que desde hacía meses me invadía, y que en noches como la de hoy se aferraba a mi con mayor intensidad. En ese silencio de mi mente, en ese vacío mental de mi razón pude oír, por primera vez en mi vida, una voz desconocida y que hablaba una lengua extraña, pero que aún cuando no entendía… comprendía. “Todavía la amamos, no lo podemos negar, aunque la razón lo niegue sabes tan bien como yo que no es cierto, llevamos mucho tratando de olvidar, llevamos mucho tratando de ocultar su huella en nosotros, pero no podemos y lo sabes, siempre lo has sabido…  no vale de nada negarlo, porque aún cuando lo niegues, aún cuando digas, lo hemos olvidado, en lo más íntimo de ti mismo siempre sabrás que la amaste, que la amas y que la amaras…” “Me estoy volviendo loco, escucho voces de idiomas que no entiendo pero comprendo lo que dicen, ¡Dios mío! Va tener razón Claudia…” y al decir el nombre de Claudia mi corazón dio un salto, comprendí entonces que la voz extraña de lengua diversa era la voz de mi corazón quien por fin, después de mucho hablarme, alcancé a conocer en el silencio de la noche “ No te confundas, con Claudia hace mucho que no hay nada, la quiero, pero porque somos muy buenos amigos, pero no la amo, eso es agua pasada, ya está olvidado” me dije a mi mismo y a mi corazón, mas éste no pareció inmutarse, siguió latiendo tranquilo, a mis sentidos no llego palabra suya, no obstante podía sentir como dentro de mi, mí ser se dividía y debatía y yo me sentía extrañamente solo e incomprendido. “A este paso me voy a volver paranoico” pensé. En ese momento sonó el reloj del salón, ya era la hora de irse a trabajar, entré en la habitación, me vestí con lo primero que cogí del montón de la ropa planchada, y salí al portal, donde ya estaba Claudia esperándome, el saludo fue un poco raro, distante, tirante, e incluso puede que algo frío, de camino al trabajo la cosa no iba mejor.

***

   No recuerdo ya bien lo que pasó esos días después de lo que fui a llamar “el ataque”, me pasé muchas horas en casa de mis padres, pues el medico de empresa me dio de baja por depresión y mi madre insistió en que me fuera con ellos y, aliada con Claudia, me llevaron allí, donde viví algo así como un arresto domiciliario. Pasaba largas horas sentado con la mirada perdida a lo lejos, con los ojos puestos en el lago… ese lago… y el pensamiento puesto en todo y en nada. Pensarás que estaría ya cansado de este sentimiento insulso, pero la verdad es que no, o no lo sé, no logro recordarlo. Sólo sabía que algo pasaba, ¿el qué? Ojala lo supiera, pero no lo sabía, tenía miedo, estaba nervioso, cansado… dormir no me aliviaba el sueño, comer no me aliviaba el hambre, ni beber me quitaba la sed… encerrado en mi, no podía salir, y como un pez fuera del agua, agonizaba, como quien espera la muerte… pero ésta nunca llegó a su cita. Mis padres se desvivieron por mi en aquellos días, mi madre no sabía que hacer, mi estado pronto invadió toda la casa, ni las rosas del jardín salieron aquel año y esa primavera la maleza invadió la entrada, que estuvo así hasta que llegó mi hermano y se encargó de todo el jardín, en un intento por animar el ambiente.

***

  “¿Qué más podemos hacer Claudia? Yo ya no se como animarlo, está pálido, no ha salido de casa desde que llegó, y de eso hace ya meses, ha adelgazado de forma preocupante, yo ya no se que hacer”- Las lagrimas corrieron a mares de los ojos de Concha el día que fui a ver a Natanael, ella también estaba muy desencajada por todo esto. Natanael poco a poco iba perdiendo las ganas de vivir y nadie, salvo yo, parecía creer saber el por qué… “Los psicólogos no pueden hacer ya nada más y el psiquiatra dice que no hay muestras de nada raro… yo no sé, no sé… Claudia, no lo sé…” siguió diciendo entre el hipo causado por el llanto “Te comprendo Concha de verdad, comprendo tu impotencia y preocupación, déjame hablar con él, creo que no fue buena idea que viniera aquí, tal vez… no lo sé, hablaré con él y que se venga de nuevo a Madrid”. Subí las escaleras que conducían a la parte alta de la casa donde estaban las habitaciones y entré en la habitación de Natanael “Has tardado en subir ¿qué has estado haciendo?” dijo él lúgubremente “He estado hablando con tu madre, está destrozada, ella no merece que la trates así ¿qué pasa contigo? ¿Es que no piensas hablar con nadie?” dije yo en modo imperante “¿Para qué he de hacerlo? ¿Acaso va alguien a creerme o escucharme? ¿Acaso va alguien a entender qué me pasa? ¿Acaso se yo qué pasa? No lo sé Claudia, no lo sé, no sé nada, vivo sin vivir en mi, llevo así ya no se cuanto, y nunca logro ver la luz, estoy en un foso metido, día y noche mis recuerdos se regodean en ella, día a día mis sentidos se estimulan con la soledad y la pena y yo no se qué hacer, no se cómo hacer nada. Mis ojos han olvidado cómo se llora porque ya no tienen lagrimas para hacerlo, mis oídos han olvidado el musical sonido de la risa, y mi piel no recuerda el tacto del aire o del sol…” sus palabras se me clavaban como puñales en el corazón.  El tono de su voz me dolía en los oídos y las lagrimas que él tanto ansiaba caían por mi rostro bañando el suyo, que se encontraba bajo mi pecho pues, movida por un sentimiento de amor, lo abracé y lo estreche contra mi, como si quisiera darle calor, como buscando darle la vida… “No puedes seguir así, no puedes hacerme esto, no puedes… no puedes abandonarme ahora, no puedes dejarte en manos de la pena ahora que sé que a tu lado soy feliz, no puedes dejar que tu corazón muera helado ahora que sé que el mío late sólo si te tiene a ti… te amo Natanael, siempre te he amado, te necesito junto a mi, sin ti mi vida no se vivirla, porque tú eres la luz de mis ojos, el bastón en mi camino, tú eres mi descanso en la fatiga, tú lo eres todo y yo…yo sin ti no sabría ser…” Las lágrimas bajaban cada vez más rápido por mi cara, y golpeaban contra la suya, que, con los ojos atentos, me miraba. Me sequé las lágrimas, mientras él me miraba. Mis lágrimas seguían en su rostro, y sus lágrimas asomaban de nuevo a la superficie. En su inexpresiva mirada veía de nuevo las ganas de brillar… me tomó de la mano, y me besó en los labios, el sabor salado de las lágrimas llegó hasta mi paladar, y la amargura de aquel beso me hizo estremecer. Comprendí su pena. En ese beso me dio todo su ser… “Si me ayudas, si tú me ayudas, podré, si tú caminas a mi lado sabré andar, si tú eres mi refugio sabré hacerlo. Perdóname Claudia, perdóname yo… no puedo más… no puedo amarte, mi amor es amargura…” su voz era aún más triste que antes, sus enrojecidos e hinchados ojos miraban al suelo, sus manos temblaban, en sus sienes se sentía el latir de su corazón ahogado. “No me importa que no me ames, no me importa que no quieras o puedas hacerlo, me importas tú y no puedo vivir si tú no estas bien. Necesito que salgas de esto, porque si no la pena acabará por consumirme a mí también. No te pido que me ames, sólo te digo que me dejes amarte, que me dejes sanar las heridas que ese fantasma crea en ti. Sólo te pido que me dejes disfrutar de tus ojos, del calor de tu mirada, sólo te pido que vuelvas a ser tú, que vuelvas a ser mi felicidad, mi vida…”





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