jueves, 4 de octubre de 2012

Dulce Pesadilla (III)


Aquella noche decidí marcharme a dar un paseo por las afueras del pueblo. Hacía una temperatura agradable y una brisa suave invitaba a pasear a la luz de la luna. Tomé el camino que lleva hacia el lago. Tras andar unos diez minutos salí por fin del pueblo, que quedó a mis espaldas, de fondo aún me acompañaba el lejano sonido de las campanas de la torre de la iglesia, rodeada de casitas bajas de piedra y calles, en su mayoría estrechas y sinuosas. Las campanas marcaban las once de la noche. Encendí un cigarro mientras me iba adentrando más y más en la oscuridad, apenas iluminada por la tenue luz de una luna en cuarto creciente. Acompañado por los sonidos de la noche llegué a las orillas del lago, que vestía aquella noche un manto de estrellas que el viento mecía sutilmente a mis pies. Ya no recordaba lo maravilloso que era el cielo reflejado en las calmadas aguas del lago, ya no recordaba el color del cielo nocturno, azul y negro, cuajado de estrellas… las luces de Madrid me habían hecho olvidar lo maravillosas que son las noches, lo bello que es el cielo, lo puro que es el aire… Sumido en estos pensamientos me abordaron miles de recuerdos de mi infancia en aquellas orillas, recordaba los primeros días del mes de mayo, corriendo entre los verdes campos regados por las lluvias de abril y que en aquel mes se llenaban de colores y aromas a causa de la primaveral flora, recordaba las flores silvestres que cortábamos para nuestras madres, quienes adornaban con ellas la entrada de la casa. Recordaba las interminables carreras y juegos que allí librábamos, recordaba como, cuando el calor apretaba, todos íbamos al lago a darnos un baño y seguíamos con los juegos y las carreras…   Me tumbé en la hierba bajo un chopo, dejé mis ojos perdidos en el infinito, divisando, entre las hojas del árbol que me acogía, la grandeza del estrellado cielo y la belleza de la luna, blanca y brillante, con la grandeza de la luz que del sol reflejaba. Mi respiración se fue haciendo pausada, profunda. La brisa me susurraba al oído canciones de tiempos antiguos, el sonido del agua, levemente agitada, me mecía…
    No sé cuanto tiempo estuve dormido, pero debió ser bastante, la luna ya estaba muy alta, por lo que  debía ser de madrugada. Me incorporé despacio, algo entumecido por haber estado dormido en el suelo, mi vida en la ciudad me había hecho perder esta habilidad. Entonces la divisé, una espectral figura, parecía no haberse percatado de mi presencia, embelesado por tal mágica visión me acerqué poco a poco. La luz lunar la envolvía, el aire movía sus ropas y su pelo. A medida que me iba acercando nacía nuevamente en mí aquella extraña presencia que sentí esperando el autobús, sólo que, esta vez, la podía ver. Sentí como mi ser, que hacía meses había huido de mí en busca de tan esperada visión, volvía conmigo, me tomaba de la mano y me devolvía, por fin, la tan ansiada sensación de ser y estar en mí. Una vez más se paró el tiempo a mis sentidos, mi corazón pareció pararse, la sangre pareció helárseme en las venas, a mis oídos llegaba una música que nunca antes había escuchado y que jamás creo que vuelva a sentir. Las aguas del lago parecieron unirse a tan majestuosa música y desde su cuenca la siguieron con una danza que recordaba a las llamas de una hoguera. Las ramas de los árboles hacían los coros a tan celeste opera, y ella se giró. Su pelo brillaba como el oro a la luz de la luna, sus ojos, del color de las aguas del más cristalino mar, de más azul océano, con el brillo del más estrellado cielo, me miraban y penetraban, a la vez que los sentía, clavados en mí, como el más ardiente fuego. Mi corazón, helado por el pavor y paralizado, se vio liberado, tomó de sus ojos todo su fuego, y empezó a latir nuevamente, primero despacio, después, poco a poco, fue tomando velocidad a la vez que sus manos tomaban las mías y las entrelazaba con las suyas. La volví a mirar, era joven, de tez morena a pesar de su pelo claro y sus ojos turquesa. Su gesto era sereno, seguro y en sus labios podía descubrir el color del amor y la pasión. Quise preguntarle quién era, pero no conseguía articular palabra alguna, sólo lograba mirarla a los ojos y desear, desde lo más profundo de mi corazón, que este momento fuese eterno. Que todo el cosmos siguiese así, parado, mientras nos mirábamos…

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