Hará unos años que sentí su presencia por primera
vez. Estaba esperando el autobús, como de costumbre. A mi alrededor el
ensordecedor ruido del intenso tráfico de Madrid, el ir y venir de sus
apresurados habitantes, quienes parecían vivir en un eterno desenfreno de
prisas y preocupación, agobiados por todos sus quehaceres que, a fin de
cuentas, les impedían disfrutar, muchas veces, de la belleza de sus calles, y
de la majestuosidad de sus fachadas. Parecía que, tanta prisa, les impidiera
ver que, a pesar de todo, no vivían solos en esa ciudad. Nunca me había parado
a pensar en la cantidad de gente que veo a diario y con la cual vivo... No sé
cómo ni por qué, pero en medio de ese caos sentí su presencia. Fue algo
vago, una leve intuición de que allí había algo o alguien extraño al bullicio y
la general prisa. Sucedió todo en un fragmento del tiempo. En un instante todo
se paró, sólo el aire continuó su camino, trayendo consigo extrañas fragancias
de paz. Sentí entonces cómo de mí algo se desgarraba, se llenó mi ser de vacío.
Pude entonces intuir su presencia y cómo lo más profundo de mí mismo se
escapaba en su busca. Otro instante, ya todo había sucedido, mi corazón latía
taquicárdico, como nervioso, dispuesto para salir corriendo, pero seguí
quieto, muy quieto. La gente pasaba frente a mi ajena a lo sucedido ¿acaso era
yo el único que lo había sentido? Pero… ¿qué había sentido? No podría
explicarlo con palabras humanas. La paz y la preocupación se unían en busca de
un mismo fin. La sensación de vacío, tras el robo de mi propio ser, se mezclaba
bruscamente con la extraña sensación de haber quedado invadido de nada. La
tristeza de haber perdido ese “algo” se juntaba con la extraña seguridad de que
volvería nuevamente, y esta vez, para quedarse por mucho tiempo. Pude ver
entonces que alguien me miraba, en sus ojos pude intuir la sorpresa, la duda… y
un segundo después, la indiferencia.
Los días pasaban normales,
todo continuaba en su curso natural y nada hacía pensar que los hechos de los
días anteriores volvieran a suceder. Todo seguía normal, todo seguía como
siempre. Yo seguía siendo el mismo, sólo que, ahora, era la extraña tristeza y
vaciedad quienes me indicaban cómo y qué sentía, y aun siendo así, me sentía
sutilmente lleno y alegre, con paz, la extraña paz que viene después de una
tormenta, una paz no destinada a durar mucho.
Es fascinante!
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