jueves, 4 de octubre de 2012

La Paz Después de la Tormenta (II)


Hará unos años que sentí su presencia por primera vez. Estaba esperando el autobús, como de costumbre. A mi alrededor el ensordecedor ruido del intenso tráfico de Madrid, el ir y venir de sus apresurados habitantes, quienes parecían vivir en un eterno desenfreno de prisas y preocupación, agobiados por todos sus quehaceres que, a fin de cuentas, les impedían disfrutar, muchas veces, de la belleza de sus calles, y de la majestuosidad de sus fachadas. Parecía que, tanta prisa, les impidiera ver que, a pesar de todo, no vivían solos en esa ciudad. Nunca me había parado a pensar en la cantidad de gente que veo a diario y con la cual vivo... No sé cómo ni por qué, pero en medio de ese caos sentí su presencia. Fue  algo vago, una leve intuición de que allí había algo o alguien extraño al bullicio y la general prisa. Sucedió todo en un fragmento del tiempo. En un instante todo se paró, sólo el aire continuó su camino, trayendo consigo extrañas fragancias de paz. Sentí entonces cómo de mí algo se desgarraba, se llenó mi ser de vacío. Pude entonces intuir su presencia y cómo lo más profundo de mí mismo se escapaba en su busca. Otro instante, ya todo había sucedido, mi corazón latía taquicárdico, como nervioso, dispuesto para salir  corriendo, pero seguí quieto, muy quieto. La gente pasaba frente a mi ajena a lo sucedido ¿acaso era yo el único que lo había sentido? Pero… ¿qué había sentido? No podría explicarlo con palabras humanas. La paz y la preocupación se unían en busca de un mismo fin. La sensación de vacío, tras el robo de mi propio ser, se mezclaba bruscamente con la extraña sensación de haber quedado invadido de nada. La tristeza de haber perdido ese “algo” se juntaba con la extraña seguridad de que volvería nuevamente, y esta vez, para quedarse por mucho tiempo. Pude ver entonces que alguien me miraba, en sus ojos pude intuir la sorpresa, la duda… y un segundo después, la indiferencia.
    Los días pasaban normales, todo continuaba en su curso natural y nada hacía pensar que los hechos de los días anteriores volvieran a suceder. Todo seguía normal, todo seguía como siempre. Yo seguía siendo el mismo, sólo que, ahora, era la extraña tristeza y vaciedad quienes me indicaban cómo y qué sentía, y aun siendo así, me sentía sutilmente lleno y alegre, con paz, la extraña paz que viene después de una tormenta, una paz no destinada a durar mucho.


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