Una vez más la calurosa noche de finales del mes de julio se cernía sobre mí. La soledad silenciosa de la noche y el olor del césped, humedecido por los aspersores, reinaban en el ambiente, rotos por las melancólicas letras que en mi cabeza fluían al ritmo de la música que de mi radiocasete salía y por el humo de los cigarrillos que, uno tras otro, se iban consumiendo entre mis labios y el aire del ventilador. Una vez más el sueño me había abandonado, huyendo, otra vez, en busca del recuerdo olvidado y lleno de polvo que vive sumido en los más lúgubres rincones de mi mente, a pesar de tenerlo siempre presente… dulce pesadilla es el recuerdo de tan ensoñadora presencia. Recuerdo fugaz de su hermoso pelo, el vivo recuerdo de sus ojos color del mar, reflejo del cielo, la extraña sensación de sentir el calor de su mirada de colores fríos aún ahora que hace tanto que se fue… la suavidad de su piel, el latir de su corazón, al unísono con el mío, la inexplicable certeza de poder oírlo latir a pesar de la distancia que nos separa, el dulce sueño de un amor… tornado en un triste y vago recuerdo, lejano, a la vez que actual, mortecino, a la vez que vital. Un sueño tornado en tortuosa pesadilla de la que no sé salir, el recuerdo de un fantasma del pasado, de un olvido del presente, la pesadilla de su recuerdo...
Más Allá
Una apasionante historia, capitulo a capitulo...
jueves, 4 de octubre de 2012
Una Noche de Julio (I)
Una vez más la calurosa noche de finales del mes de julio se cernía sobre mí. La soledad silenciosa de la noche y el olor del césped, humedecido por los aspersores, reinaban en el ambiente, rotos por las melancólicas letras que en mi cabeza fluían al ritmo de la música que de mi radiocasete salía y por el humo de los cigarrillos que, uno tras otro, se iban consumiendo entre mis labios y el aire del ventilador. Una vez más el sueño me había abandonado, huyendo, otra vez, en busca del recuerdo olvidado y lleno de polvo que vive sumido en los más lúgubres rincones de mi mente, a pesar de tenerlo siempre presente… dulce pesadilla es el recuerdo de tan ensoñadora presencia. Recuerdo fugaz de su hermoso pelo, el vivo recuerdo de sus ojos color del mar, reflejo del cielo, la extraña sensación de sentir el calor de su mirada de colores fríos aún ahora que hace tanto que se fue… la suavidad de su piel, el latir de su corazón, al unísono con el mío, la inexplicable certeza de poder oírlo latir a pesar de la distancia que nos separa, el dulce sueño de un amor… tornado en un triste y vago recuerdo, lejano, a la vez que actual, mortecino, a la vez que vital. Un sueño tornado en tortuosa pesadilla de la que no sé salir, el recuerdo de un fantasma del pasado, de un olvido del presente, la pesadilla de su recuerdo...
La Paz Después de la Tormenta (II)
Hará unos años que sentí su presencia por primera
vez. Estaba esperando el autobús, como de costumbre. A mi alrededor el
ensordecedor ruido del intenso tráfico de Madrid, el ir y venir de sus
apresurados habitantes, quienes parecían vivir en un eterno desenfreno de
prisas y preocupación, agobiados por todos sus quehaceres que, a fin de
cuentas, les impedían disfrutar, muchas veces, de la belleza de sus calles, y
de la majestuosidad de sus fachadas. Parecía que, tanta prisa, les impidiera
ver que, a pesar de todo, no vivían solos en esa ciudad. Nunca me había parado
a pensar en la cantidad de gente que veo a diario y con la cual vivo... No sé
cómo ni por qué, pero en medio de ese caos sentí su presencia. Fue algo
vago, una leve intuición de que allí había algo o alguien extraño al bullicio y
la general prisa. Sucedió todo en un fragmento del tiempo. En un instante todo
se paró, sólo el aire continuó su camino, trayendo consigo extrañas fragancias
de paz. Sentí entonces cómo de mí algo se desgarraba, se llenó mi ser de vacío.
Pude entonces intuir su presencia y cómo lo más profundo de mí mismo se
escapaba en su busca. Otro instante, ya todo había sucedido, mi corazón latía
taquicárdico, como nervioso, dispuesto para salir corriendo, pero seguí
quieto, muy quieto. La gente pasaba frente a mi ajena a lo sucedido ¿acaso era
yo el único que lo había sentido? Pero… ¿qué había sentido? No podría
explicarlo con palabras humanas. La paz y la preocupación se unían en busca de
un mismo fin. La sensación de vacío, tras el robo de mi propio ser, se mezclaba
bruscamente con la extraña sensación de haber quedado invadido de nada. La
tristeza de haber perdido ese “algo” se juntaba con la extraña seguridad de que
volvería nuevamente, y esta vez, para quedarse por mucho tiempo. Pude ver
entonces que alguien me miraba, en sus ojos pude intuir la sorpresa, la duda… y
un segundo después, la indiferencia.
Los días pasaban normales,
todo continuaba en su curso natural y nada hacía pensar que los hechos de los
días anteriores volvieran a suceder. Todo seguía normal, todo seguía como
siempre. Yo seguía siendo el mismo, sólo que, ahora, era la extraña tristeza y
vaciedad quienes me indicaban cómo y qué sentía, y aun siendo así, me sentía
sutilmente lleno y alegre, con paz, la extraña paz que viene después de una
tormenta, una paz no destinada a durar mucho.
Dulce Pesadilla (III)
Aquella noche decidí marcharme a dar un paseo por
las afueras del pueblo. Hacía una temperatura agradable y una brisa suave
invitaba a pasear a la luz de la luna. Tomé el camino que lleva hacia el lago.
Tras andar unos diez minutos salí por fin del pueblo, que quedó a mis espaldas,
de fondo aún me acompañaba el lejano sonido de las campanas de la torre de la
iglesia, rodeada de casitas bajas de piedra y calles, en su mayoría estrechas y
sinuosas. Las campanas marcaban las once de la noche. Encendí un cigarro
mientras me iba adentrando más y más en la oscuridad, apenas iluminada por la
tenue luz de una luna en cuarto creciente. Acompañado por los sonidos de la
noche llegué a las orillas del lago, que vestía aquella noche un manto de estrellas
que el viento mecía sutilmente a mis pies. Ya no recordaba lo maravilloso que
era el cielo reflejado en las calmadas aguas del lago, ya no recordaba el color
del cielo nocturno, azul y negro, cuajado de estrellas… las luces de Madrid me
habían hecho olvidar lo maravillosas que son las noches, lo bello que es el
cielo, lo puro que es el aire… Sumido en estos pensamientos me abordaron miles
de recuerdos de mi infancia en aquellas orillas, recordaba los primeros días
del mes de mayo, corriendo entre los verdes campos regados por las lluvias de
abril y que en aquel mes se llenaban de colores y aromas a causa de la
primaveral flora, recordaba las flores silvestres que cortábamos para nuestras
madres, quienes adornaban con ellas la entrada de la casa. Recordaba las
interminables carreras y juegos que allí librábamos, recordaba como, cuando el
calor apretaba, todos íbamos al lago a darnos un baño y seguíamos con los
juegos y las carreras… Me tumbé en la hierba bajo un chopo, dejé
mis ojos perdidos en el infinito, divisando, entre las hojas del árbol que me
acogía, la grandeza del estrellado cielo y la belleza de la luna, blanca y
brillante, con la grandeza de la luz que del sol reflejaba. Mi respiración se
fue haciendo pausada, profunda. La brisa me susurraba al oído canciones de
tiempos antiguos, el sonido del agua, levemente agitada, me mecía…
No sé cuanto tiempo estuve
dormido, pero debió ser bastante, la luna ya estaba muy alta, por lo que
debía ser de madrugada. Me incorporé despacio, algo entumecido por haber estado
dormido en el suelo, mi vida en la ciudad me había hecho perder esta habilidad.
Entonces la divisé, una espectral figura, parecía no haberse percatado de mi
presencia, embelesado por tal mágica visión me acerqué poco a poco. La luz lunar
la envolvía, el aire movía sus ropas y su pelo. A medida que me iba acercando
nacía nuevamente en mí aquella extraña presencia que sentí esperando el
autobús, sólo que, esta vez, la podía ver. Sentí como mi ser, que hacía meses
había huido de mí en busca de tan esperada visión, volvía conmigo, me tomaba de
la mano y me devolvía, por fin, la tan ansiada sensación de ser y estar en mí.
Una vez más se paró el tiempo a mis sentidos, mi corazón pareció pararse, la
sangre pareció helárseme en las venas, a mis oídos llegaba una música que nunca
antes había escuchado y que jamás creo que vuelva a sentir. Las aguas del lago
parecieron unirse a tan majestuosa música y desde su cuenca la siguieron con
una danza que recordaba a las llamas de una hoguera. Las ramas de los árboles
hacían los coros a tan celeste opera, y ella se giró. Su pelo brillaba como el
oro a la luz de la luna, sus ojos, del color de las aguas del más cristalino
mar, de más azul océano, con el brillo del más estrellado cielo, me miraban y
penetraban, a la vez que los sentía, clavados en mí, como el más ardiente
fuego. Mi corazón, helado por el pavor y paralizado, se vio liberado, tomó de
sus ojos todo su fuego, y empezó a latir nuevamente, primero despacio, después,
poco a poco, fue tomando velocidad a la vez que sus manos tomaban las mías y
las entrelazaba con las suyas. La volví a mirar, era joven, de tez morena a
pesar de su pelo claro y sus ojos turquesa. Su gesto era sereno, seguro y en
sus labios podía descubrir el color del amor y la pasión. Quise preguntarle
quién era, pero no conseguía articular palabra alguna, sólo lograba mirarla a
los ojos y desear, desde lo más profundo de mi corazón, que este momento fuese
eterno. Que todo el cosmos siguiese así, parado, mientras nos mirábamos…
Y Después... ¿Nada? (IV)
La vaciedad y la tristeza seguían mandando en mi
vida. Sabía que algo había pasado aquella noche en el lago, pero no lograba
recordar el qué. Trataba de hacer memoria, desde la cama del hospital, de qué
hice aquella noche, pero no lograba reacordar más que… que me quedé dormido a
las orillas del lago. “No pudo ser un sueño, no, de serlo lo recordaría siempre
fui bueno para eso”. Me esforzaba por recordar, pero nada volvía a mi mente, sólo
el confuso recuerdo de una celestial música y la presencia que me había robado
el alma. Pero esa noche volvió mi alma a mí, recuerdo sentirla de nuevo tan
dentro y no obstante, hoy, ya no estaba.
“Ha sufrido una
conmoción, no se si saldrá del coma, ahora debe descansar. Para cualquier
cosa avise usted al control de enfermería con este botón, si despierta avísenos
de inmediato”. Oí que decía el que debía ser el medico a alguien que se hallaba
conmigo y que, fuera quien fuese, nunca respondió hablando, puesto que no lo
escuche, y cuando por fin desperté, no había nadie. Un mes en coma, un mes
acompañado por alguien de quien no se nada. Durante ese tiempo recuerdo
capítulos vagos, a veces oía al equipo medico hablar y divagar sobre mi futuro
y las secuelas que esto pudiera dejarme, otras veces sólo oía el pitido de las
muchas maquinas a las que me tenían conectado, y la mayor parte del tiempo… el
silencio más absoluto y la oscuridad más negra. La nada que llenaba mi ser era
lo único que intuí verdaderamente a lo largo de aquel mes en coma, del cual
salí, de la misma forma que entré, sin saber como.
“Le repito doctor que no sé de quién
me habla. No conozco a nadie que responda a esa descripción, y no, no sé por
qué me acompañó hasta los días previos a mi despertar”… “ya se lo he dicho, no
recuerdo haberme golpeado, además usted mismo ha dicho que no hay marcas
externas de golpe alguno. Sólo recuerdo haberme quedado dormido a orillas del
lago y despertar finalmente aquí, no se qué pudo ocasionar el coma, pero desde
luego no me caí de ninguna parte” Los interrogatorios de los médicos se hacían
cada día mas pesados. Constantemente me preguntaban lo mismo, tuve que
enfrentarme a numerosos reconocimientos y otros tantos escáneres encefálicos
que, finalmente, determinaron aquello que yo ya sabía: no sufría de amnesia u
otra perdida de memoria o secuela mayor que no fuera la debilidad muscular
causada por un mes de inactividad y postramiento en la cama de aquella fría
habitación de la unidad de cuidados intensivos.
Según me contó mi hermano, una
vez hube salido de la unidad de cuidados intensivos y fui llevado a la
habitación de la planta del hospital, la noche que salí a dar un paseo por el
pueblo no volví a casa, por lo que, preocupados, fueron a buscarme. Conociéndome
como lo hace mi hermano pronto supo dónde encontrarme, y así fue. Dice que me
encontró dormido a orillas del lago, bajo un chopo, y que tras muchos intentos
por despertarme con inútil resultado, decidió llamar a una ambulancia, temiendo
que me pasara algo. Le pregunté por la joven que el doctor me había descrito, y
la cual desapareció tres días antes de mi despertar. Mi hermano me miró con
cara de asombro, nadie había logrado acercarse a mí más allá del cristal que
así lo dispone, ¿como pues pondría alguien, y más aun, una extraña,
acercarse tanto a mí? Y lo más intrigante ¿por qué se fue tres días antes de mi
despertar y después… nada?
Recuerdos (V)
El correo se
amontonaba en el buzón de la casa de Natanael. Desde que se fue a pasar
unos días al pueblo nadie sabía nada de él, algunos decían que se había ido al
pueblo para siempre, pues muchas veces había dicho que lo echaba de menos,
pero… irse así, sin avisar… no creo, además ¿cómo iba a irse? Y el trabajo qué,
¿qué pasaba con su trabajo? Aunque una cosa era cierta, no lo veía ni siquiera
para ir a trabajar, y eso es raro porque siempre cogíamos el metro juntos ya
que trabajábamos en el mismo edificio, pero desde hacía tres meses, nada, ni a
la hora de ir ni a la hora de volver. Como tampoco respondía al móvil, que ya
ni siquiera estaba en funcionamiento, fui a pensarme lo peor, pero no, gracias
a Dios no había muerto, aunque, según me dijo él mismo tiempo después, poco
pareció haberle faltado.
Natanael no era el
mismo desde lo del “accidente” del lago, se pasaba la mayor parte del tiempo
pensativo, con expresión de cansado, confuso, a veces me atrevería a
decir que nervioso. Pasaba todo el día tratando de recordar aquella noche. En
el trabajo, cuando por fin pudo reincorporarse, rendía mucho menos que antes, y
con los compañeros de trabajo ya no tenía la misma actitud. Yo, por mi parte,
supe desde el primer momento en que hablé con él que algo no iba bien, sin
duda, algo había sucedido. Su alegría de antes había desaparecido, la armonía
que antaño sus ojos, de color castaño, emanaban en forma de sutil brillo en sus
pupilas, se había desvanecido y en su lugar brillos como de tristeza y llanto
se erigían en medio de sus preciosos y expresivos ojos. En su voz se podía
intuir la perplejidad de que era portador, se podía entrever, en su forma de
hablar, el entramado de pensamientos y recuerdos en que se hallaba sumido, en
su busca de la respuesta a la pregunta que, una y otra vez, se formulaba a sí
mismo.
Al principio pensé que todo cuanto le
sucedía era cosa normal después de un periodo de coma como el suyo, tras el que
la mente trata de recuperar el tiempo que, en cierto modo, ha perdido, pero no
parecía ser esta la situación de Natanael.
“No Claudia, en serio, me
encuentro bien, no tengo la sensación de tener que recuperar el tiempo perdido,
ya ves tú lo que han cambiado las cosas en un mes…no necesito que me ayudes a
hacer las cosas de la casa mujer que no he perdido las manos ni nada por el
estilo… anda venga no te enfades, no he querido ser borde, discúlpame… ¿lo
arreglamos con una cena?... venga Claudia no te hagas de rogar que nos
conocemos, esta noche a las diez en mi casa, tú traes el champán”. Éstas fueron
las palabras que me dijo Natanael el día que decidí preguntarle qué le ocurría,
he de reconocer que a pesar de sus insistencias en su buen estado de ánimos y
salud, y su jovialidad al hablar, no le hice caso, y seguí con mis dudas sobre
ello. Jamás imaginé que esa misma noche, en la cena que Natanael preparó para
los dos, fuera a poder comprobarlo.
Llegué a la casa
de Natanael a las diez menos cuarto, a pesar de mi pronta llegada no lo pillé
por sorpresa, cuando llegué él ya estaba preparado y tenía todo dispuesto para
la cena, nada de tipo romántico, lo nuestro no funcionó en su día, y lo de hoy
no era un intento de reconstruirlo, no obstante, he de reconocer que aquella
noche estaba todo especialmente bien hecho. Natanael vestía un pantalón blanco
con rayas color ocre, una camisa a juego con rayas rojas, la cual llevaba
desabrochada, y una camiseta gris azulada, zapatos marrón claro y el pelo, de
color negro como las plumas de un cuervo, peinado de punta y tan corto como
siempre. Yo, por mi parte, para la cena me puse una camisa de tirantes de color
azul pastel, pendientes y bolso a juego, un collar blanco y unos pantalones
vaqueros de color azul claro desgastado. La cena fue sencilla pero muy a mi
gusto. Desde luego no podría negar lo bien que me conocía. De primero ensalada
de lechuga con tomate, atún, espárragos, queso fresco y con el aliño justo. De
segundo me deleitó con un delicioso plato, filetes de pollo a la nata en
hojaldre, en su punto de horneado. Todo ello acompañado de un buen vino
lambrusco. De postre sirvió tarta de manzana, la cual me reconoció que no había
hecho él, pues era un gran cocinero y en especial para los dulces, pero que de
igual modo estaba riquísima. Después de la cena nos sentamos en el sofá a
charlar un poco, fue entonces cuando yo quise saber… y cual fue mi sorpresa al
enterarme de lo sucedido.
“¿Quieres decirme que anoche te volvió a
suceder?” dije yo con tono de incredulidad y asombro -“Sí Claudia, anoche por
fin logré recordar lo que sucedió en el lago aquella noche, bueno, más que
recordarlo yo, ella vino de nuevo a decírmelo” no sabía si creer lo que decía o
pensar que lo hacia para tomarme el pelo, pero la tranquilidad en sus ojos, la
seriedad en su rostro y la firmeza de sus voz lograron convencerme y despertar
mi curiosidad-“¿y que pasó?”- dije tratando de ocultar la ansiedad de mi tono
de voz -“Primero soñé, a modo de recordatorio, con nuestro encuentro en el
lago, después creo que desperté y allí estaba ella, sentada en el baúl que
tengo a los pies de la cama. Una vez más me miraba con sus ojos color de agua,
un calor como de otro mundo me llenó de pronto. Al contrario que la primera vez
que la vi esta vez estaba más calmado y ella también parecía estarlo. Me miraba
y en sus ojos, encendidos con la fuerza del fuego a pesar de su color azul
intenso, pude intuir el brillo de la confianza, de lo familiar. Pronuncié la
pregunta que tanto ansiaba hacerle, pero no obtuve resultado, de mis labios no
salió palabra alguna, mis cuerdas vocales no produjeron sonido reconocible. Por
un momento temí haberme quedado mudo, pero ella, quien pareció leer mis
pensamientos, me hizo entender que no pasaba nada. No sé cómo lo hizo, no oí su
voz, pero en mi interior nació la certeza de que no debía preocuparme, que
todo, a su debido tiempo. Después se fue apagando como la luz de una lámpara
que se queda sin aceite, hasta que desapareció en la nada de la nocturna
oscuridad…”- Natanael me miraba como esperando un gesto de aprobación por mi
parte, pero yo me hallaba boquiabierta y en estado de shock, me costó un poco
articular las palabras, pero finalmente pude preguntarle lo que mi curiosidad
tanto quería saber - “¿Quién crees que puede ser?”-“No logro imaginar quién
pueda ser, pero sea quien sea, estuvo conmigo en el hospital hasta tres días
antes de despertar, después se fue sin decir dónde iba, pero avisó de que
despertaría, y cuando el medico vino a mi habitación, pasados tres días, me
encontró despierto” en sus ojos había un atisbo de curiosidad y de melancolía,
yo, que seguía estupefacta con lo que me contaba, seguí preguntando como ajena
a todo lo demás -“¿Crees que pueda ser un fantasma?” ya no me preocupaba por
disimular mi curiosidad, sencillamente preguntaba -“No lo sé, pero lo dudo,
desde luego no es una fuerza del mal, proviene de un bien supremo, pues su sola
presencia, llena… y su ausencia hace que el alma huya en su busca” su respuesta
me puso los pelos de punta, su voz pareció cambiar por un instante. Un
escalofrío me recorrió el cuerpo a la vez que su voz me tranquilizaba y
reconfortaba -“Es por eso por lo que te pasas las horas como triste y
preocupado” dije a modo de resolución a mis preocupaciones -“La verdad es que
ahora estoy más calmado, ya sé qué ocurrió en el lago aquella noche, y aunque
no se por qué acabé en coma, sí se que ocurrió. El no recordarlo me tenía
intrigado, ya que no lograba recordar el hecho en si del encuentro, pero si
sentía su indeleble huella en mi ser. No obstante ahora mi ser más íntimo sigue
fugado en busca de tan maravillosa criatura, y creo que no descansará hasta
encontrarla” cada vez su voz se volvía más profunda, sin duda hablaba desde lo
más hondo de su ser. En sus ojos podía leerse cada sentimiento que sus palabras
expresaban y en mí la curiosidad y la inquietud crecían por momentos -“¿Y si no
la encuentras?”-“Entonces iré yo mismo en busca de mi alma, pues aún siendo
sólo un reflejo de luz, una ilusión en el tiempo, aún siendo sólo un imposible
en este mundo… me ha robado el corazón”… Con estas palabras finalizó su relato.
Cuando nos quisimos dar cuenta el reloj de su salón daba las dos de la
madrugada, apuré el último trago de champán, me fumé lo que quedaba de cigarro
y me fui a mi casa, no sin antes despedirme de Natanael, quien, como de
costumbre, me había sorprendido una vez más.
Soledad (VI)
Cuando Claudia se fue, después de haberle
descubierto el secreto de “la bella luz”- desde entonces fue así como decidí
llamarla- me vi solo; nunca me había dado cuenta de mi soledad, nunca me había
percatado de que, en todo momento, a lo largo de mi vida, me había dedicado a
llenarme de acontecimientos que me impedían estar a solas conmigo mismo. Así
pues me dispuse a estar así, a solas conmigo, sin saber qué decirme. Me di
cuenta entonces de que no me conocía en absoluto. Turbado por la sensación de
estar en mi salón con un extraño hice lo que mejor sabía hacer, huí de mí, puse
música y me fui a la cama. La noche iba pasando. Una tras otra iban llegando a
mis oídos las mejores piezas musicales creadas por maravillosas mentes y
tocadas con gran maestría, y una tras otra iban pasando hasta terminar el CD
por completo. Y allí seguía yo, despierto, sin poder dormir, con la cabeza
llena de mil preguntas y mil teorías, y a fin de cuentas, ninguna útil y
ninguna acertada. “¿Cuándo volveré a verla? ¿Y si no vuelve? ¿Dónde podré
encontrarla?”, y así sucesivamente iban y venían preguntas a mi cabeza, las
cuales divagaban entre mis pensamientos, manteniendo mi cabeza ocupada. Casi
sin darme cuenta salió el sol. Tan ensimismado estaba que no intuí la claridad
del alba hasta que ésta no se convirtió en los primeros rallos solares. Toda la
noche sin dormir, toda la noche luchando con mis pensamientos y mis dudas, con
mis miedos y angustias, todo… para nada.
Agotado llegué al trabajo. Al
cansancio de una noche sin dormir, había que sumarle ahora el agotador
trayecto en metro. Como de costumbre la gente ojeaba las paginas de alguno de
los muchos periódicos gratuitos con los que a uno lo bombardean a la entrada,
leían un libro, luchaban por no dormirse o como los más atrevidos, se ponían
con los sudokus a darle al coco desde por la mañana. Yo, como siempre, iba
pensando en mis cosas, esta vez pensaba en la mala noche que había pasado y
trataba de olvidar los pensamientos que, durante la noche, me habían
atormentado. No quería llegar al trabajo y seguir hurgando en ellos. No,
mejor que me olvidase.
El teléfono no paró de sonar
en toda la mañana, por todos lados me salían cosas que hacer, faxes que mandar,
peticiones que cursar… y mi dolor de cabeza iba en aumento.“¿Qué cómo estoy?
¡No sé qué pasa hoy pero no doy abasto! ¡ya ves que si tengo mala cara!, no
sabes que mala noche he pasado, no he dormido nada de nada… ¿qué si me sentó
mal la cena? No Claudia por qué ¿a ti sí?... A menos mal ¡qué susto!, bueno,
luego a la salida te veo, espérame y nos vamos juntos que esta mañana no me has
esperado” le dije a Claudia durante el rato del café, pues coincidimos en la
cafetería de al lado del edificio en que ambos trabajábamos. Cuando salimos del
trabajo ya estaba anocheciendo y empezaba a refrescar, pero a pesar de eso la
tarde estaba muy bonita. Aún no hacía un frío excesivo, pero la llegada del
otoño ya se hacía sentir. Los árboles empezaban ya a cambiar el color de sus
hojas y los más tempranos ya empezaban a mudarlas. La vuelta a casa, aunque más
gratificante que la ida hacia el trabajo, era igualmente una odisea, pero, de
cualquier modo, era siempre mucho más llevadera de vuelta a casa que de
camino al trabajo, y como no, era más interesante si se hacía en compañía de alguien.
Todavía Un Poco Más (VII)
Aquella tarde volvió más temprano que de
costumbre, llegaba con las manos frías y el paraguas chorreando, en su cara se
podía leer el cansancio de un día de trabajo, y en sus ojos la duda y la
angustia de seguir esperando algo que no alcanzaba a comprender y que temía y
anhelaba al mismo tiempo. Tomó su paraguas y lo dejó en la terracita de la
pequeña cocina, abierto para que escurriera, y se fue hacía su habitación, al
fondo del pasillo, a cambiarse de ropa. Cuando salió hizo algo de lo que hasta
ahora no me había dado cuenta: miró dos veces tras de sí, al baúl donde me vio
por última vez, antes de salir y apagó la luz. Se sentó en el sillón y puso
música para descansar. Allí, sentado en su sillón, con la luz baja, se quedaba
transpuesto unos momentos, algunos días daba alguna cabezada antes de ponerse a
preparar la cena, y otras veces, sencillamente, descargaba su mente de asuntos
laborales y viajaba a lugares donde los teléfonos no sonasen, los coches no
pitaran… era en esos momentos cuando yo, vestida de invisibilidad, sin darme a
sentir en modo alguno, me acercaba a él y lo conocía. Exploraba su mente,
viajaba a través de su subconsciente... En alguna ocasión sí pudo intuirme,
pero nunca llegó a estar seguro de si estaba o no en su salón, observándole… De
su mente salían miles de ideas y pensamientos. En sus recuerdos podía ver
caras, oír voces y conversaciones de hacía tiempo, las cuales aún seguían ahí.
Podía intuir sus deseos y, de su subconsciente, de la parte más honda y oculta
del hombre, podía descubrir su deseo de volver a verme, de poder conocerme y
estrecharme entre sus brazos… En esos momentos era capaz de navegar por sus
sueños más ocultos y ver allí sus miedos y temores… “qué débil es el ser
humano, qué vulnerable es ante quien no tiene secretos, qué maleable es ante
quien lo conoce… y qué miserable tantas veces ante quien no quiere que se vaya…
vendidos a quien, de él lo más mínimo conoce, cuando ni ellos mismos saben
quienes son… atados a otros por lazos de afecto que no siempre son lo que
parecen y que, en tantas ocasiones, son de frágil condición que se rompen
rápido y todo por no sufrir… y no ven que el sufrimiento es algo que va ligado
a su propio ser, que al final, todas las ataduras que emprenden por vivir, son
las que se le vuelven en su contra y lo obligan a aprender a sobrevivir…”estas
cosas pensaba mientras, poco a poco, iba indagando más y más en su pobre
humanidad. Sabía lo mucho que ansiaba volver a verme, sabía que necesitaba de
mi, sabía que vagaba sin rumbo en mi busca, pero aún no me iba a presentar, aún
era pronto, iba a seguir tejiendo en rededor de él una fina pero firme red,
como la araña teje su tela y espera paciente que su presa caiga… todavía un
poco más…
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