jueves, 4 de octubre de 2012

Una Noche de Julio (I)


   Una vez más la calurosa noche de finales del mes de julio se cernía sobre mí. La soledad silenciosa de la noche y el olor del césped, humedecido por los aspersores, reinaban en el ambiente, rotos por las melancólicas letras que en mi cabeza fluían al ritmo de la música que de mi radiocasete salía y por el humo de los cigarrillos que, uno tras otro, se iban consumiendo entre mis labios y el aire del ventilador. Una vez más el sueño me había abandonado, huyendo, otra vez, en busca del recuerdo olvidado y lleno de polvo que vive sumido en los más lúgubres rincones de mi mente, a pesar de tenerlo siempre presente… dulce pesadilla es el recuerdo de tan ensoñadora presencia. Recuerdo fugaz de su hermoso pelo, el vivo recuerdo de sus ojos color del mar, reflejo del cielo, la extraña sensación de sentir el calor de su mirada de colores fríos aún ahora que hace tanto que se fue… la suavidad de su piel, el latir de su corazón, al unísono con el mío, la inexplicable certeza de poder oírlo latir a pesar de la distancia que nos separa, el dulce sueño de un amor… tornado en un triste y vago recuerdo, lejano, a la vez que actual, mortecino, a la vez que vital. Un sueño tornado en tortuosa pesadilla de la que no sé salir, el recuerdo de un fantasma del pasado, de un olvido del presente, la pesadilla de su recuerdo...

La Paz Después de la Tormenta (II)


Hará unos años que sentí su presencia por primera vez. Estaba esperando el autobús, como de costumbre. A mi alrededor el ensordecedor ruido del intenso tráfico de Madrid, el ir y venir de sus apresurados habitantes, quienes parecían vivir en un eterno desenfreno de prisas y preocupación, agobiados por todos sus quehaceres que, a fin de cuentas, les impedían disfrutar, muchas veces, de la belleza de sus calles, y de la majestuosidad de sus fachadas. Parecía que, tanta prisa, les impidiera ver que, a pesar de todo, no vivían solos en esa ciudad. Nunca me había parado a pensar en la cantidad de gente que veo a diario y con la cual vivo... No sé cómo ni por qué, pero en medio de ese caos sentí su presencia. Fue  algo vago, una leve intuición de que allí había algo o alguien extraño al bullicio y la general prisa. Sucedió todo en un fragmento del tiempo. En un instante todo se paró, sólo el aire continuó su camino, trayendo consigo extrañas fragancias de paz. Sentí entonces cómo de mí algo se desgarraba, se llenó mi ser de vacío. Pude entonces intuir su presencia y cómo lo más profundo de mí mismo se escapaba en su busca. Otro instante, ya todo había sucedido, mi corazón latía taquicárdico, como nervioso, dispuesto para salir  corriendo, pero seguí quieto, muy quieto. La gente pasaba frente a mi ajena a lo sucedido ¿acaso era yo el único que lo había sentido? Pero… ¿qué había sentido? No podría explicarlo con palabras humanas. La paz y la preocupación se unían en busca de un mismo fin. La sensación de vacío, tras el robo de mi propio ser, se mezclaba bruscamente con la extraña sensación de haber quedado invadido de nada. La tristeza de haber perdido ese “algo” se juntaba con la extraña seguridad de que volvería nuevamente, y esta vez, para quedarse por mucho tiempo. Pude ver entonces que alguien me miraba, en sus ojos pude intuir la sorpresa, la duda… y un segundo después, la indiferencia.
    Los días pasaban normales, todo continuaba en su curso natural y nada hacía pensar que los hechos de los días anteriores volvieran a suceder. Todo seguía normal, todo seguía como siempre. Yo seguía siendo el mismo, sólo que, ahora, era la extraña tristeza y vaciedad quienes me indicaban cómo y qué sentía, y aun siendo así, me sentía sutilmente lleno y alegre, con paz, la extraña paz que viene después de una tormenta, una paz no destinada a durar mucho.


Dulce Pesadilla (III)


Aquella noche decidí marcharme a dar un paseo por las afueras del pueblo. Hacía una temperatura agradable y una brisa suave invitaba a pasear a la luz de la luna. Tomé el camino que lleva hacia el lago. Tras andar unos diez minutos salí por fin del pueblo, que quedó a mis espaldas, de fondo aún me acompañaba el lejano sonido de las campanas de la torre de la iglesia, rodeada de casitas bajas de piedra y calles, en su mayoría estrechas y sinuosas. Las campanas marcaban las once de la noche. Encendí un cigarro mientras me iba adentrando más y más en la oscuridad, apenas iluminada por la tenue luz de una luna en cuarto creciente. Acompañado por los sonidos de la noche llegué a las orillas del lago, que vestía aquella noche un manto de estrellas que el viento mecía sutilmente a mis pies. Ya no recordaba lo maravilloso que era el cielo reflejado en las calmadas aguas del lago, ya no recordaba el color del cielo nocturno, azul y negro, cuajado de estrellas… las luces de Madrid me habían hecho olvidar lo maravillosas que son las noches, lo bello que es el cielo, lo puro que es el aire… Sumido en estos pensamientos me abordaron miles de recuerdos de mi infancia en aquellas orillas, recordaba los primeros días del mes de mayo, corriendo entre los verdes campos regados por las lluvias de abril y que en aquel mes se llenaban de colores y aromas a causa de la primaveral flora, recordaba las flores silvestres que cortábamos para nuestras madres, quienes adornaban con ellas la entrada de la casa. Recordaba las interminables carreras y juegos que allí librábamos, recordaba como, cuando el calor apretaba, todos íbamos al lago a darnos un baño y seguíamos con los juegos y las carreras…   Me tumbé en la hierba bajo un chopo, dejé mis ojos perdidos en el infinito, divisando, entre las hojas del árbol que me acogía, la grandeza del estrellado cielo y la belleza de la luna, blanca y brillante, con la grandeza de la luz que del sol reflejaba. Mi respiración se fue haciendo pausada, profunda. La brisa me susurraba al oído canciones de tiempos antiguos, el sonido del agua, levemente agitada, me mecía…
    No sé cuanto tiempo estuve dormido, pero debió ser bastante, la luna ya estaba muy alta, por lo que  debía ser de madrugada. Me incorporé despacio, algo entumecido por haber estado dormido en el suelo, mi vida en la ciudad me había hecho perder esta habilidad. Entonces la divisé, una espectral figura, parecía no haberse percatado de mi presencia, embelesado por tal mágica visión me acerqué poco a poco. La luz lunar la envolvía, el aire movía sus ropas y su pelo. A medida que me iba acercando nacía nuevamente en mí aquella extraña presencia que sentí esperando el autobús, sólo que, esta vez, la podía ver. Sentí como mi ser, que hacía meses había huido de mí en busca de tan esperada visión, volvía conmigo, me tomaba de la mano y me devolvía, por fin, la tan ansiada sensación de ser y estar en mí. Una vez más se paró el tiempo a mis sentidos, mi corazón pareció pararse, la sangre pareció helárseme en las venas, a mis oídos llegaba una música que nunca antes había escuchado y que jamás creo que vuelva a sentir. Las aguas del lago parecieron unirse a tan majestuosa música y desde su cuenca la siguieron con una danza que recordaba a las llamas de una hoguera. Las ramas de los árboles hacían los coros a tan celeste opera, y ella se giró. Su pelo brillaba como el oro a la luz de la luna, sus ojos, del color de las aguas del más cristalino mar, de más azul océano, con el brillo del más estrellado cielo, me miraban y penetraban, a la vez que los sentía, clavados en mí, como el más ardiente fuego. Mi corazón, helado por el pavor y paralizado, se vio liberado, tomó de sus ojos todo su fuego, y empezó a latir nuevamente, primero despacio, después, poco a poco, fue tomando velocidad a la vez que sus manos tomaban las mías y las entrelazaba con las suyas. La volví a mirar, era joven, de tez morena a pesar de su pelo claro y sus ojos turquesa. Su gesto era sereno, seguro y en sus labios podía descubrir el color del amor y la pasión. Quise preguntarle quién era, pero no conseguía articular palabra alguna, sólo lograba mirarla a los ojos y desear, desde lo más profundo de mi corazón, que este momento fuese eterno. Que todo el cosmos siguiese así, parado, mientras nos mirábamos…

Y Después... ¿Nada? (IV)


    
La vaciedad y la tristeza seguían mandando en mi vida. Sabía que algo había pasado aquella noche en el lago, pero no lograba recordar el qué. Trataba de hacer memoria, desde la cama del hospital, de qué hice aquella noche, pero no lograba reacordar más que… que me quedé dormido a las orillas del lago. “No pudo ser un sueño, no, de serlo lo recordaría siempre fui bueno para eso”. Me esforzaba por recordar, pero nada volvía a mi mente, sólo el confuso recuerdo de una celestial música y la presencia que me había robado el alma. Pero esa noche volvió mi alma a mí, recuerdo sentirla de nuevo tan dentro y no obstante, hoy, ya no estaba.
     “Ha sufrido una conmoción, no se si saldrá del coma, ahora  debe descansar. Para cualquier cosa avise usted al control de enfermería con este botón, si despierta avísenos de inmediato”. Oí que decía el que debía ser el medico a alguien que se hallaba conmigo y que, fuera quien fuese, nunca respondió hablando, puesto que no lo escuche, y cuando por fin desperté, no había nadie. Un mes en coma, un mes acompañado por alguien de quien no se nada. Durante ese tiempo recuerdo capítulos vagos, a veces oía al equipo medico hablar y divagar sobre mi futuro y las secuelas que esto pudiera dejarme, otras veces sólo oía el pitido de las muchas maquinas a las que me tenían conectado, y la mayor parte del tiempo… el silencio más absoluto y la oscuridad más negra. La nada que llenaba mi ser era lo único que intuí verdaderamente a lo largo de aquel mes en coma, del cual salí, de la misma forma que entré, sin saber como.
   “Le repito doctor que no sé de quién me habla. No conozco a nadie que responda a esa descripción, y no, no sé por qué me acompañó hasta los días previos a mi despertar”… “ya se lo he dicho, no recuerdo haberme golpeado, además usted mismo ha dicho que no hay marcas externas de golpe alguno. Sólo recuerdo haberme quedado dormido a orillas del lago y despertar finalmente aquí, no se qué pudo ocasionar el coma, pero desde luego no me caí de ninguna parte” Los interrogatorios de los médicos se hacían cada día mas pesados. Constantemente  me preguntaban lo mismo, tuve que enfrentarme a numerosos reconocimientos y otros tantos escáneres encefálicos que, finalmente, determinaron aquello que yo ya sabía: no sufría de amnesia u otra perdida de memoria o secuela mayor que no fuera la debilidad muscular causada por un mes de inactividad y postramiento en la cama de aquella fría habitación de la unidad de cuidados intensivos.
    Según me contó mi hermano, una vez hube salido de la unidad de cuidados intensivos y fui llevado a la habitación de la planta del hospital, la noche que salí a dar un paseo por el pueblo no volví a casa, por lo que, preocupados, fueron a buscarme. Conociéndome como lo hace mi hermano pronto supo dónde encontrarme, y así fue. Dice que me encontró dormido a orillas del lago, bajo un chopo, y que tras muchos intentos por despertarme con inútil resultado, decidió llamar a una ambulancia, temiendo que me pasara algo. Le pregunté por la joven que el doctor me había descrito, y la cual desapareció tres días antes de mi despertar. Mi hermano me miró con cara de asombro, nadie había logrado acercarse a mí más allá del cristal que así lo dispone, ¿como pues  pondría alguien, y más aun, una extraña, acercarse tanto a mí? Y lo más intrigante ¿por qué se fue tres días antes de mi despertar y después… nada?


Recuerdos (V)


      El correo se amontonaba en el buzón de la casa de Natanael. Desde  que se fue a pasar unos días al pueblo nadie sabía nada de él, algunos decían que se había ido al pueblo para siempre, pues muchas veces había dicho que lo echaba de menos, pero… irse así, sin avisar… no creo, además ¿cómo iba a irse? Y el trabajo qué, ¿qué pasaba con su trabajo? Aunque una cosa era cierta, no lo veía ni siquiera para ir a trabajar, y eso es raro porque siempre cogíamos el metro juntos ya que trabajábamos en el mismo edificio, pero desde hacía tres meses, nada, ni a la hora de ir ni a la hora de volver. Como tampoco respondía al móvil, que ya ni siquiera estaba en funcionamiento, fui a pensarme lo peor, pero no, gracias a Dios no había muerto, aunque, según me dijo él mismo tiempo después, poco pareció haberle faltado.
      Natanael no era el mismo desde lo del “accidente” del lago, se pasaba la mayor parte del tiempo pensativo, con expresión de cansado, confuso,  a veces me atrevería a decir que nervioso. Pasaba todo el día tratando de recordar aquella noche. En el trabajo, cuando por fin pudo reincorporarse, rendía mucho menos que antes, y con los compañeros de trabajo ya no tenía la misma actitud. Yo, por mi parte, supe desde el primer momento en que hablé con él que algo no iba bien, sin duda, algo había sucedido. Su alegría de antes había desaparecido, la armonía que antaño sus ojos, de color castaño, emanaban en forma de sutil brillo en sus pupilas, se había desvanecido y en su lugar brillos como de tristeza y llanto se erigían en medio de sus preciosos y expresivos ojos. En su voz se podía intuir la perplejidad de que era portador, se podía entrever, en su forma de hablar, el entramado de pensamientos y recuerdos en que se hallaba sumido, en su busca de la respuesta a la pregunta que, una y otra vez, se formulaba a sí mismo.
 Al principio pensé que todo cuanto le sucedía era cosa normal después de un periodo de coma como el suyo, tras el que la mente trata de recuperar el tiempo que, en cierto modo, ha perdido, pero no parecía ser esta la situación de Natanael.
    “No Claudia, en serio, me encuentro bien, no tengo la sensación de tener que recuperar el tiempo perdido, ya ves tú lo que han cambiado las cosas en un mes…no necesito que me ayudes a hacer las cosas de la casa mujer que no he perdido las manos ni nada por el estilo… anda venga no te enfades, no he querido ser borde, discúlpame… ¿lo arreglamos con una cena?... venga Claudia no te hagas de rogar que nos conocemos, esta noche a las diez en mi casa, tú traes el champán”. Éstas fueron las palabras que me dijo Natanael el día que decidí preguntarle qué le ocurría, he de reconocer que a pesar de sus insistencias en su buen estado de ánimos y salud, y su jovialidad al hablar, no le hice caso, y seguí con mis dudas sobre ello. Jamás imaginé que esa misma noche, en la cena que Natanael preparó para los dos, fuera a poder comprobarlo.
      Llegué a la casa de Natanael a las diez menos cuarto, a pesar de mi pronta llegada no lo pillé por sorpresa, cuando llegué él ya estaba preparado y tenía todo dispuesto para la cena, nada de tipo romántico, lo nuestro no funcionó en su día, y lo de hoy no era un intento de reconstruirlo, no obstante, he de reconocer que aquella noche estaba todo especialmente bien hecho. Natanael vestía un pantalón blanco con rayas color ocre, una camisa a juego con rayas rojas, la cual llevaba desabrochada, y una camiseta gris azulada, zapatos marrón claro y el pelo, de color negro como las plumas de un cuervo, peinado de punta y tan corto como siempre. Yo, por mi parte, para la cena me puse una camisa de tirantes de color azul pastel, pendientes y bolso a juego, un collar blanco y unos pantalones vaqueros de color azul claro desgastado. La cena fue sencilla pero muy a mi gusto. Desde luego no podría negar lo bien que me conocía. De primero ensalada de lechuga con tomate, atún, espárragos, queso fresco y con el aliño justo. De segundo me deleitó con un delicioso plato, filetes de pollo a la nata en hojaldre, en su punto de horneado. Todo ello acompañado de un buen vino lambrusco. De postre sirvió tarta de manzana, la cual me reconoció que no había hecho él, pues era un gran cocinero y en especial para los dulces, pero que de igual modo estaba riquísima. Después de la cena nos sentamos en el sofá a charlar un poco, fue entonces cuando yo quise saber… y cual fue mi sorpresa al enterarme de lo sucedido.
“¿Quieres decirme que anoche te volvió a suceder?” dije yo con tono de incredulidad y asombro -“Sí Claudia, anoche por fin logré recordar lo que sucedió en el lago aquella noche, bueno, más que recordarlo yo, ella vino de nuevo a decírmelo” no sabía si creer lo que decía o pensar que lo hacia para tomarme el pelo, pero la tranquilidad en sus ojos, la seriedad en su rostro y la firmeza de sus voz lograron convencerme y despertar mi curiosidad-“¿y que pasó?”- dije tratando de ocultar la ansiedad de mi tono de voz -“Primero soñé, a modo de recordatorio, con nuestro encuentro en el lago, después creo que desperté y allí estaba ella, sentada en el baúl que tengo a los pies de la cama. Una vez más me miraba con sus ojos color de agua, un calor como de otro mundo me llenó de pronto. Al contrario que la primera vez que la vi esta vez estaba más calmado y ella también parecía estarlo. Me miraba y en sus ojos, encendidos con la fuerza del fuego a pesar de su color azul intenso, pude intuir el brillo de la confianza, de lo familiar. Pronuncié la pregunta que tanto ansiaba hacerle, pero no obtuve resultado, de mis labios no salió palabra alguna, mis cuerdas vocales no produjeron sonido reconocible. Por un momento temí haberme quedado mudo, pero ella, quien pareció leer mis pensamientos, me hizo entender que no pasaba nada. No sé cómo lo hizo, no oí su voz, pero en mi interior nació la certeza de que no debía preocuparme, que todo, a su debido tiempo. Después se fue apagando como la luz de una lámpara que se queda sin aceite, hasta que desapareció en la nada de la nocturna oscuridad…”- Natanael me miraba como esperando un gesto de aprobación por mi parte, pero yo me hallaba boquiabierta y en estado de shock, me costó un poco articular las palabras, pero finalmente pude preguntarle lo que mi curiosidad tanto quería saber - “¿Quién crees que puede ser?”-“No logro imaginar quién pueda ser, pero sea quien sea, estuvo conmigo en el hospital hasta tres días antes de despertar, después se fue sin decir dónde iba, pero avisó de que despertaría, y cuando el medico vino a mi habitación, pasados tres días, me encontró despierto” en sus ojos había un atisbo de curiosidad y de melancolía, yo, que seguía estupefacta con lo que me contaba, seguí preguntando como ajena a todo lo demás -“¿Crees que pueda ser un fantasma?” ya no me preocupaba por disimular mi curiosidad, sencillamente preguntaba -“No lo sé, pero lo dudo, desde luego no es una fuerza del mal, proviene de un bien supremo, pues su sola presencia, llena… y su ausencia hace que el alma huya en su busca” su respuesta me puso los pelos de punta, su voz pareció cambiar por un instante. Un escalofrío me recorrió el cuerpo a la vez que su voz me tranquilizaba y reconfortaba -“Es por eso por lo que te pasas las horas como triste y preocupado” dije a modo de resolución a mis preocupaciones -“La verdad es que ahora estoy más calmado, ya sé qué ocurrió en el lago aquella noche, y aunque no se por qué acabé en coma, sí se que ocurrió. El no recordarlo me tenía intrigado, ya que no lograba recordar el hecho en si del encuentro, pero si sentía su indeleble huella en mi ser. No obstante ahora mi ser más íntimo sigue fugado en busca de tan maravillosa criatura, y creo que no descansará hasta encontrarla” cada vez su voz se volvía más profunda, sin duda hablaba desde lo más hondo de su ser. En sus ojos podía leerse cada sentimiento que sus palabras expresaban y en mí la curiosidad y la inquietud crecían por momentos -“¿Y si no la encuentras?”-“Entonces iré yo mismo en busca de mi alma, pues aún siendo sólo un reflejo de luz, una ilusión en el tiempo, aún siendo sólo un imposible en este mundo… me ha robado el corazón”… Con estas palabras finalizó su relato. Cuando nos quisimos dar cuenta el reloj de su salón daba las dos de la madrugada, apuré el último trago de champán, me fumé lo que quedaba de cigarro y me fui a mi casa, no sin antes despedirme de Natanael, quien, como de costumbre, me había sorprendido una vez más.

Soledad (VI)


Cuando Claudia se fue, después de haberle descubierto el secreto de “la bella luz”- desde entonces fue así como decidí llamarla- me vi solo; nunca me había dado cuenta de mi soledad, nunca me había percatado de que, en todo momento, a lo largo de mi vida, me había dedicado a llenarme de acontecimientos que me impedían estar a solas conmigo mismo. Así pues me dispuse a estar así, a solas conmigo, sin saber qué decirme. Me di cuenta entonces de que no me conocía en absoluto. Turbado por la sensación de estar en mi salón con un extraño hice lo que mejor sabía hacer, huí de mí, puse música y me fui a la cama. La noche iba pasando. Una tras otra iban llegando a mis oídos las mejores piezas musicales creadas por maravillosas mentes y tocadas con gran maestría, y una tras otra iban pasando hasta terminar el CD por completo. Y allí seguía yo, despierto, sin poder dormir, con la cabeza llena de mil preguntas y mil teorías, y a fin de cuentas, ninguna útil y ninguna acertada. “¿Cuándo volveré a verla? ¿Y si no vuelve? ¿Dónde podré encontrarla?”, y así sucesivamente iban y venían preguntas a mi cabeza, las cuales divagaban entre mis pensamientos, manteniendo mi cabeza ocupada. Casi sin darme cuenta salió el sol. Tan ensimismado estaba que no intuí la claridad del alba hasta que ésta no se convirtió en los primeros rallos solares. Toda la noche sin dormir, toda la noche luchando con mis pensamientos y mis dudas, con mis miedos y angustias, todo… para nada.
    Agotado llegué al trabajo. Al  cansancio de una noche sin dormir, había que sumarle ahora el agotador trayecto en metro. Como de costumbre la gente ojeaba las paginas de alguno de los muchos periódicos gratuitos con los que a uno lo bombardean a la entrada, leían un libro, luchaban por no dormirse o como los más atrevidos, se ponían con los sudokus a darle al coco desde por la mañana. Yo, como siempre, iba pensando en mis cosas, esta vez pensaba en la mala noche que había pasado y trataba de olvidar los pensamientos que, durante la noche, me habían atormentado. No  quería llegar al trabajo y seguir hurgando en ellos. No, mejor que me olvidase.
   
    El teléfono no paró de sonar en toda la mañana, por todos lados me salían cosas que hacer, faxes que mandar, peticiones que cursar… y mi dolor de cabeza iba en aumento.“¿Qué cómo estoy? ¡No sé qué pasa hoy pero no doy abasto! ¡ya ves que si tengo mala cara!, no sabes que mala noche he pasado, no he dormido nada de nada… ¿qué si me sentó mal la cena? No Claudia por qué ¿a ti sí?... A menos mal ¡qué susto!, bueno, luego a la salida te veo, espérame y nos vamos juntos que esta mañana no me has esperado” le dije a Claudia durante el rato del café, pues coincidimos en la cafetería de al lado del edificio en que ambos trabajábamos. Cuando salimos del trabajo ya estaba anocheciendo y empezaba a refrescar, pero a pesar de eso la tarde estaba muy bonita. Aún no hacía un frío excesivo, pero la llegada del otoño ya se hacía sentir. Los árboles empezaban ya a cambiar el color de sus hojas y los más tempranos ya empezaban a mudarlas. La vuelta a casa, aunque más gratificante que la ida hacia el trabajo, era igualmente una odisea, pero, de cualquier modo, era siempre mucho más llevadera de vuelta  a casa que de camino al trabajo, y como no, era más interesante si se hacía en compañía de alguien.

Todavía Un Poco Más (VII)


Aquella tarde volvió más temprano que de costumbre, llegaba con las manos frías y el paraguas chorreando, en su cara se podía leer el cansancio de un día de trabajo, y en sus ojos la duda y la angustia de seguir esperando algo que no alcanzaba a comprender y que temía y anhelaba al mismo tiempo. Tomó su paraguas y lo dejó en la terracita de la pequeña cocina, abierto para que escurriera, y se fue hacía su habitación, al fondo del pasillo, a cambiarse de ropa. Cuando salió hizo algo de lo que hasta ahora no me había dado cuenta: miró dos veces tras de sí, al baúl donde me vio por última vez, antes de salir y apagó la luz. Se sentó en el sillón y puso música para descansar. Allí, sentado en su sillón, con la luz  baja, se quedaba transpuesto unos momentos, algunos días daba alguna cabezada antes de ponerse a preparar la cena, y otras veces, sencillamente, descargaba su mente de asuntos laborales y viajaba a lugares donde los teléfonos no sonasen, los coches no pitaran… era en esos momentos cuando yo, vestida de invisibilidad, sin darme a sentir en modo alguno, me acercaba a él y lo conocía. Exploraba su mente, viajaba a través de su subconsciente... En alguna ocasión sí pudo intuirme, pero nunca llegó a estar seguro de si estaba o no en su salón, observándole… De su mente salían miles de ideas y pensamientos. En sus recuerdos podía ver caras, oír voces y conversaciones de hacía tiempo, las cuales aún seguían ahí. Podía intuir sus deseos y, de su subconsciente, de la parte más honda y oculta del hombre, podía descubrir su deseo de volver a verme, de poder conocerme y estrecharme entre sus brazos… En esos momentos era capaz de navegar por sus sueños más ocultos y ver allí sus miedos y temores… “qué débil es el ser humano, qué vulnerable es ante quien no tiene secretos, qué maleable es ante quien lo conoce… y qué miserable tantas veces ante quien no quiere que se vaya… vendidos a quien, de él lo más mínimo conoce, cuando ni ellos mismos saben quienes son… atados a otros por lazos de afecto que no siempre son lo que parecen y que, en tantas ocasiones, son de frágil condición que se rompen rápido y todo por no sufrir… y no ven que el sufrimiento es algo que va ligado a su propio ser, que al final, todas las ataduras que emprenden por vivir, son las que se le vuelven en su contra y lo obligan a aprender a sobrevivir…”estas cosas  pensaba mientras, poco a poco, iba indagando más y más en su pobre humanidad. Sabía lo mucho que ansiaba volver a verme, sabía que necesitaba de mi, sabía que vagaba sin rumbo en mi busca, pero aún no me iba a presentar, aún era pronto, iba a seguir tejiendo en rededor de él una fina pero firme red, como la araña teje su tela y espera paciente que su presa caiga… todavía un poco más…