Una vez más la calurosa noche de finales del mes de julio se cernía sobre mí. La soledad silenciosa de la noche y el olor del césped, humedecido por los aspersores, reinaban en el ambiente, rotos por las melancólicas letras que en mi cabeza fluían al ritmo de la música que de mi radiocasete salía y por el humo de los cigarrillos que, uno tras otro, se iban consumiendo entre mis labios y el aire del ventilador. Una vez más el sueño me había abandonado, huyendo, otra vez, en busca del recuerdo olvidado y lleno de polvo que vive sumido en los más lúgubres rincones de mi mente, a pesar de tenerlo siempre presente… dulce pesadilla es el recuerdo de tan ensoñadora presencia. Recuerdo fugaz de su hermoso pelo, el vivo recuerdo de sus ojos color del mar, reflejo del cielo, la extraña sensación de sentir el calor de su mirada de colores fríos aún ahora que hace tanto que se fue… la suavidad de su piel, el latir de su corazón, al unísono con el mío, la inexplicable certeza de poder oírlo latir a pesar de la distancia que nos separa, el dulce sueño de un amor… tornado en un triste y vago recuerdo, lejano, a la vez que actual, mortecino, a la vez que vital. Un sueño tornado en tortuosa pesadilla de la que no sé salir, el recuerdo de un fantasma del pasado, de un olvido del presente, la pesadilla de su recuerdo...
jueves, 4 de octubre de 2012
Una Noche de Julio (I)
Una vez más la calurosa noche de finales del mes de julio se cernía sobre mí. La soledad silenciosa de la noche y el olor del césped, humedecido por los aspersores, reinaban en el ambiente, rotos por las melancólicas letras que en mi cabeza fluían al ritmo de la música que de mi radiocasete salía y por el humo de los cigarrillos que, uno tras otro, se iban consumiendo entre mis labios y el aire del ventilador. Una vez más el sueño me había abandonado, huyendo, otra vez, en busca del recuerdo olvidado y lleno de polvo que vive sumido en los más lúgubres rincones de mi mente, a pesar de tenerlo siempre presente… dulce pesadilla es el recuerdo de tan ensoñadora presencia. Recuerdo fugaz de su hermoso pelo, el vivo recuerdo de sus ojos color del mar, reflejo del cielo, la extraña sensación de sentir el calor de su mirada de colores fríos aún ahora que hace tanto que se fue… la suavidad de su piel, el latir de su corazón, al unísono con el mío, la inexplicable certeza de poder oírlo latir a pesar de la distancia que nos separa, el dulce sueño de un amor… tornado en un triste y vago recuerdo, lejano, a la vez que actual, mortecino, a la vez que vital. Un sueño tornado en tortuosa pesadilla de la que no sé salir, el recuerdo de un fantasma del pasado, de un olvido del presente, la pesadilla de su recuerdo...
La Paz Después de la Tormenta (II)
Hará unos años que sentí su presencia por primera
vez. Estaba esperando el autobús, como de costumbre. A mi alrededor el
ensordecedor ruido del intenso tráfico de Madrid, el ir y venir de sus
apresurados habitantes, quienes parecían vivir en un eterno desenfreno de
prisas y preocupación, agobiados por todos sus quehaceres que, a fin de
cuentas, les impedían disfrutar, muchas veces, de la belleza de sus calles, y
de la majestuosidad de sus fachadas. Parecía que, tanta prisa, les impidiera
ver que, a pesar de todo, no vivían solos en esa ciudad. Nunca me había parado
a pensar en la cantidad de gente que veo a diario y con la cual vivo... No sé
cómo ni por qué, pero en medio de ese caos sentí su presencia. Fue algo
vago, una leve intuición de que allí había algo o alguien extraño al bullicio y
la general prisa. Sucedió todo en un fragmento del tiempo. En un instante todo
se paró, sólo el aire continuó su camino, trayendo consigo extrañas fragancias
de paz. Sentí entonces cómo de mí algo se desgarraba, se llenó mi ser de vacío.
Pude entonces intuir su presencia y cómo lo más profundo de mí mismo se
escapaba en su busca. Otro instante, ya todo había sucedido, mi corazón latía
taquicárdico, como nervioso, dispuesto para salir corriendo, pero seguí
quieto, muy quieto. La gente pasaba frente a mi ajena a lo sucedido ¿acaso era
yo el único que lo había sentido? Pero… ¿qué había sentido? No podría
explicarlo con palabras humanas. La paz y la preocupación se unían en busca de
un mismo fin. La sensación de vacío, tras el robo de mi propio ser, se mezclaba
bruscamente con la extraña sensación de haber quedado invadido de nada. La
tristeza de haber perdido ese “algo” se juntaba con la extraña seguridad de que
volvería nuevamente, y esta vez, para quedarse por mucho tiempo. Pude ver
entonces que alguien me miraba, en sus ojos pude intuir la sorpresa, la duda… y
un segundo después, la indiferencia.
Los días pasaban normales,
todo continuaba en su curso natural y nada hacía pensar que los hechos de los
días anteriores volvieran a suceder. Todo seguía normal, todo seguía como
siempre. Yo seguía siendo el mismo, sólo que, ahora, era la extraña tristeza y
vaciedad quienes me indicaban cómo y qué sentía, y aun siendo así, me sentía
sutilmente lleno y alegre, con paz, la extraña paz que viene después de una
tormenta, una paz no destinada a durar mucho.
Dulce Pesadilla (III)
Aquella noche decidí marcharme a dar un paseo por
las afueras del pueblo. Hacía una temperatura agradable y una brisa suave
invitaba a pasear a la luz de la luna. Tomé el camino que lleva hacia el lago.
Tras andar unos diez minutos salí por fin del pueblo, que quedó a mis espaldas,
de fondo aún me acompañaba el lejano sonido de las campanas de la torre de la
iglesia, rodeada de casitas bajas de piedra y calles, en su mayoría estrechas y
sinuosas. Las campanas marcaban las once de la noche. Encendí un cigarro
mientras me iba adentrando más y más en la oscuridad, apenas iluminada por la
tenue luz de una luna en cuarto creciente. Acompañado por los sonidos de la
noche llegué a las orillas del lago, que vestía aquella noche un manto de estrellas
que el viento mecía sutilmente a mis pies. Ya no recordaba lo maravilloso que
era el cielo reflejado en las calmadas aguas del lago, ya no recordaba el color
del cielo nocturno, azul y negro, cuajado de estrellas… las luces de Madrid me
habían hecho olvidar lo maravillosas que son las noches, lo bello que es el
cielo, lo puro que es el aire… Sumido en estos pensamientos me abordaron miles
de recuerdos de mi infancia en aquellas orillas, recordaba los primeros días
del mes de mayo, corriendo entre los verdes campos regados por las lluvias de
abril y que en aquel mes se llenaban de colores y aromas a causa de la
primaveral flora, recordaba las flores silvestres que cortábamos para nuestras
madres, quienes adornaban con ellas la entrada de la casa. Recordaba las
interminables carreras y juegos que allí librábamos, recordaba como, cuando el
calor apretaba, todos íbamos al lago a darnos un baño y seguíamos con los
juegos y las carreras… Me tumbé en la hierba bajo un chopo, dejé
mis ojos perdidos en el infinito, divisando, entre las hojas del árbol que me
acogía, la grandeza del estrellado cielo y la belleza de la luna, blanca y
brillante, con la grandeza de la luz que del sol reflejaba. Mi respiración se
fue haciendo pausada, profunda. La brisa me susurraba al oído canciones de
tiempos antiguos, el sonido del agua, levemente agitada, me mecía…
No sé cuanto tiempo estuve
dormido, pero debió ser bastante, la luna ya estaba muy alta, por lo que
debía ser de madrugada. Me incorporé despacio, algo entumecido por haber estado
dormido en el suelo, mi vida en la ciudad me había hecho perder esta habilidad.
Entonces la divisé, una espectral figura, parecía no haberse percatado de mi
presencia, embelesado por tal mágica visión me acerqué poco a poco. La luz lunar
la envolvía, el aire movía sus ropas y su pelo. A medida que me iba acercando
nacía nuevamente en mí aquella extraña presencia que sentí esperando el
autobús, sólo que, esta vez, la podía ver. Sentí como mi ser, que hacía meses
había huido de mí en busca de tan esperada visión, volvía conmigo, me tomaba de
la mano y me devolvía, por fin, la tan ansiada sensación de ser y estar en mí.
Una vez más se paró el tiempo a mis sentidos, mi corazón pareció pararse, la
sangre pareció helárseme en las venas, a mis oídos llegaba una música que nunca
antes había escuchado y que jamás creo que vuelva a sentir. Las aguas del lago
parecieron unirse a tan majestuosa música y desde su cuenca la siguieron con
una danza que recordaba a las llamas de una hoguera. Las ramas de los árboles
hacían los coros a tan celeste opera, y ella se giró. Su pelo brillaba como el
oro a la luz de la luna, sus ojos, del color de las aguas del más cristalino
mar, de más azul océano, con el brillo del más estrellado cielo, me miraban y
penetraban, a la vez que los sentía, clavados en mí, como el más ardiente
fuego. Mi corazón, helado por el pavor y paralizado, se vio liberado, tomó de
sus ojos todo su fuego, y empezó a latir nuevamente, primero despacio, después,
poco a poco, fue tomando velocidad a la vez que sus manos tomaban las mías y
las entrelazaba con las suyas. La volví a mirar, era joven, de tez morena a
pesar de su pelo claro y sus ojos turquesa. Su gesto era sereno, seguro y en
sus labios podía descubrir el color del amor y la pasión. Quise preguntarle
quién era, pero no conseguía articular palabra alguna, sólo lograba mirarla a
los ojos y desear, desde lo más profundo de mi corazón, que este momento fuese
eterno. Que todo el cosmos siguiese así, parado, mientras nos mirábamos…
Y Después... ¿Nada? (IV)
La vaciedad y la tristeza seguían mandando en mi
vida. Sabía que algo había pasado aquella noche en el lago, pero no lograba
recordar el qué. Trataba de hacer memoria, desde la cama del hospital, de qué
hice aquella noche, pero no lograba reacordar más que… que me quedé dormido a
las orillas del lago. “No pudo ser un sueño, no, de serlo lo recordaría siempre
fui bueno para eso”. Me esforzaba por recordar, pero nada volvía a mi mente, sólo
el confuso recuerdo de una celestial música y la presencia que me había robado
el alma. Pero esa noche volvió mi alma a mí, recuerdo sentirla de nuevo tan
dentro y no obstante, hoy, ya no estaba.
“Ha sufrido una
conmoción, no se si saldrá del coma, ahora debe descansar. Para cualquier
cosa avise usted al control de enfermería con este botón, si despierta avísenos
de inmediato”. Oí que decía el que debía ser el medico a alguien que se hallaba
conmigo y que, fuera quien fuese, nunca respondió hablando, puesto que no lo
escuche, y cuando por fin desperté, no había nadie. Un mes en coma, un mes
acompañado por alguien de quien no se nada. Durante ese tiempo recuerdo
capítulos vagos, a veces oía al equipo medico hablar y divagar sobre mi futuro
y las secuelas que esto pudiera dejarme, otras veces sólo oía el pitido de las
muchas maquinas a las que me tenían conectado, y la mayor parte del tiempo… el
silencio más absoluto y la oscuridad más negra. La nada que llenaba mi ser era
lo único que intuí verdaderamente a lo largo de aquel mes en coma, del cual
salí, de la misma forma que entré, sin saber como.
“Le repito doctor que no sé de quién
me habla. No conozco a nadie que responda a esa descripción, y no, no sé por
qué me acompañó hasta los días previos a mi despertar”… “ya se lo he dicho, no
recuerdo haberme golpeado, además usted mismo ha dicho que no hay marcas
externas de golpe alguno. Sólo recuerdo haberme quedado dormido a orillas del
lago y despertar finalmente aquí, no se qué pudo ocasionar el coma, pero desde
luego no me caí de ninguna parte” Los interrogatorios de los médicos se hacían
cada día mas pesados. Constantemente me preguntaban lo mismo, tuve que
enfrentarme a numerosos reconocimientos y otros tantos escáneres encefálicos
que, finalmente, determinaron aquello que yo ya sabía: no sufría de amnesia u
otra perdida de memoria o secuela mayor que no fuera la debilidad muscular
causada por un mes de inactividad y postramiento en la cama de aquella fría
habitación de la unidad de cuidados intensivos.
Según me contó mi hermano, una
vez hube salido de la unidad de cuidados intensivos y fui llevado a la
habitación de la planta del hospital, la noche que salí a dar un paseo por el
pueblo no volví a casa, por lo que, preocupados, fueron a buscarme. Conociéndome
como lo hace mi hermano pronto supo dónde encontrarme, y así fue. Dice que me
encontró dormido a orillas del lago, bajo un chopo, y que tras muchos intentos
por despertarme con inútil resultado, decidió llamar a una ambulancia, temiendo
que me pasara algo. Le pregunté por la joven que el doctor me había descrito, y
la cual desapareció tres días antes de mi despertar. Mi hermano me miró con
cara de asombro, nadie había logrado acercarse a mí más allá del cristal que
así lo dispone, ¿como pues pondría alguien, y más aun, una extraña,
acercarse tanto a mí? Y lo más intrigante ¿por qué se fue tres días antes de mi
despertar y después… nada?
Recuerdos (V)
El correo se
amontonaba en el buzón de la casa de Natanael. Desde que se fue a pasar
unos días al pueblo nadie sabía nada de él, algunos decían que se había ido al
pueblo para siempre, pues muchas veces había dicho que lo echaba de menos,
pero… irse así, sin avisar… no creo, además ¿cómo iba a irse? Y el trabajo qué,
¿qué pasaba con su trabajo? Aunque una cosa era cierta, no lo veía ni siquiera
para ir a trabajar, y eso es raro porque siempre cogíamos el metro juntos ya
que trabajábamos en el mismo edificio, pero desde hacía tres meses, nada, ni a
la hora de ir ni a la hora de volver. Como tampoco respondía al móvil, que ya
ni siquiera estaba en funcionamiento, fui a pensarme lo peor, pero no, gracias
a Dios no había muerto, aunque, según me dijo él mismo tiempo después, poco
pareció haberle faltado.
Natanael no era el
mismo desde lo del “accidente” del lago, se pasaba la mayor parte del tiempo
pensativo, con expresión de cansado, confuso, a veces me atrevería a
decir que nervioso. Pasaba todo el día tratando de recordar aquella noche. En
el trabajo, cuando por fin pudo reincorporarse, rendía mucho menos que antes, y
con los compañeros de trabajo ya no tenía la misma actitud. Yo, por mi parte,
supe desde el primer momento en que hablé con él que algo no iba bien, sin
duda, algo había sucedido. Su alegría de antes había desaparecido, la armonía
que antaño sus ojos, de color castaño, emanaban en forma de sutil brillo en sus
pupilas, se había desvanecido y en su lugar brillos como de tristeza y llanto
se erigían en medio de sus preciosos y expresivos ojos. En su voz se podía
intuir la perplejidad de que era portador, se podía entrever, en su forma de
hablar, el entramado de pensamientos y recuerdos en que se hallaba sumido, en
su busca de la respuesta a la pregunta que, una y otra vez, se formulaba a sí
mismo.
Al principio pensé que todo cuanto le
sucedía era cosa normal después de un periodo de coma como el suyo, tras el que
la mente trata de recuperar el tiempo que, en cierto modo, ha perdido, pero no
parecía ser esta la situación de Natanael.
“No Claudia, en serio, me
encuentro bien, no tengo la sensación de tener que recuperar el tiempo perdido,
ya ves tú lo que han cambiado las cosas en un mes…no necesito que me ayudes a
hacer las cosas de la casa mujer que no he perdido las manos ni nada por el
estilo… anda venga no te enfades, no he querido ser borde, discúlpame… ¿lo
arreglamos con una cena?... venga Claudia no te hagas de rogar que nos
conocemos, esta noche a las diez en mi casa, tú traes el champán”. Éstas fueron
las palabras que me dijo Natanael el día que decidí preguntarle qué le ocurría,
he de reconocer que a pesar de sus insistencias en su buen estado de ánimos y
salud, y su jovialidad al hablar, no le hice caso, y seguí con mis dudas sobre
ello. Jamás imaginé que esa misma noche, en la cena que Natanael preparó para
los dos, fuera a poder comprobarlo.
Llegué a la casa
de Natanael a las diez menos cuarto, a pesar de mi pronta llegada no lo pillé
por sorpresa, cuando llegué él ya estaba preparado y tenía todo dispuesto para
la cena, nada de tipo romántico, lo nuestro no funcionó en su día, y lo de hoy
no era un intento de reconstruirlo, no obstante, he de reconocer que aquella
noche estaba todo especialmente bien hecho. Natanael vestía un pantalón blanco
con rayas color ocre, una camisa a juego con rayas rojas, la cual llevaba
desabrochada, y una camiseta gris azulada, zapatos marrón claro y el pelo, de
color negro como las plumas de un cuervo, peinado de punta y tan corto como
siempre. Yo, por mi parte, para la cena me puse una camisa de tirantes de color
azul pastel, pendientes y bolso a juego, un collar blanco y unos pantalones
vaqueros de color azul claro desgastado. La cena fue sencilla pero muy a mi
gusto. Desde luego no podría negar lo bien que me conocía. De primero ensalada
de lechuga con tomate, atún, espárragos, queso fresco y con el aliño justo. De
segundo me deleitó con un delicioso plato, filetes de pollo a la nata en
hojaldre, en su punto de horneado. Todo ello acompañado de un buen vino
lambrusco. De postre sirvió tarta de manzana, la cual me reconoció que no había
hecho él, pues era un gran cocinero y en especial para los dulces, pero que de
igual modo estaba riquísima. Después de la cena nos sentamos en el sofá a
charlar un poco, fue entonces cuando yo quise saber… y cual fue mi sorpresa al
enterarme de lo sucedido.
“¿Quieres decirme que anoche te volvió a
suceder?” dije yo con tono de incredulidad y asombro -“Sí Claudia, anoche por
fin logré recordar lo que sucedió en el lago aquella noche, bueno, más que
recordarlo yo, ella vino de nuevo a decírmelo” no sabía si creer lo que decía o
pensar que lo hacia para tomarme el pelo, pero la tranquilidad en sus ojos, la
seriedad en su rostro y la firmeza de sus voz lograron convencerme y despertar
mi curiosidad-“¿y que pasó?”- dije tratando de ocultar la ansiedad de mi tono
de voz -“Primero soñé, a modo de recordatorio, con nuestro encuentro en el
lago, después creo que desperté y allí estaba ella, sentada en el baúl que
tengo a los pies de la cama. Una vez más me miraba con sus ojos color de agua,
un calor como de otro mundo me llenó de pronto. Al contrario que la primera vez
que la vi esta vez estaba más calmado y ella también parecía estarlo. Me miraba
y en sus ojos, encendidos con la fuerza del fuego a pesar de su color azul
intenso, pude intuir el brillo de la confianza, de lo familiar. Pronuncié la
pregunta que tanto ansiaba hacerle, pero no obtuve resultado, de mis labios no
salió palabra alguna, mis cuerdas vocales no produjeron sonido reconocible. Por
un momento temí haberme quedado mudo, pero ella, quien pareció leer mis
pensamientos, me hizo entender que no pasaba nada. No sé cómo lo hizo, no oí su
voz, pero en mi interior nació la certeza de que no debía preocuparme, que
todo, a su debido tiempo. Después se fue apagando como la luz de una lámpara
que se queda sin aceite, hasta que desapareció en la nada de la nocturna
oscuridad…”- Natanael me miraba como esperando un gesto de aprobación por mi
parte, pero yo me hallaba boquiabierta y en estado de shock, me costó un poco
articular las palabras, pero finalmente pude preguntarle lo que mi curiosidad
tanto quería saber - “¿Quién crees que puede ser?”-“No logro imaginar quién
pueda ser, pero sea quien sea, estuvo conmigo en el hospital hasta tres días
antes de despertar, después se fue sin decir dónde iba, pero avisó de que
despertaría, y cuando el medico vino a mi habitación, pasados tres días, me
encontró despierto” en sus ojos había un atisbo de curiosidad y de melancolía,
yo, que seguía estupefacta con lo que me contaba, seguí preguntando como ajena
a todo lo demás -“¿Crees que pueda ser un fantasma?” ya no me preocupaba por
disimular mi curiosidad, sencillamente preguntaba -“No lo sé, pero lo dudo,
desde luego no es una fuerza del mal, proviene de un bien supremo, pues su sola
presencia, llena… y su ausencia hace que el alma huya en su busca” su respuesta
me puso los pelos de punta, su voz pareció cambiar por un instante. Un
escalofrío me recorrió el cuerpo a la vez que su voz me tranquilizaba y
reconfortaba -“Es por eso por lo que te pasas las horas como triste y
preocupado” dije a modo de resolución a mis preocupaciones -“La verdad es que
ahora estoy más calmado, ya sé qué ocurrió en el lago aquella noche, y aunque
no se por qué acabé en coma, sí se que ocurrió. El no recordarlo me tenía
intrigado, ya que no lograba recordar el hecho en si del encuentro, pero si
sentía su indeleble huella en mi ser. No obstante ahora mi ser más íntimo sigue
fugado en busca de tan maravillosa criatura, y creo que no descansará hasta
encontrarla” cada vez su voz se volvía más profunda, sin duda hablaba desde lo
más hondo de su ser. En sus ojos podía leerse cada sentimiento que sus palabras
expresaban y en mí la curiosidad y la inquietud crecían por momentos -“¿Y si no
la encuentras?”-“Entonces iré yo mismo en busca de mi alma, pues aún siendo
sólo un reflejo de luz, una ilusión en el tiempo, aún siendo sólo un imposible
en este mundo… me ha robado el corazón”… Con estas palabras finalizó su relato.
Cuando nos quisimos dar cuenta el reloj de su salón daba las dos de la
madrugada, apuré el último trago de champán, me fumé lo que quedaba de cigarro
y me fui a mi casa, no sin antes despedirme de Natanael, quien, como de
costumbre, me había sorprendido una vez más.
Soledad (VI)
Cuando Claudia se fue, después de haberle
descubierto el secreto de “la bella luz”- desde entonces fue así como decidí
llamarla- me vi solo; nunca me había dado cuenta de mi soledad, nunca me había
percatado de que, en todo momento, a lo largo de mi vida, me había dedicado a
llenarme de acontecimientos que me impedían estar a solas conmigo mismo. Así
pues me dispuse a estar así, a solas conmigo, sin saber qué decirme. Me di
cuenta entonces de que no me conocía en absoluto. Turbado por la sensación de
estar en mi salón con un extraño hice lo que mejor sabía hacer, huí de mí, puse
música y me fui a la cama. La noche iba pasando. Una tras otra iban llegando a
mis oídos las mejores piezas musicales creadas por maravillosas mentes y
tocadas con gran maestría, y una tras otra iban pasando hasta terminar el CD
por completo. Y allí seguía yo, despierto, sin poder dormir, con la cabeza
llena de mil preguntas y mil teorías, y a fin de cuentas, ninguna útil y
ninguna acertada. “¿Cuándo volveré a verla? ¿Y si no vuelve? ¿Dónde podré
encontrarla?”, y así sucesivamente iban y venían preguntas a mi cabeza, las
cuales divagaban entre mis pensamientos, manteniendo mi cabeza ocupada. Casi
sin darme cuenta salió el sol. Tan ensimismado estaba que no intuí la claridad
del alba hasta que ésta no se convirtió en los primeros rallos solares. Toda la
noche sin dormir, toda la noche luchando con mis pensamientos y mis dudas, con
mis miedos y angustias, todo… para nada.
Agotado llegué al trabajo. Al
cansancio de una noche sin dormir, había que sumarle ahora el agotador
trayecto en metro. Como de costumbre la gente ojeaba las paginas de alguno de
los muchos periódicos gratuitos con los que a uno lo bombardean a la entrada,
leían un libro, luchaban por no dormirse o como los más atrevidos, se ponían
con los sudokus a darle al coco desde por la mañana. Yo, como siempre, iba
pensando en mis cosas, esta vez pensaba en la mala noche que había pasado y
trataba de olvidar los pensamientos que, durante la noche, me habían
atormentado. No quería llegar al trabajo y seguir hurgando en ellos. No,
mejor que me olvidase.
El teléfono no paró de sonar
en toda la mañana, por todos lados me salían cosas que hacer, faxes que mandar,
peticiones que cursar… y mi dolor de cabeza iba en aumento.“¿Qué cómo estoy?
¡No sé qué pasa hoy pero no doy abasto! ¡ya ves que si tengo mala cara!, no
sabes que mala noche he pasado, no he dormido nada de nada… ¿qué si me sentó
mal la cena? No Claudia por qué ¿a ti sí?... A menos mal ¡qué susto!, bueno,
luego a la salida te veo, espérame y nos vamos juntos que esta mañana no me has
esperado” le dije a Claudia durante el rato del café, pues coincidimos en la
cafetería de al lado del edificio en que ambos trabajábamos. Cuando salimos del
trabajo ya estaba anocheciendo y empezaba a refrescar, pero a pesar de eso la
tarde estaba muy bonita. Aún no hacía un frío excesivo, pero la llegada del
otoño ya se hacía sentir. Los árboles empezaban ya a cambiar el color de sus
hojas y los más tempranos ya empezaban a mudarlas. La vuelta a casa, aunque más
gratificante que la ida hacia el trabajo, era igualmente una odisea, pero, de
cualquier modo, era siempre mucho más llevadera de vuelta a casa que de
camino al trabajo, y como no, era más interesante si se hacía en compañía de alguien.
Todavía Un Poco Más (VII)
Aquella tarde volvió más temprano que de
costumbre, llegaba con las manos frías y el paraguas chorreando, en su cara se
podía leer el cansancio de un día de trabajo, y en sus ojos la duda y la
angustia de seguir esperando algo que no alcanzaba a comprender y que temía y
anhelaba al mismo tiempo. Tomó su paraguas y lo dejó en la terracita de la
pequeña cocina, abierto para que escurriera, y se fue hacía su habitación, al
fondo del pasillo, a cambiarse de ropa. Cuando salió hizo algo de lo que hasta
ahora no me había dado cuenta: miró dos veces tras de sí, al baúl donde me vio
por última vez, antes de salir y apagó la luz. Se sentó en el sillón y puso
música para descansar. Allí, sentado en su sillón, con la luz baja, se quedaba
transpuesto unos momentos, algunos días daba alguna cabezada antes de ponerse a
preparar la cena, y otras veces, sencillamente, descargaba su mente de asuntos
laborales y viajaba a lugares donde los teléfonos no sonasen, los coches no
pitaran… era en esos momentos cuando yo, vestida de invisibilidad, sin darme a
sentir en modo alguno, me acercaba a él y lo conocía. Exploraba su mente,
viajaba a través de su subconsciente... En alguna ocasión sí pudo intuirme,
pero nunca llegó a estar seguro de si estaba o no en su salón, observándole… De
su mente salían miles de ideas y pensamientos. En sus recuerdos podía ver
caras, oír voces y conversaciones de hacía tiempo, las cuales aún seguían ahí.
Podía intuir sus deseos y, de su subconsciente, de la parte más honda y oculta
del hombre, podía descubrir su deseo de volver a verme, de poder conocerme y
estrecharme entre sus brazos… En esos momentos era capaz de navegar por sus
sueños más ocultos y ver allí sus miedos y temores… “qué débil es el ser
humano, qué vulnerable es ante quien no tiene secretos, qué maleable es ante
quien lo conoce… y qué miserable tantas veces ante quien no quiere que se vaya…
vendidos a quien, de él lo más mínimo conoce, cuando ni ellos mismos saben
quienes son… atados a otros por lazos de afecto que no siempre son lo que
parecen y que, en tantas ocasiones, son de frágil condición que se rompen
rápido y todo por no sufrir… y no ven que el sufrimiento es algo que va ligado
a su propio ser, que al final, todas las ataduras que emprenden por vivir, son
las que se le vuelven en su contra y lo obligan a aprender a sobrevivir…”estas
cosas pensaba mientras, poco a poco, iba indagando más y más en su pobre
humanidad. Sabía lo mucho que ansiaba volver a verme, sabía que necesitaba de
mi, sabía que vagaba sin rumbo en mi busca, pero aún no me iba a presentar, aún
era pronto, iba a seguir tejiendo en rededor de él una fina pero firme red,
como la araña teje su tela y espera paciente que su presa caiga… todavía un
poco más…
Extraña Sensación (VIII)
Las carreteras estaban casi intransitables, la
nieve había cubierto todo y era necesario el uso de cadenas para poder llegar
al pueblo. Un año mas la lotería de navidad no había dejado gran cosa en mis
manos y, como era costumbre, volvía al pueblo para pasar con mis padres,
hermanos y sobrinos la
Noche Buena y la Navidad. El viaje fue tranquilo a pesar de la
lentitud que debía llevar para circular, los atascos eran monumentales, hasta
que salí de la carretera general y me incorporé a la pequeña carretera que
conducía al pueblo. No podía evitar pensar en aquella noche del verano cuando,
en el pueblo, a las orillas de mi querido lago, la vi por primera vez, pero
también pensaba en mi familia, en lo grandísimos que estarían ya mis sobrinos,
y en las ganas que tenía de ver de nuevo a mis padres, a quienes no veía desde
finales de octubre. Ellos, al jubilarse, dejaron Madrid para volverse al
pueblo. Yo, por mi trabajo, no podía escaparme muy a menudo para verlos. Cuando
por fin llegué a la casa de mis padres me sorprendió ver que no era yo el
último en llegar, normalmente solía serlo, pero este año llegaba el primero.
Dejé el coche frente a la puerta de la casa y, antes de que pudiese descargar
mi maleta, ya estaba mi madre a la puerta dándome la bienvenida a gritos,
animándome a darme prisa en entrar en casa ya que el frió exterior era
excesivo. Dentro tenían la chimenea puesta. Entré y dejé en la entrada el
abrigo y la maleta, abracé a mi madre, que estaba tan guapa como siempre, con
su pelo encanecido, su sonrisa de abuela bonachona y sus ojos negros y calidos,
encendidos por la alegría de verme de nuevo. Después me dirigí hacia el salón
donde estaba mi padre atareado con la leña y el fuego de la chimenea, lo vi tan
bien como siempre, casi totalmente calvo, con los ojos cansados, algo más
delgado quizá, pero bien no obstante, su cara estaba serena, como acostumbraba
él, y aunque bien sé lo mucho que se alegraba de verme, no mostró mayor signo
de ello que una disimulada sonrisa. “¿Este año llego el primero?” dije a mi
madre que iba de un lado para otro haciendo mil cosas a la vez -“pues eso
parece, tu hermano acaba de llamar que están en un atasco y que llegarían
después de comer, y tus hermanas llegan mañana, se vienen juntas en el
autobús”. Subí mi equipaje a la planta superior, donde este año habían colocado
las camas para mi y mis sobrinos en la habitación grande, a mis hermanas esta
vez les tocaba dormir en la pequeña, que tiene dos camas, y para mi hermano y
mi cuñada la habitación de matrimonio de la planta superior. Mis padres
dormirían en la pequeña habitación de matrimonio que había junto a la entrada,
en la planta baja, y que normalmente está reservada para las visitas. “Vamos,
acompáñame hacer la compra, este año con tanta nieve no me ha dado tiempo a ir,
llevamos dos días limpiando de nieve la entrada, no sabes cómo se ha puesto
todo de nieve, ¡hasta arriba! No dábamos a basto entre tu padre y yo” dijo mi
madre nada mas volver de dejar mis cosas, con énfasis y una mezcla de
cansancio, al mencionar lo de la nieve -“puedo hacerme una idea madre, no te
imaginas como está la carretera para venir aquí, los campos están cubiertos de
nieve por completo” le contesté, mientras me embuchaba en mi abrigo y me calaba
guantes y bufanda. “ahora venimos Pedro, vamos a comprar Natanael y yo” gritó
mi madre desde la entrada casi a la vez que cerraba la puerta -“Mamá, creo que
papá no te ha oído”-“Sí, sí que me ha oído, y si no, cuando no nos vea por la
casa se lo imaginará, ¡vamos¡” y sin mayor disputa salimos por la puerta del
jardín de la entrada. En el pueblo las cosas no habían cambiado mucho desde mi
niñez, las tiendas seguían estando en los bajos de las casas en que siempre
estuvieron y las regentaban las mismas personas de entonces. Como es normal, al
verme, todos los vecinos del pueblo se paraban a saludar y a preguntar qué tal
andaba después de que me hubieran tenido que ingresar, no sé si lo hacían por
preocupación, curiosidad, o simplemente para tener algo de que hablar entre sí,
pero la verdad es que me importaba poco. En aquellas fechas era muy común que
unas y otras presumieran de nietos. Mi madre por su parte no se quedaba
atrás y a todas les respondía con un solemne “los míos también muy grandes sí,
vienen luego, después de comer” y se marchaba a seguir con sus compras. Los
chiquillos jugaban con la nieve mientras abuelos y padres ultimaban detalles
para la cena de Noche Buena y la comida de Navidad.
Cuando volvimos de hacer las compras
ya estaba mi hermano Lucas en casa, “finalmente han podido llegar antes de
comer… bueno, ¡donde caben cuatro caben cinco!” dijo mi madre con tono de
sentencia al ver la furgoneta de mi hermano aparcada junto a mi coche, y se
apresuró a entrar en casa para ver a sus nietos.
Mi hermano Lucas se parecía bastante
a mi, un poco mas alto quizás, y mas mayor, pero muy parecido, el pelo negro,
los ojos marrones, la nariz pequeña, los pómulos medianamente marcados,
estatura media alta, y delgado. Su mujer, María, era una mujer algo más bajita
que él y gordita, con el pelo castaño oscuro y los ojos marrón verdoso, su cara
era redonda y de facciones suaves, siempre con una sonrisa afable que inspiraba
confianza y tras su apariencia inocente, se ocultaba todo un genio.
Finalmente estaban mis tres sobrinos, los tres niños, dos de ellos
gemelos, y a cual mas inquieto, no es por amor de tío, pero habían salido a la
familia del padre, Ezequiel era el mas parecido a mi hermano, y por lo tanto a
mi, y los otros dos, los gemelos, eran mas como su madre, con el pelo mas claro
y con los ojos de color verdoso. Nada más entrar en la casa de mis padres lo
primero que oí fue a mis sobrinos bajar a toda velocidad por la escalera para
abrazarnos a mi madre y a mí, en cuestión de un segundo convirtieron todo en un
revuelo de gritos y risas, Ezequiel venía muy contento enseñando su sonrisilla
de pillo, por la cual pudimos comprobar que había perdido ya un diente, y en la
mano portaba el regalo que el Ratoncito Pérez le había dejado bajo su almohada,
y que con mucho orgullo me enseñaba una y otra vez, era una pequeña brújula con
lupa, que, a pesar de no llevar mucho en sus manos, una semana según me dijo mi
cuñada, ya era incapaz de marcar el norte con exactitud. Los otros dos
pilluelos, por su parte, miraban la mejor ocasión para quitársela y jugar con
ella, pero, al igual que yo cuando era pequeño, Ezequiel era mas rápido que
ellos dos juntos, por lo que Mario y Daniel se veían en la obligación de buscar
nuevas artimañas con las cuales hacerse con la brújula. En medio de todo aquel
monumental jaleo apareció mi padre con una caja enorme en sus manos, todos
pudimos reconocer la caja rápidamente, pero antes de poder decir nada, mi
padre, como si de un niño más se tratase, dijo a voz en grito “¿quién me ayuda
a montar el Belén?” y como era de esperar los tres enanos empezaron a gritar al
unísono y acompañándose con saltos de entusiasmo “yo abuelo yo, yo…” y así,
como antaño hubo hecho con nosotros, mi padre se fue al salón a poner el
nacimiento en compañía de sus nietos. Mi madre, mi hermano, mi cuñada y yo nos
fuimos a la cocina y empezamos a preparar las cosas para comer, mientras
manteníamos dos o tres conversaciones simultáneas. “Oye Lucas que grandes están
los niños, ¿qué les das para comer?”-“Parece mentira que digas tu eso Natanael,
¡eso va en los genes!”-“Sí, pues buenos genes tenemos en esta familia” dijo mi
madre a modo de explicación defensiva “No desde luego Conchi, eso ya lo tenía
yo claro el día que me casé con tu hijo” apuntó mi cuñada en tono burlón.
“Bueno y tú ¿qué tal estas de lo tuyo?” preguntó mi hermano, algo serio,
refiriéndose a lo del coma “¡Bah! eso ya es agua pasada, yo creo que fue exceso
de trabajo, llega un momento en que uno esta tan cansado que necesita dormir
mucho” expliqué yo cómicamente para quitarle hierro al asunto y dio resultado
pues la risotada fue general “Bueno tú es que siempre has sido de dormir mucho
¡eh! Natanael, que me acuerdo yo que a veces para que fueras al colegio tenía
que sacarte de la cama con la espátula” riñó mi madre “Bueno ya se a quien se
parecen entonces mi hijos” dijo mi cuñada con un tono de alivio sarcástico.
“¿Dónde tienes el aceite mamá?”-“Lucas, hijo, ni que fueras nuevo, ahí, en el
armario de al lado del frigorífico” y así unas y otras conversaciones se iban abriendo
y cerrando hasta que, finalmente la comida quedó acabada y la mesa puesta.
Al la mañana siguiente,
la mañana del día de Noche Buena, llegaron mis dos hermanas, Lucia y Sofía, que
habían venido juntas en el autobús, cosa que era muy común en ellas, hacer las
cosas juntas, siempre lo habían hecho, y es que se llevaban muy poco tiempo la
una con la otra y eran inseparables. Desde hacía unos años habían alquilado un
piso donde vivían las dos juntas, y ciertamente no las iba nada mal. La mayor
de ellas dos, que eran las pequeñas de la familia, era Lucia, trabajaba de
profesora en una escuela de idiomas, había hecho la carrera de filología
clásica, y se había especializado en la lengua italiana, que era de lo que ella
daba clase, además del latín y el griego. Sofía, la más pequeña de todos, era
licenciada en historia del arte, y trabaja en un museo de Madrid como guía para
estudiantes y grupos de turistas, ya que también era buena para los idiomas,
hablaba a la perfección español, ingles, francés y alemán. Las dos se
parecían bastante, aunque cada cual fuese diferente. Lucia era alta y de
complexión normal, con el pelo negro y liso, los ojos marrones claros, color
miel, siempre bien maquillada y con sencillez, usaba gafas sin montura, de esas
de cristales al aire, y tenía mucho estilo para vestir. Sofía por su parte era
mas rebelde en sus formas, el pelo rizado color castaño claro, ojos grises
azulados. Tenía un estilo propio a la hora de vestir, amante del arte
impresionista como era, usaba ropa de estilos y colores variados y siempre de
lo más variopintos, lo que le daba un aire singular, propio, que la hacía única
e irrepetible, había que sumar a todo esto su gusto por la música rock, celta y
clásica, lo que le hacía aún mas genuina en todo cuanto hacía, en su forma de
expresarse y de darse a entender, la verdad es que mi hermana Sofía era toda
una joya forjada a sí misma.
La mañana pasó sin
grandes acontecimientos, cada uno enfrascado en la tarea que le correspondía
hacer para el buen funcionamiento de la casa, mis sobrinos, quienes, el día
anterior, habían montado el Belén, hoy se dedicaban a montar el árbol de
navidad, a adornarlo y decorar la casa bajo la mirada atenta de mi padre, que
disfrutaba más que ellos con todos aquellos preparativos. Mi hermano Lucas, que
era electricista, había traído para este año un enorme juego de luces para
ponerlas en el exterior y en ello se mantuvo ocupado todo el día, mi cuñada
María, mi hermana Lucía y mi madre pasaron la mañana ultimando compras. Mi
hermana Sofía y yo pasamos la mañana limpiando la vajilla de porcelana blanca
con motivos azules para la noche, era la que estaba reservada para los días
especiales y el resto del tiempo se hallaba guardada en el desván de la
casa, donde abundaba el polvo y la humedad. Sumido en tantos preparativos y con
la alegría de estar todos juntos, no había vuelto a pensar en la presencia de
aquella “bella luz”. Esto me sorprendió, no había sentido vacío ni soledad, ni
tristeza, ni nada que se le pareciera, no obstante, una vez hubimos acabado con
todo, me asomé a la terraza superior de la casa de mis padres, desde la que se
podía ver el lago, quieto y sereno en la distancia, fue entonces cuando me
invadió una extraña sensación de melancolía, mezclada con miedo y curiosidad “¡Qué!
fumando aquí en la terraza para que mamá no te diga nada ¡eh!” me dijo mi
hermano Lucas, quien subía en ese momento cargado de luces para colocarlas en
la terraza, sacándome de mi ensimismamiento a la vez que buscaba dónde enchufar
las muchas luces que traía consigo “¿No crees que son muchas luces? Vamos a
parecer un puesto de feria mas que una casa” dije entre risas, alejando, ya de
paso, al fantasma de la soledad y la duda “Bueno, muchas no sé, pero ya verás
que bonito queda cuando anochezca, ayúdame a poner éstas anda, ¡y no fumes
tanto, que ya sabes lo poco que me gusta que fumes!” dijo a modo de reprensión
y colocamos las luces.
El olor de la cena invadía
toda la casa, mi madre daba los últimos retoques a todo antes de ir a cambiarse
para la cena, mi hermano Lucas y mi cuñada se repartían a los niños y mientras
una los bañaba el otro los iba vistiendo y advirtiendo de que tuviesen cuidado
no se mancharan, mi padre, que como de costumbre ya estaba arreglado para la
cena, iba preparando su guitarra para los villancicos, y dejaba en cada una de
las sillas de los niños algún instrumento musical para hacer de
acompañamiento. Mis hermanas iban de un lado para otro con la
ropa y de más complementos, comentando entre sí lo bonitos que eran sus
vestidos y donde los habían comprado. Mientras tanto yo esperaba mi turno
para poder entrar en la ducha. A pesar de todo el trajín que había montado en
casa antes de que nos diésemos cuenta ya estábamos todos sentados a la mesa y
la comida estaba puesta. La cena fue de lo mas graciosa, mis sobrinos
continuamente hacían algo que nos hacía reír y las conversaciones se iban
mezclando y entrelazando yendo de unas a otras, del mismo modo que íbamos de un
plato a otro. A mitad de cena mi hermano y mi cuñada tomaron la palabra para
informar de que esperaban un nuevo hijo, y que esperaban que fuese una niña, mi
madre, emocionada, se levantó de su sitio y los llenó de besos, mi padre
entonces empezó a preguntar a los demás que para cuándo pensábamos casarnos,
fue entonces cuando Ezequiel dijo “abuelo yo no me voy a casar nunca” lo
que arrancó una carcajada de todos. Mi hermana Lucía contó que había conocido a
un chico en el trabajo, un compañero, y que bueno, que ahí iban las cosas, que
si todo iba bien pronto lo conoceríamos. Sofía también dejó caer que tenía a
alguien esperándola en alguna parte. “¿Y tú Natanael no tienes a nadie?” dijo
mi madre “No, la verdad es que con el ritmo de vida que llevo no me da tiempo a
conocer a mucha gente” contesté sin darle mayor importancia. “Eso viene cuando
menos te lo esperas, ya verás como el día que menos lo esperes conoces a la
mujer de tu vida” me alentó mi cuñada en tono conciliador “Pues a ver si es
verdad porque vamos, yo ya no se que hacer” comenté de forma cómica tratando de
desviar el tema, pues era algo que no hablaba desde que lo dejé con Claudia…
gracias a Dios el tema se vio desviado cuando mi hermano Lucas recordó que
había olvidado encender las luces de la calle, y se levantó para ir a
enchufarlas animándonos a todos a que saliésemos un instante a verlas
encendidas para que viésemos lo bonitas que quedaban. “¡Ala!, que bonito mamá”
dijo uno de los gemelos a su madre. Ciertamente era digno de ver, este
año la decoración navideña había tocado a su máxima expresión en casa de mis
padres “Vamos a ser la envidia del pueblo” dijo Lucas algo emocionado “Vamos a
ser el faro del pueblo ¡que no es lo mismo!” dijo mi madre desdeñosamente, y
volvimos al calor de la casa a terminar los postres, los brindis, turrones y
villancicos.
Sumido En Pensamietos (IX)
La nieve caía
lentamente sobre el alféizar de la ventana de la habitación grande del segundo
piso. Mis sobrinos dormían placidos tras la larga noche y todo el día
anterior, el viaje… yo sin embargo seguía despierto, me costó mucho dormir
aquella noche, luego tuve un sueño poco profundo e intranquilo, y después,
sobre las seis de la mañana nuevamente, me desperté y ya no conseguí dormir
mas, pero esto era un hecho al cual me estaba acostumbrando últimamente. Sí, no
podía parar de pensar, de recordar, de imaginar como serían hoy las cosas si
Claudia y yo aun fuésemos novios. Aun recuerdo como la conocí, la verdad es que
fue de una manera un tanto absurda, pero al final fue a resultar la mejor amiga
que uno pueda tener. Durante muchos años trabajamos en el mismo edificio de
oficinas sin saberlo, pero lo más curioso aun es que durante muchos años
vivimos en el mismo edificio de viviendas sin tampoco saberlo, eso es algo muy
común en Madrid, al cabo del día ves tanta gente que no siempre sabes a quien tienes
a tu lado. Durante cinco años viví en un pisito alquilado, el cual no estaba
nada mal, dos habitaciones, un cuarto de baño, salón independiente, cocina…
toda ella a estrenar y con posibilidad de compra. Durante cinco años viví allí,
en mi pequeña casa de las afueras de Madrid, de alquiler. Pasados los cinco
años decidí comprar la casa y hacer un poco de reforma, pinté el salón de color
ocre y lo adorné con las más inusuales cosas que me había traído de mis viajes
por el mundo, en la entrada al salón quité la puerta y puse una cortina hecha a
mano de lana de llama, la cual resultaba muy áspera al tacto pero allí quedaba
perfecta, puse unos silloncitos como de mimbre con almohadones y dos
mecedoras de parecido material muy cómodas y que rodeaban una pequeña mesa de
bambú decorada con una hermosa marquetería cuyo motivo era un hermoso atardecer
en un bello paraje montañoso muy elaborado. Bajo la mesa de bambú puse unos
cojincitos que compré en Granada de tipo árabes, y encima de la mesa, a un lado
para que se viera el dibujo, una cachimba de tabaco de palma que me trajo mi
amiga Ana de su viaje a Túnez. Las paredes de la habitación las pinté de color
azul agua marina y el techo lo pinté de azul oscuro con motivos estelares,
constelaciones y de mas, una cama de madera de estilo arcaico que me traje del
pueblo ocupaba en centro y el fondo de la habitación, y a sus pies puse un
baulcito también antiguo y que yo mismo restauré, pues estaba mugriento en el
desván de la iglesia del pueblo y el cura lo iba a tirar. La puerta de la
cocina la cambié por una que ocupase menos espacio, y planté en su lugar una al
estilo del viejo oeste, mas fácil de abrir y cerrar, que ocupaba la mitad de
espacio. Por ultimo el cuarto de baño lo hice con azulejos de barro cocido, en
color blanco para las paredes y marrón para el suelo, plato de ducha de obra… y
en el suelo del baño con fragmentos de azulejos rotos, un pequeño mosaico que
yo mismo hice y que representa las fuerzas de los mares. Fue emprendiendo todas
estas obras para acomodar mi casa a mi más puro estilo cuando conocí a Claudia,
es cierto que ya habíamos coincidido en el ascensor y creo que en la cafetería
de la oficina alguna vez, pero ese día me fijé especialmente en ella. Estaba
haciendo la puertita para la cocina cuando alguien llamó al timbre de la casa,
cuando abrí, esperando encontrarme al albañil, cual fue mi sorpresa al
encontrarme a una hermosa mujer frente a mi, estatura media alta, casi tan alta
como yo, delgada, pelo castaño rubio, ojos marrones claro, piernas largas y
firmes… pude intuir que era buena bailarina, y no me equivoqué en eso… “¿es que
no piensas parar de hacer ruido tronco?, son las diez de la mañana y no me
dejas dormir” dijo Claudia con voz algo ronca y con cara de cansancio, yo la
verdad es que no sabía como reaccionar, primero por el hecho de que yo no me
esperaba verla a ella, y menos por que no me esperaba semejante reacción ni a
tan hermosa mujer, lo mas significativo fue que no me dejó ni contestarla, se
dio la vuelta se montó en el ascensor y se subió al piso de arriba, entró en su
casa y cerró la puerta. Esa mañana procuré no hacer mucho ruido con la obra,
que para cuando esto pasó ya estaba casi acabada, y así la dejaría dormir. Esa
misma noche a las once mas o menos, llamaron de nuevo a la puerta, una vez mas
era Claudia, esta vez con cara algo mas despejada, los ojos mas abiertos y
mejor tono de voz “solo quería pedirte disculpas… esto… yo… lo siento…esta
mañana fui un poco borde contigo, pero es que, llevas un par de semanas que no
paras, y bueno, que solo eso, que lo siento” he de reconocer que si me
sorprendió su aparición de por la mañana, esta lo hacía aún mas, pero con ello
me demostró que, a pesar de todo, hay gente que merece la pena, así que,
tragándome un poco la vergüenza le dije “bueno no te preocupes no pasa
nada, tal vez es cierto que me he pasado un poco, pero ya sabes lo que tienen
las obras, hacen ruido… esto... ¿sabes?, no conozco a nadie del bloque, y bueno
ya llevo aquí cinco años, mi nombre es Natanael ¿tú como te llamas?” fue
entonces cuando me dijo su nombre, Claudia, “pues si quieres Claudia cuando
acabe la obra y amueble de nuevo la casa pásate un día y tomamos café, así ves
el resultado que tantos dolores de cabeza te causa” y así fue, una vez acabada
la obra vino un día por casa a tomar café, la casa le encantó, y según
parece el café también, pues desde entonces solíamos quedar a menudo para
tomarlo, poco a poco nos fuimos conociendo, descubrimos que trabajábamos en el
mismo edificio, que nos gustaban las mismas cosas… cosas así, que hacen que dos
se dejen llevar. Estuvimos saliendo dos años, y antes de hacer los tres
decidimos dejarlo de mutuo acuerdo, la verdad es que… ahora ya no recuerdo el
por qué, pero, a veces la echaba de menos, y mas ahora, en estas fechas, en las
que recordaba que el año pasado ella vino conmigo al pueblo… “tengo que
llamarla y quedar con ella cuando vuelva a Madrid” pensé para mis adentros,
entonces mi sobrino Mario me llamó desde su cama “tío, tío, ¿te has despertado
ya? Despiértate tío vamos a jugar con la nieve” cuando me di la vuelta me los
encontré a los tres de pie en sus camas esperando a ver que decía… “bueno,
vamos, pero no hagáis ruido, no despertemos a nadie”.
De Nuevo en Madrid (X)
La mañana era fría aunque soleada, el año nuevo
había empezado con el mismo frío intenso con que el viejo se fue, pero un año
más este frío día llegaba cargado de ilusiones proyectos y esperanzas. Madrid
estaba casi desierta por completo aun a estas horas, solo los trabajadores de
la limpieza pululaban de un lado para otro con sus escobas, carros, palas y
vehículos limpiadores. En las cafeterías los pocos clientes veían los saltos de
ski mientras desayunaban chocolate caliente con churros, alguno aun llevaba la
ropa de fiesta que había usado en la noche anterior, y en sus caras se podía
leer el cansancio de una noche de fiesta desenfrenada. Cuando por fin llegué al
portal vi el coche de Natanael aparcado en la puerta, el ruido del ventilador
aun se oía, por lo que supuse que no hacía mucho que había llegado del pueblo,
pues allí era donde él pasaba estas fechas con su familia. “¿Qué haces aquí a
estas horas?” fue lo primero que dije al salir del ascensor y encontrarme a
Natanael en el descansillo pulsando el timbre de mi puerta “No... nada, sólo
quería saber qué tal has pasado estos días, como no tenías así mucho plan...”
dijo él algo cortado, por lo que deduje que en verdad quería pedirme algo, pues
ya nos conocíamos “Bien, la verdead es que bien, al final me fui con unas
amigas y con mi prima a una fiesta en casa de su novio, interesante, ya sabes
que a mi las macro fiestas no me van muchos, pero esto ha sido en plan
tranquilito, muy bien” dije yo como con tono de indiferencia, dándole a
entender que no había sido gran cosas pero que al menos no me quedé sola en
casa toda la noche “¡Ah!, pues bien entonces, yo ya sabes, en el pueblo, muy
bien, con mis sobrinos no he tenido tiempo de aburrirme, vengo con agujetas de
jugar con ellos en la nieve, son terribles, y con mis hermanos muy bien” en su
voz pude intuir la tranquilidad y la felicidad que le hacía estar con su
familia, pero también la pena por algo que no comprendía “ Y bueno dime
¿querías algo más?” dije yo un poco imperante para que se diera prisa, ya que
el sueño me vencía, “No nada mas... bueno sí, si te apetecería que fuésemos hoy
a comer por ahí o algo...” dejó caer como si fuera algo que se le acabase de
ocurrir “ Pues ya veremos porque yo hoy no he dormido y mañana a trabajar otra
vez, además tengo sobras de la cena de ayer aun por aquí, es que este año ha
tocado la cena en mi casa, pero si quieres luego te puedes pasar y tomamos algo
de café, turrón y de más cosillas ¿qué me dices?” dije yo, ya entre bostezos,
“Vale Claudia si no quieres no pasa nada, ya otro día quedamos” dijo el
Natanael con desilusión, “No es eso, anda no te pongas así, es que estoy
muerta de sueño, y ya sabes que yo si no descanso soy muy borde, en serio,
pásate luego y hablamos, anda, me voy a dormir, hasta luego”.
***
Cuando entré en casa un escalo frío
me recorrió el cuerpo, no sé si debido al frío generalizado de mi salón, que
había pasado sin calefacción toda la semana anterior, o al hecho de volver a
esa casa de colores cálidos en la que la soledad me devoraba desde aquel día en
que la sentí por primera vez. Puse la calefacción en marcha y me fui a la
habitación para deshacer el poco equipaje que había llevado a casa de mis
padres. Sobre el baúl de mi habitación nada, la misma nada que lo envolvía
todo, y en mi corazón, una vez más, el profundo deseo de volver a verla, a
pesar de no saber aún qué o quién era, ni por qué había decido venir a mí.
Después de ponerme algo de ropa cómoda me puse hacer limpieza, no es que
hubiera mucho que limpiar, pero tras una semana fuera el polvo se dejaba entre
ver en las estanterías y demás muebles. Aproveché que me ponía a hacer limpieza
para reordenar mis cajones y hacer hueco para los regalos de reyes, acabado
todo esto me senté a leer en una de las mecedoras que había junto a la mesita
de bambú, puse un poco de incienso en el quemador y música, al final caí en los
brazos de Morfeo y me quedé dormido. “Sí dígame” el sonido del teléfono me
despertó de un sobresalto, eran ya las doce de la mañana, “Sí mamá ya he
llegado, sí, lo sé lo siento, se me pasó llamarte, es que cuando llegué me puse
a hacer cosillas y ya sabes que yo la cabeza la tengo en todas partes menos
encima de los hombros, sí mamá sí, no el móvil está en la habitación, ¿qué como
es que no lo he oído? Por que me puse a leer en el salón y me quedé dormido,
¿Lucas y los niños llegaron bien? Bueno ya sabes como es Lucas, seguro que el
viaje no ha sido para tanto ¿Lucia y Sofía? ¡Ah! Que han ido a ver a los
abuelos, pues entonces ahora los llamo y me voy a comer con ellos, aún que he
quedado con Claudia para tomar café, pero me dará tiempo, vale mamá, un beso,
sí otro para papá, adiós” Después de colgar el teléfono llamé a mi hermana
Sofía quien me confirmó que estaban en casa de mis abuelos, le dije que me
esperasen que en una media hora estaría allí y me marché. Antes de salir me
pasé por la casa de Claudia y le dejé una nota por debajo de la puerta
diciéndole donde estaba y que sobre las siete nos veríamos, que si necesitaba
algo llevaba el móvil, y me fui. Las calles estaban desiertas, al igual que las
carreteras, por lo que tardé poco en llegar a casa de mis abuelos, cuando
llegué ya tenían todo y estaban a la mesa, mi abuelo, en broma como de
costumbre, me regañó por no haber avisado antes, y mi abuela salió en defensa
mía. Mis abuelos nos estuvieron contando sus navidades, este año se habían ido
a pasarlas a Granada, pues tenía un tía que vivía allí, decían que allí no hace
tanto frío como aquí y que Navidad sin frío no es Navidad, pero que muy bien,
que fueron a visitar la
Alhambra... “Bueno familia, he de marcharme que he quedado
para tomar café y a este paso llego tarde” en ese momento mis hermanas
empezaron a reírse y a hacer comentarios entre sí, consiguiendo lo que
querían “¿Qué pasa qué tienes novia?” dijo mi abuela, en respuesta a las risas
de mis hermanas “No abuela no, no hagas caso a estas dos que son unas liantas,
he quedado con Claudia, ¿te acuerdas de ella?” “¡Ah! Sí, ya se quien es, esa
chica que es vecina tuya, ya, ¿pero con esa ya estuviste no?” dijo mi abuela
dando a entender que segundas partes nunca fueron buenas “Sí, pero no hay nada,
sólo somos amigos y vamos a tomar café” mis hermanas, cómplices como siempre,
seguían con sus risitas “Anda vete ya que eres un pesado” dijo mi abuelo “Ya me
voy ya, no te enfades” “Si no me enfado, pero es que al final llegas tarde como
a todo, que el día que te cases va haber que empezar sin ti” la risotada fue
general, desde luego, cómo me conocía mi abuelo “si es que me liáis, me liáis y
al final pues no me voy” dije yo excusándome “Que no hables más y te vayas que
no llegas” dijo mi hermana Lucía, que estaba sentada en el suelo. Me despedí de
todos y me fui. A mitad de camino ya estaba llamándome Claudia al teléfono
móvil, me disculpé contándole lo que me había pasado en casa de mis abuelos y
“No, si tú siempre igual hijo, te lías con lo que sea, anda que, qué razón
tiene tu abuelo, el día que te cases... anda vente para acá” y colgó.
Un Susurro Tenebroso (XI)
“Yo soy tu inspiración, yo la musa de tus sueños, el
tormento de tus pesadillas, soy tu mayor deseo, soy tu mayor miedo, soy todo
aquello que amas pero temes, todo eso que odias pero anhelas, todo eso que no
entiendes y que buscas. Soy la locura de D. Quijote y la cordura del fiel
Sancho, yo la angustia en la soledad, el consuelo en el llanto, la causante de
él. Soy la pasión de los amantes, la causa de su dolor, soy la rosa y soy la
espina. Soy lo que necesitas y no puedes tener, yo fui la ensoñadora enamorada
de Bécquer, yo fui el hielo de su pasión, yo fui la soledad de Manrique, y
descrita en Dante, de mi escribió Shakespeare… Yo desencadené la guerra de
Troya, yo, cual Eris griega, yo, cual airada Hera, poderosa... ¿aún quieres
saber quien soy? ¿aún te preguntas por qué te escogí? Tú me llamaste, yo en ti
habito, tú solo no puedes echarme, sólo el amor puede vencerme, pero no lo
ves... no te das cuenta. Yo te voy ensimismando, yo te voy dejando solo, y día
a día me apodero más y más de ti. Como una marioneta me sirves, y sin saberlo
me das tu vida. Como la araña espera paciente yo te sigo, y no puedes ver que
tu vuelo se acaba, que cada día te acercas más que ya puedo olerte... y me
amas... ¡me amas! Crees en mi belleza, y no ves mi veneno, anhelas mi calor, y
no ves el gélido hielo en que vivo, andas por mis sendas y no ves las espinas
que te rodean, caminas en mis parajes sin ver el incendio que todo lo devasta,
paseas por mis jardines y no ves que no son mas que polvo de hueso y ceniza.
Sí, uno más, otro más, uno cualquiera... y crees que eres único, uno más… y te
crees afortunado. Sólo eres uno más de los muchos que fueron, de los muchos que
son, y de los muchos que serán... las parcas ya tejen tu hilo y pronto te
cortan la trama. Tu sensibilidad me alimenta, tu generosidad me fortalece,
crees que te amo, y me das asco, repugnancia me causa tu mirada. Sí, sigue
amándome, sigue amándome que tu ingenuidad me llena y tu incredulidad me deja
la vía libre... ¿Quieres besarme? Lo harás, y como hiciera Adán en el Edén, al
hacerlo morirás, pero no sin antes haberte consumido. Como la droga consume el
cuerpo, como la muerte consume el cadáver, tu locura me será muy divertida, y
tu final será para mí puerta a otros lugares, a otros paraísos que devastar, tú
no temas, mi luz te tendrá cegado y cuando la oscuridad te invada, yo estaré
ahí para hacerme fuerte. Te daré la claridad de una noche oscura, y en medio de
ella robaré tu alma, cortaré tu trama y dejaré al olvido tu recuerdo, a las
lagrimas tu persona, a la desesperación tu ser y por último a la tumba tu
cuerpo. Pero aún no, aún un tiempo más, aún eres una delicia, aún me deleita tu
vuelo... aún más tiempo... sólo un poco más...”
Escalosfríos (XII)
Desperté en mitad de la noche. La oscuridad lo
bañaba todo, mi respiración estaba acelerada, mi corazón latía con la misma
velocidad con que lo hace el miedo, el pulso me temblaba de forma incontrolada,
la cabeza me dolía. Mis pulmones cogían oxígeno como si fuera la primera vez
que lo hacían en toda mi vida, el pecho me dolía al respirar, la violencia de
mi respiración hacía que me doliese. En mi vientre podía sentir como si algo me
hubiese estado presionando, o como si alguien se me hubiera puesto encima. En
mi cuello también notaba presión, como si hubieran tratado de estrangularme
mientras dormía, el sudor me empapaba por completo y el frío me invadía. Me
levanté corriendo y encendí la luz, miré medio a ciegas pero no vi a nadie, cauteloso
me fui hacia el salón, pero sólo encontré el silencio... algo atemorizado me
senté en una de las mecedoras, poco a poco mi cuerpo iba recuperando su estado
normal, mi respiración se fue calmando a pesar de que el miedo seguía
teniéndome en sus brazos, el calor fue volviendo a mi poco a poco. Tenía la
mente en blanco, no podía pensar con claridad, mi mente se debatía entre el
estar en blanco o pensar en qué hacer, la intranquilidad se mezclaba con la
inmovilidad de mis miembros, y la rapidez de mi sangre, con la extraña
sensación de que mis nervios no mandaban información alguna al resto del
cuerpo. Desencajado, parecía que me viese desde fuera de mi, allí, quieto, en
esa mecedora, pero a la vez intranquilo, con ganas de gritar. No sabía que
hacer, necesitaba llamar a alguien, necesitaba hablar con alguien pero ¿a quien
llamo? A mis padres no, los preocuparía en exceso, ¿a mis hermanos? Conociendo
a Lucas se vendría desde su casa hasta la mía conduciendo a toda velocidad, y
conduciendo como conduce, lo mas probable era que tuviera un accidente, y mis
hermanas... Vivian muy lejos y a estas horas no hay transporte. No, a Claudia
tampoco, mañana había que trabajar y ella no tenía por qué aguantar mis
tonterías, y menos una pesadilla, pero quería hablar con ella, lo necesitaba...
Intuición Femenina (XIII)
“Algo le pasa a Natanael, no se el qué pero algo
le pasa”, me desperté sobresaltada a eso de las tres de la madrugada, una
pesadilla muy rara me hizo saltar de la cama, y una extraña intuición, que
siempre me había acompañado, me indicaba que Natanael corría peligro o algo
malo le estaba ocurriendo, me fui tan rápido como pude a la cocina y me asomé a
la ventana de la terracita, desde la que se veía la terraza de la cocina de
Natanael, un piso mas abajo. Todo parecía en orden, su terraza y la ventana de
su cuarto, ambas orientadas hacia el patio interior, estaban apagadas, por un
instante me calmé, “sólo ha sido una pesadilla, estas muy cansada Claudia, no
te preocupes” me dije a mi misma. En ese mismo instante se encendió la luz de
la habitación de Natanael, pude ver su sombra correr hacia la puerta de la
habitación, supuse que iría hacia el salón, por la ventana de la cocina pude
ver la claridad de la luz de su salón, entonces volví a sobresaltarme, no supe
que hacer, por un momento el miedo me paralizó, algo le pasaba, pero el qué,
qué debía hacer. Me dirigí hacia el salón y cogí el teléfono, empecé a marcar
pero colgué. Nerviosa me encendí un cigarro, le di dos caladas y corrí hacía mi
habitación, me puse la bata, las zapatillas, cogí las llaves y bajé corriendo a
casa de Natanael. Ya en su puerta dudé entre llamar al timbre o usar mejor los
nudillos, opté por lo segundo dadas las horas que eran. Llamé, nada. Volví
a llamar, esta vez con más fuerza, pero de la casa de Natanael no salía
ruido alguno. Empecé a ponerme nerviosa, llamé por tercera vez, esta vez con el
puño. Con cara de asustado y con la respiración entrecortada Natanael
abrió la puerta, despacio, hasta que vio que la que la llamaba era yo. Me miró
con cara de asombro, alegría, extrañeza y algo de nerviosismo. Lo miré yo
también de arriba abajo, estaba pálido, el pulso le temblaba, los ojos los
tenía rojos e irritados y su cara con expresión enfermiza. “¿Qué te ocurre,
estás bien?” dije a media voz y con gran nerviosismo “No... no lo sé, no sé,
no... yo...” Natanael estaba confuso, la voz le temblaba, y su respiración era
fatigada, “Entra dentro Natanael, vamos, cuéntame qué es lo que pasa” nos
sentamos en el sillón, yo lo miraba preocupada, poco a poco se fue calmando, le
fue volviendo el color a la cara. Me encendí un cigarro y le ofrecí otro a él,
después me fui a la cocina y preparé té, Natanael tenía un exquisito té que le
trajo un amigo que estuvo en la india, y me pareció mejor un té que tomar café,
aunque sea un estimulante de igual modo. “Natanael, no me puedo creer lo que me
cuentas, en serio, quiero decir, te creo, de hecho algo así me ha pasado a mi,
que me he bajado corriendo desde mi casa a la tuya, pero es que esto es todo
tan raro, en serio, no sé... ¿Crees que puede tener algo de relación con la
extraña mujer? No sé... tal vez debas ir al medico, a lo mejor lo que te ha
pasado hoy ha sido un infarto o algo así y si ha sido eso… quién sabe si esa
criatura que dices ver no es fruto de...” “No estoy loco Claudia, ¿vale? no lo
estoy” me cortó él rápidamente, de forma tajante y con tono severo “Natanael,
ya se que no estas loco, acabo de decirte que te creo ¿o es que no me has oído?
Pero a lo mejor tienes algo que te causa esos sueños, además, aparte de eso, si
lo que te ha dado ha sido un infarto tienes que ir al medico y tratarte de
inmediato ¿vale? No digo que estés loco, sólo quiero que estés bien, ya sabes
que te quiero” dije, al principio en tono calmado, pero después con todo mi
sentimiento e intentando no llorar. La idea de perderle me hacía estremecerme,
y a pesar de no estar ya juntos, no podía evitar quererle. Y aunque fui
yo quien decidió que debíamos dejarlo, aún a veces creo que sigo amándole
“Prométeme que irás al medico, por favor Natanael, prométemelo, yo te acompaño
si quieres, pero por favor, cielo...” me callé de pronto al decir la ultima
palabra, y me sorprendí al oírme decírselo de nuevo. Me ruboricé al ver que él levantó
la mirada y en sus ojos pude ver el brillo que antaño compartíamos. “Te lo
prometo Claudia, de verdad, te lo prometo” Algo pasó en aquel instante, su voz,
suave y tranquilizadora me invadió por completo, devolviéndome a aquellos años
en que fuimos novios. En sus ojos, que habían estado apagados desde que
empezara a ver al espectro, volví a ver el brillo del que me había enamorado…
me percaté entonces de que nos mirábamos a los ojos sin parpadear, fijos los
del uno en los de la otra, un escalofrío me recorrió la espalda, apartando la
vista tomé un vaso y me serví té. “No te preocupes Claudia, a mi aún a veces
también me pasa” dijo Natanael calmadamente y sorbió té de su vasito. “Bueno he
de irme, sólo queda una hora para ir a trabajar y yo tengo que arreglarme, si
quieres...” “Sí, espérame en el portal por favor” y dándome un beso en la
frente se despidió de mi. Una vez mas Natanael me había sorprendido, pareció
como si, por dos veces, me leyera la mente, llegué a casa y me metí en la
ducha, “Que noche mas rara” pensé, y dejé caer el agua por mi cuerpo durante un
rato, para despejarme. A pesar de llevar casi toda la noche en pie no parecía
estar cansada, pero de todos modos antes de salir me tomaría un café bien
cargado.
Dudas Sólo Dudas (XIV)
Blanco, nada, sólo vacío. Cuando Claudia se fue
me quedé con la mirada fija en el lugar que ella había ocupado, con la mente en
blanco, sin pensar en nada, sin recordar nada, ajeno a todo, en ese estado
lunático que desde hacía meses me invadía, y que en noches como la de hoy se
aferraba a mi con mayor intensidad. En ese silencio de mi mente, en ese vacío
mental de mi razón pude oír, por primera vez en mi vida, una voz desconocida y
que hablaba una lengua extraña, pero que aún cuando no entendía… comprendía.
“Todavía la amamos, no lo podemos negar, aunque la razón lo niegue sabes tan
bien como yo que no es cierto, llevamos mucho tratando de olvidar, llevamos
mucho tratando de ocultar su huella en nosotros, pero no podemos y lo sabes,
siempre lo has sabido… no vale de nada negarlo, porque aún cuando lo
niegues, aún cuando digas, lo hemos olvidado,
en lo más íntimo de ti mismo siempre sabrás que la amaste, que la amas y que la
amaras…” “Me estoy volviendo loco, escucho voces de idiomas que no entiendo pero
comprendo lo que dicen, ¡Dios mío! Va tener razón Claudia…” y al decir el
nombre de Claudia mi corazón dio un salto, comprendí entonces que la voz
extraña de lengua diversa era la voz de mi corazón quien por fin, después de
mucho hablarme, alcancé a conocer en el silencio de la noche “ No te confundas,
con Claudia hace mucho que no hay nada, la quiero, pero porque somos muy buenos
amigos, pero no la amo, eso es agua pasada, ya está olvidado” me dije a mi
mismo y a mi corazón, mas éste no pareció inmutarse, siguió latiendo tranquilo,
a mis sentidos no llego palabra suya, no obstante podía sentir como dentro de
mi, mí ser se dividía y debatía y yo me sentía extrañamente solo e
incomprendido. “A este paso me voy a volver paranoico” pensé. En ese momento sonó
el reloj del salón, ya era la hora de irse a trabajar, entré en la habitación,
me vestí con lo primero que cogí del montón de la ropa planchada, y salí al
portal, donde ya estaba Claudia esperándome, el saludo fue un poco raro,
distante, tirante, e incluso puede que algo frío, de camino al trabajo la cosa
no iba mejor.
***
No recuerdo ya bien lo que pasó esos
días después de lo que fui a llamar “el ataque”, me pasé muchas horas en casa
de mis padres, pues el medico de empresa me dio de baja por depresión y mi
madre insistió en que me fuera con ellos y, aliada con Claudia, me llevaron
allí, donde viví algo así como un arresto domiciliario. Pasaba largas horas
sentado con la mirada perdida a lo lejos, con los ojos puestos en el lago… ese
lago… y el pensamiento puesto en todo y en nada. Pensarás que estaría ya
cansado de este sentimiento insulso, pero la verdad es que no, o no lo sé, no
logro recordarlo. Sólo sabía que algo pasaba, ¿el qué? Ojala lo supiera, pero
no lo sabía, tenía miedo, estaba nervioso, cansado… dormir no me aliviaba el
sueño, comer no me aliviaba el hambre, ni beber me quitaba la sed… encerrado en
mi, no podía salir, y como un pez fuera del agua, agonizaba, como quien espera
la muerte… pero ésta nunca llegó a su cita. Mis padres se desvivieron por mi en
aquellos días, mi madre no sabía que hacer, mi estado pronto invadió toda la
casa, ni las rosas del jardín salieron aquel año y esa primavera la maleza
invadió la entrada, que estuvo así hasta que llegó mi hermano y se encargó de
todo el jardín, en un intento por animar el ambiente.
***
“¿Qué más podemos hacer Claudia? Yo ya no
se como animarlo, está pálido, no ha salido de casa desde que llegó, y de eso
hace ya meses, ha adelgazado de forma preocupante, yo ya no se que hacer”- Las
lagrimas corrieron a mares de los ojos de Concha el día que fui a ver a
Natanael, ella también estaba muy desencajada por todo esto. Natanael poco a
poco iba perdiendo las ganas de vivir y nadie, salvo yo, parecía creer saber el
por qué… “Los psicólogos no pueden hacer ya nada más y el psiquiatra dice que
no hay muestras de nada raro… yo no sé, no sé… Claudia, no lo sé…” siguió
diciendo entre el hipo causado por el llanto “Te comprendo Concha de verdad,
comprendo tu impotencia y preocupación, déjame hablar con él, creo que no fue
buena idea que viniera aquí, tal vez… no lo sé, hablaré con él y que se venga
de nuevo a Madrid”. Subí las escaleras que conducían a la parte alta de la casa
donde estaban las habitaciones y entré en la habitación de Natanael “Has tardado
en subir ¿qué has estado haciendo?” dijo él lúgubremente “He estado hablando
con tu madre, está destrozada, ella no merece que la trates así ¿qué pasa
contigo? ¿Es que no piensas hablar con nadie?” dije yo en modo imperante “¿Para
qué he de hacerlo? ¿Acaso va alguien a creerme o escucharme? ¿Acaso va alguien
a entender qué me pasa? ¿Acaso se yo qué pasa? No lo sé Claudia, no lo sé, no
sé nada, vivo sin vivir en mi, llevo así ya no se cuanto, y nunca logro ver la
luz, estoy en un foso metido, día y noche mis recuerdos se regodean en ella,
día a día mis sentidos se estimulan con la soledad y la pena y yo no se qué
hacer, no se cómo hacer nada. Mis ojos han olvidado cómo se llora porque ya no
tienen lagrimas para hacerlo, mis oídos han olvidado el musical sonido de la
risa, y mi piel no recuerda el tacto del aire o del sol…” sus palabras se me
clavaban como puñales en el corazón. El tono de su voz me dolía en los
oídos y las lagrimas que él tanto ansiaba caían por mi rostro bañando el suyo,
que se encontraba bajo mi pecho pues, movida por un sentimiento de amor, lo
abracé y lo estreche contra mi, como si quisiera darle calor, como buscando
darle la vida… “No puedes seguir así, no puedes hacerme esto, no puedes… no
puedes abandonarme ahora, no puedes dejarte en manos de la pena ahora que sé
que a tu lado soy feliz, no puedes dejar que tu corazón muera helado ahora que
sé que el mío late sólo si te tiene a ti… te amo Natanael, siempre te he amado,
te necesito junto a mi, sin ti mi vida no se vivirla, porque tú eres la luz de
mis ojos, el bastón en mi camino, tú eres mi descanso en la fatiga, tú lo eres
todo y yo…yo sin ti no sabría ser…” Las lágrimas bajaban cada vez más rápido
por mi cara, y golpeaban contra la suya, que, con los ojos atentos, me miraba. Me
sequé las lágrimas, mientras él me miraba. Mis lágrimas seguían en su rostro, y
sus lágrimas asomaban de nuevo a la superficie. En su inexpresiva mirada veía
de nuevo las ganas de brillar… me tomó de la mano, y me besó en los labios, el
sabor salado de las lágrimas llegó hasta mi paladar, y la amargura de aquel
beso me hizo estremecer. Comprendí su pena. En ese beso me dio todo su ser… “Si
me ayudas, si tú me ayudas, podré, si tú caminas a mi lado sabré andar, si tú
eres mi refugio sabré hacerlo. Perdóname Claudia, perdóname yo… no puedo más…
no puedo amarte, mi amor es amargura…” su voz era aún más triste que antes, sus
enrojecidos e hinchados ojos miraban al suelo, sus manos temblaban, en sus
sienes se sentía el latir de su corazón ahogado. “No me importa que no me ames,
no me importa que no quieras o puedas hacerlo, me importas tú y no puedo vivir
si tú no estas bien. Necesito que salgas de esto, porque si no la pena acabará
por consumirme a mí también. No te pido que me ames, sólo te digo que me dejes amarte,
que me dejes sanar las heridas que ese fantasma crea en ti. Sólo te pido que me
dejes disfrutar de tus ojos, del calor de tu mirada, sólo te pido que vuelvas a
ser tú, que vuelvas a ser mi felicidad, mi vida…”
Consecuencias (XV)
Cómo podré agradecer todo lo que en aquellos días hiciste por mi querida Claudia, cómo podría pagar todo lo maravilloso que me hacías sentir cada día, y sin recibir de mi nada. Ahora lo veo, ahora veo todo lo que hiciste. Ahora, ahora comprendo el valor de la amistad, que el amor puede más que la muerte misma. Porque estaba muerto, lo sabes, pero tu amor me devolvió a la vida, cuando no lo merecía, cuando nadie daba ya nada por mi, y nunca te di nada, nunca me pediste nada, sólo que fuera feliz, sólo que te dejase amarme… no hay amor más grande, que el que tú mostraste entonces.
***
Pronto, Natanael fue
saliendo del paso, y menos mal, por que pensé que lo perdía, lo perdí una vez y
no quería volverlo a perder, aunque lo dejamos de mutuo acuerdo, creo que en el
fondo ninguno de los dos quería hacerlo y ahora parecía tarde. Fue mi culpa,
aunque él piense que no, pero sí.
Verlo mas animado me
ayudó mucho, hizo que por fin me sintiera bien en mucho tiempo, muy liberada,
no obstante seguí llorando muchas noches, pero el maquillaje hace milagros y
creo que nadie lo notó. Los días se fueron haciendo más llevaderos, el verle
sonreír me llenaba cada día y mi esperanza en volver renacía cada día con mayor
fuerza. Me sentía como una niña enamorada por primera vez y a la vez sentía el
dolor del corazón traspasado, del amor que no se sabe amado… pero yo lo había
elegido así… era mi vida o la tuya y opté por la que mas amaba, la tuya…
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